Así
se denominaba, si no recuerdo mal, un librillo que por su pequeñez se
encontraba oculto en la biblioteca de mi papá. Lo leí en los años mozos y
recuerdo aún que lo escribió un jesuita de apellido de Vries. Como lo leí hace
tanto tiempo, en el siglo pasado, me señala mi memoria, espero recordar al
menos las conclusiones que traía o las que saqué en su momento.
Filosofar
es preguntarse a cada momento, desde las cosas trascendentales, hasta las
nimiedades de la vida. Y, en este momento me surge la inquietud, qué es vivir?
Por el momento dejemos la pregunta rondando como ronda cualquier pensamiento
que se desecha, que por ser desechado en su momento volverá a aparecer –o
simplemente se diluirá en el olvido-, poco importa.
Me
preguntaba entonces, vale la pena la preguntadera? Y Savater viene a mi
memoria, leído hace no mucho (Las preguntas de la vida), en que en algún lado
mencionó que hay preguntas que no deberían hacerse, porque complican la vida,
porque no hay respuesta, porque no queremos tenerla por miedo o simplemente
porque no valen la pena, agrego yo. Entre ellas estarían: cuál es el sentido de
la vida? Existe Dios? Y sin embargo resultan fundamentales, si no para todos,
al menos para mí. Pero razón ha de tener Savater y lo mejor es no hacer las
preguntas que no deben hacerse, por lo menos por el momento.
Y
entonces la memoria me trae –a colación?- una frase, no recuerdo en dónde la
leí, si la leí; en dónde la oí, si la oí, que decía que uno cambia todos los
días, uno no es el mismo hombre de ayer. En principio no le paré mayores bolas,
pero como suele suceder con los pensamientos que se desechan o ignoran, en su
momento afloran, como atrás mencioné. Y a ese pensamiento se aunó otro que me
decía que todos los días se envejece, desde el día de la concepción –momento en
el cual tampoco tenía nuestra aceptación para ocupar un lugar en el nuevo
mundo- y se sigue envejeciendo hasta el momento de nuestra propia expiración,
del primer aliento al último estertor. Pero curiosamente me asaltó una
contradicción1, particularmente pensada por los viejos, repetida
especialmente por mi mamá, que dice que no hay vejez porque la juventud se
lleva en el corazón –confieso que de joven no la entendía ni la compartía; hoy,
ya de viejo, la entiendo y la comparto-. O será por eso mismo? Nos vemos
envejecer cada día, según nos indica el espejo –una cana más, un pelo menos- y
pensamos –para consolarnos?- que el corazón –entendido como alma, si lo hay2-
se mantiene vital, por él escalaríamos el Everest, pero el viejo cuerpo no nos
lo permitirá, porque pondrá sus propias limitaciones y nos las hará saber.
En
otras palabras, no somos el de ayer. Y en efecto, pensándolo muy bien, nunca
somos el mismo, estamos en constante cambio, bien de pensamiento, bien de cuerpo
físico, bien de mente –léase bien, para evitar confusiones, o por la misma
razón-. Hice el ejercicio mental del constante cambio y para no ir demasiado
lejos, pensé en quien era hace unos dos años. Tenía mis preocupaciones, mis
planes, mis proyectos que trayéndolos a hoy, son otras mis preocupaciones, mis
planes y mis proyectos y haciendo el ejercicio por décadas, debo decir que
efectivamente en cada momento si bien fui Juan, han sido tantos Juanes como la
vida me ha procurado. Fui el Juan niño, el adolescente, el estudiante, el
universitario, el hombre laboral, el casado, el padre, y cada uno fue
diferente, muchas diferencias entre ellos, nada más la notoria de la edad, nada
más en las amistades, en las situaciones y en las mismas épocas que le tocó vivir
a ese Juan, según la época en que se quiera concentrar. Y con certeza puedo
decir que ninguno ha sido igual al antecesor y, por lo mismo, al sucesor.
Aunque también hay que reconocer que hay pedazos de Juan que pueden perdurar
entre épocas o durante ellas y supongo genéticas, y por decir algo, para
sustentar mi afirmación, en casi todos esos tiempos me ha preocupado el poder
saber cuál es la razón de mi vida y también la existencia de Dios.
Pero
igualmente aprendí que uno vive en una permanente incertidumbre –interesante la
teoría de Heisenberg, aunque no desde el punto de la física, en donde no
entendí ni jota- en donde estamos sometidos al juego de dados por parte de
Dios, mencionado por Einstein, para claridad de que no fue ocurrencia mía. Y
precisamente por estar en medio de la incertidumbre de la vida misma, es mejor
no plantearse la pregunta, para no preocuparse, porque es una de aquellos
planteamientos que es mejor no formular.
Y
la incertidumbre me lleva al tiempo. Pasado, presente y futuro. Curiosamente es
Savater quien brinca en mi ayuda y a su vez: “De nuevo es San Agustín el que plantea de forma más competente el
asunto: ‘Tampoco se puede decir con exactitud que sean tres los tiempos:
pasado, presente y futuro. Habría que decir con más propiedad que hay tres
tiempos: un presente de las cosas pasadas, un presente de las cosas presentes y
un presente de las cosas futuras. Estas tres cosas existen de algún modo en el
alma, pero no veo que existan fuera de ella. El presente de las cosas idas es la
memoria. El de las cosas presentes es la percepción o la visión. Y el presente
de las cosas futuras la espera.’ Tanto el pasado o el futuro tienen efectos
presente porque están presentes en nuestro presente. Mutilar el presente del
recuerdo del pasado y de la expectativa del futuro es dejarlo sin espesor, sin
sustancia.”
Y
todo esto es angustioso, si se hacen las preguntas, que no deben hacerse,
aunque para Ciorán: “El hombre sin
angustia no es hombre”; todo conduce a una condena anticipada.
Pero
la mejor forma de superarlo es precisamente, no hacerse las preguntas que no
deben hacerse. (En algún momento volverán a aparecer, esperemos ese día sin
angustia que Dios proveerá, como decía mi papá).
1 Curiosamente me enteré hoy, en un artículo de prensa, y sin pretender
pasar por demasiado cultivado, que ese tipo de contradicciones se llaman
oximorón, “El oxímoron (del griego ὀξύμωρον, oxymoron,
en latín contradictio
in terminis), dentro de las figuras
literarias en retórica, es una figura
lógica que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola
expresión, que genera un tercer
concepto. Dado que el sentido literal de oxímoron es opuesto, ‘absurdo’ (por ejemplo, «un instante eterno»), se fuerza al lector o al interlocutor
a comprender el sentido metafórico (en este caso: un instante que, por la intensidad de lo vivido durante
su transcurso, hace perder la noción del tiempo).” (https://es.wikipedia.org/wiki/Ox%C3%ADmoron)
2
En Savater: “Marcel Conche: ‘La noción de espíritu puro o de alma, como sustancia incorporal,
indivisible, etcétera, parece fruto del Miedo. El hombre tiene un miedo tan
profundo ante la muerte que se ha forjado una idea de sí mismo como hombre-sin-cuerpo = alma, para escapar a
su destino, a la muerte.” Preveo que el tema quedará en archivo provisional,
para otro blog en particular.
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