Es el maleficio de los viejos,
saber que no controlamos nada.
Serie Netflix Homeland
Me
he mirado en el espejo y ya pasando los sesenta veo reflejada una cara
arrugada, con bolsas en los ojos, mirada… (flaco,
ojeroso, cansado y sin ilusiones, dice la canción aunque no me refiero a
eso, por el momento). Es una simple realidad y cuando lo manifiesto es voz alta
me salta todo el mundo con las maricadas de siempre (No diga eso! La juventud se lleva en el corazón! Si afirma eso, eso
será! Vieja, la cédula. Y mil cosas más. No los culpo, no se han visto en
el espejo, pero yo si los he visto, tan viejos como yo).
Hago
un paréntesis necesario para este efecto. Voy a decirlo sin eufemismo y si
alguien se da por aludido, se siente ofendido, prevé que lo voy a ofender, lo
mejor es que suspenda aquí la lectura y simplemente continúe con su vida, no
pasa nada y al final no tendrá motivo para ofenderse ni para denigrar de mí.
Continúo.
Me emberraca que me critiquen, me regañen y me hagan el feo cuando simplemente
manifiesto una realidad, al menos mi realidad, al decir ESTOY VIEJO (en
mayúscula sostenida y negrilla de ser posible). Y seguiré manifestándolo cuando
se me dé… (sin eufemismo, dijo) está
bien: se me dé la gana.
Yo
no digo nada, al menos en voz muy alta, cuando veo con su espíritu juvenil a una anciana vestida (con llanta incluida) como
quinceañera o a un anciano como pleyboy de bluyín roto –Dios mío, es un atentado al respeto de la tercer edad-; siempre he
pensado que cada lora en su estaca. Pero sin embargo, si hago referencia a mi
cuerpo senil salen con aquello de que la cédula es la vieja y se equivocan, la
cédula envejece con uno (aunque es más nueva que uno!), baste mostrarla para
entrar gratis a un museo! (para eso sí no están viejos! Ja!)
Y
yo, que ya no puedo levantar una caja de cerveza –vacía o llena- con la
agilidad de hace veinte años, que no puedo correr más de dos metros detrás de
un ladrón sin fatigarme, que ya no distingo en las mañanas si las medias son
negras o carmelitas, que tengo que ponérmelas en varias etapas, que me asfixio
subiendo doce pisos, por la escalera naturalmente, que me da ahogo subiendo un
puente peatonal, que ya no puedo barrer sin que me termine doliendo la espalda,
menos hacer labores de lavar los vidrios del apartamento por temor al dolor del
huesito rotador, por todo eso y muchos más, me di cuenta que estaba
envejeciendo y al verme en el espejo, sin rubor ni vergüenza me tocó
reconocerlo ante el espejo y decidí hacer respetar mi derecho a sentirme como
se me dé la gana y de expresarlo en voz alta ante el indeterminado infinito.
Naturalmente
mi mente (espíritu, alma, corazón o como quiera decírsele) dice que puedo subir
sin mayor esfuerzo al Everest, pero eso lo dice él. En la práctica, cuando le
hago caso, la depresión es mayor al saber que ni siquiera me puedo poner con
agilidad las botas de ascenso; cómo será mantener el equilibrio en esas
alturas.
Mentalmente
soy invencible, la edad me ha dado libertad, al menos de decir lo que se me da
la gana y a mayor edad con mayor irreverencia, con menos eufemismo. Me siento
capaz de muchas cosas, como habrán visto, mi actividad mental se ha agilizado (la lengua también, dirán algunos y
tienen razón) y mientras esté entretenido no me siento cansado. Pero eso es
mentalmente (de corazón, de espíritu, de alma o como quieran llamarlo), pero en
la realidad la edad me ha traído limitantes físicas, materiales que si he de
ser sincero, al menos conmigo mismo, he de reconocer que el cuerpo ya está
cansado, desgastado y hasta los polvos hay que pensarlos con previsión! Ya no
se tiene quince años, aunque yo también tuve veinte años y un corazón
vagabundo! (Sonrío al ver la vida en retrospectiva!)
Y
a pesar de sentirme invencible mentalmente, también ella me traiciona, las
palabras ya no fluyen como antaño (Tan
rico que era cuando hablábamos de corrido, dice mi cuñada la Mona, como
alusión que hace con sus hermanos paisas, para más detalle). Y tienen toda la
razón, ya es imposible hablar sin olvidos momentáneos o duraderos, según edad,
hasta los nombres de las pepas que la edad conlleva se nos olvidan y todo
termina en aquella cosiaca, esa joda, esa
vaina, aquella cosa que está detrás de la puerta, esa vainícula –como diría
mi mamá-. Y también olvidos obvios: dónde
dejé las gafas? Para qué abrí la nevera? Qué era lo que venía a hacer? A quién
tenía que llamar? Todo eso me indica que estoy viejo, a pesar de lo que
quieran pensar los demás, para qué mentirse a estas alturas uno mismo? Al pan,
pan y al vino, vino, qué más da, es hora de la aceptación, no de la negación.
Y
de contradicción, también mis congéneres caen en contradicción, cuando se me
ocurre proponer algo, curioso?, me saltan con la respuesta: Deje la bobada que ya está viejo para eso!
Quién los entiende, si los columpios están en el parque esperando!
Por todo esto, tengo derecho a gritar, en silencio o en
voz alta, moderada o en grito de desesperada atención:
Váyanse a la mierda y déjenme ser viejo, a mi
manera, déjenme disfrutar mi vejez como se me dé la gana!
(De
antemano advertí que se podrían sentir ofendidos y helo aquí! Ecce homo!)
Amén!
Pregunta de
examen: ¿Cuáles son los movimientos del corazón?
Respuesta: De rotación,
alrededor de sí mismo, y de traslación alrededor del cuerpo[1].
Foto: JHB (D.R.A.)
[1] http://www.semana.com/educacion/articulo/respuestas-mas-curiosas-de-estudiantes-a-sus-profesores/468288
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