Por casualidades de la vida llegó a mis manos una obra que se titula Crónicas de Bogotá, escritas por Pedro M. Ibañez, quien, en mi opinión, carece de estilo en su escrito, pero que contiene la historia de Bogotá desde su fundación y trae historias interesantes, muchas desconocidas, otras que vinieron a aflorar en mi recuerdo de la juventud en que leí o me enseñaron sobre esa parte de nuestra historia. Curiosidades como que durante la colonia nos gobernaron veintisiete presidentes, entendidos no en el sentido moderno sino en el de aquella época, como que presidían la ciudad y a su vez eran gobernadores de la Nueva Granada en nombre de la majestad que estuviera de turno en España, (1550-1740), recordando entre ellos a Andrés Venero de Leiva y a Armendariz, que son los que reconozco de mis tiempos de estudiante. Y dieciocho fueron los virreyes (1717[1]-1819), entre ellos los viejos conocidos como Eslava, Solís, Guirrior, Caballero y Góngora, Espeleta, Amar y Borbón y la última joya, Sámano. Unos buenos gobernantes, otros corruptos imperdonables[2]. Hubo de todo, como actualmente los hay.
Pero bueno, la idea no es hablar (o copiar) la
historia, por el contrario, es contar cosas curiosas, desconocidas por mí unas
y otras, refrendar mis conocimientos de curiosidades que se dieron en la época.
La primera de ellas se refiere a un cuadro que estaba
originalmente en la iglesia de las Aguas y me atengo al texto leído:
Merece
también mencionarse otro cuadro al óleo, San Miguel y el Diablo, no por su
mérito artístico, sino porque probablemente se debe al pincel del maestro
Posadas, muy conocido en Santafé por su afición a pintar a Lucifer con astas,
dentadura de cocodrilo, cola retorcida y carnes color de chocolate. Este cuadro
era compañero de otro de iguales dimensiones y de idéntico gusto artístico, que
se veía en el templo hasta 1860 y que hoy se conserva en el museo privado del
General Carlos José Espinosa. El cuadro representa una mujer joven y bella con
cabellera de serpientes, y se conocía hasta el año dicho con el nombre popular
y prosaico de El Espeluco de Las Aguas, mirado con horror por las gentes
sencillas, y era el espanto de los niños. Una tradición conservada por el
literato bogotano don Bernardo Torrente, refiere lo siguiente sobre tan extraña
pintura: Había una bellísima joven llena de todas las perfecciones y gracias
que en una criatura humana pueden hallarse. Poseía (y era de lo que estaba más
ufana) una linda y abundantísima cabellera, que era el pasmo de cuantos la
miraban. Un día que se contemplaba al espejo, exclamó llena de soberbia: Ni la
Virgen de Las Aguas tiene una cabellera tan bella como la mía. Anúblase
súbitamente el cielo; quedan transformados, repentinamente, en asquerosas
serpientes los ponderados cabellos; exhala la tierra un insufrible vapor de
azufre; óyese un espantoso y prolongado trueno, y un demonio, en hábitos de
fraile dominico, arrebata por los aires a la soberbia muchacha, dejando con un
palmo de narices a más de cuatro galanes que suspiraban por ella. Después se
aclaró el cielo, desapareció el hedor a azufre y todo quedó en calma. Y refiere
el mencionado cronista que preguntado el sacristán de Las Aguas, por un inglés
a quien contaba la leyenda, si en ella no habría exageración, le respondió:
“Tal vez haya alguna en lo del azufre y en lo de las serpientes; pero en cuanto
a lo del fraile hecho el diablo por una bonita muchacha, no hay ponderación ni
exageración alguna”.
Historia conocida como el espeluco de las Aguas.
[1] Debe hacerse una precisión. Hubo un
período en que el Gobierno de la Colonia se había elevado a Virreinato por
real cédula expedida en Segovia el 27 de mayo de este año de 1717. El cual
no duró mucho porque El Virrey Villalonga informó repetidas veces a la Corte
sobre la conveniencia de suprimir el Virreinato y restablecer la Presidencia
como Gobierno menos costoso. Así lo decretó el Monarca español a los tres años
de Gobierno de este Virrey, por cédula de septiembre de 1723. Al suprimirse el
Virreinato volvió a pertenecer la Presidencia de Quito al Virreinato del Perú,
hasta 1740. Felipe V,
por cédula expedida en San Ildefonso el 20 de agosto de 1739, restableció el
Virreinato del Nuevo Reino y comprendió en él las Provincias de la Audiencia de
Quito, las cuales quedaron haciendo parte del Virreinato de Santafé hasta la
guerra de Independencia.
[2] Por ejemplo esta cita: Los
historiadores colombianos no mencionan ningún acto útil del Gobierno de Manso,
quien el 19 de febrero de 1731 entregó el mando a la Audiencia, y, dice un
cronista contemporáneo, “salió de esta ciudad, sin despedirse y con mucho dinero”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario