Inicialmente prefiero transcribir el contenido de la Crónica de Ibañez:
Alonso
Pérez de Salazar, Juez severo, ahorcaba con frecuencia indígenas en la plaza
mayor, y azotaba todas las semanas, en la de Mercado, que tenía lugar cada
cuatro días, a los ladrones. “Desorejó y desnarigó dos mil personas —dice un
testigo presencial, don Pedro Ordóñez Ceballos—e hizo otras justicias
grandísimas, sin reparar en nadie ni aunque interviniese la intervención de
cualquiera persona por principal que fuese, ni era bastante para detener su
justicia, como se vido cuando degolló a dos caballeros, que aunque
intercedieron muchos principales y daban por cada uno doce mil ducados al Rey,
nada bastó para que no lo hiciese. ” El temido Alonso Pérez de Salazar dejó su
nombre en Santafé unido a una mejora material de grande importancia: fue él
quien quitó el rollo o picota, de que tanto uso había hecho, del centro de la
plaza, y colocó allí una fuente pública de piedra, ornamentada con escudos de
armas de España, Santafé y su blasón, y coronada con una estatua de San Juan
Bautista.
Esta
fuente merece que nos detengamos un momento en describirla; la taza inferior
carecía de ornamentación, y la segunda, que se levantaba bastante, reposaba en
una columna estriada con elegantes relieves. Del centro de ella se alzaba una
base adornada con lacerías y follajes, sobre la cual descansaba un globo en
forma de elipsoide, en que hay grabados cuatro blasones; al Sur, que era el
frente, el de Pérez de Salazar, partido en pal, con una cruz de San Andrés y
nueve estrellas; al Oriente, una granada, símbolo del Nuevo Reino; al Norte,
las armas de España, y al Occidente, las de Santafé de Bogotá, con su águila
negra en fondo dorado, orlada de granadas de oro en fondo blanco. Coronaba la
fuente una tosca escultura, cuyo brazo izquierdo está roto.
Esta
estatua, en que el artista quiso representar una efigie de San Juan Bautista,
fue conocida en Santafé con el nombre de mono de la pila Hoy se conservan las
ornamentaciones y la estatua en el Museo Nacional.
Pues bien, en mis tiempos de niñez y juventud,
recuerdo que cuando no había ante quien quejarse o presentar una solicitud,
cuando no había apelación alguna, cuando no se podía patalear más o bien ni
siquiera iniciar el pataleo, cuando se era una causa perdida, la última opción
que quedaba o que le decían a uno claramente era: Pues vaya a quejarse al
mono de la pila, que está en la parte norte de la plazoleta de San Diego,
que creo que corresponde a una réplica de la que reposa en el Museo Nacional,
si aún está allí.
Es decir, el único desahogo ante la injusticia y la
maldad era quejarse ante el mono de la pila que, como tosca escultura,
se limitaba a seguir allí impertérrito y sordo ante las suplicas, tal como
puede encontrarse uno muchas veces ante la justicia, divina o humana.
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