Algún día andaba de paseo, afortunadamente en un día radiante, respirando
la soledad que acompaña a un caminante en sendero de campo. En un momento dado
me encontré ante una disyuntiva, se presentaba ante mí una ye que abría en dos
la carretera. Ambos caminos me llevaban al mismo lugar al que dirigía mis pasos,
lo sabía porque ya los había recorrido, por aquél deseo de exploración al que a
veces dejo imponer. Uno más largo que el otro, éste más empinado que aquél,
pero en últimas me llevaban a la misma meta.
En un momento de dubitación se disparó mi imaginario, a pesar de que sabía
cuál camino iba a tomar, como si ya el destino lo hubiera trazado de antemano.
Sin embargo, ese imaginario se elevó de tal manera que me vi, no sólo yo, sino
como si fuéramos dos personas adicionales. Para explicarme, mi ser real se
encontró ante el dilema imaginario de cuál camino tomar. Hubo una especie de
desdoblamiento, mental naturalmente, en el cual se presentaron ante mí esos dos
personajes, que a la vez era yo mismo. Al verles me hicieron dudar de cuál
camino tomar, por cuál dejarme guiar, a cuál seguir. Ante la duda, qué otro
camino podía optar? Pensé y me dije, qué tal si dejo que cada uno tome su
propio camino? Qué pasa en el recorrido de cada uno de ellos? Me contarán su
experiencia nada más nos volvamos a reunir? Decidí entonces bautizarlos a cada
uno, para que luego no me confundieran, tal como han de confundirse dos
gemelos. El que tomaría la derecha se llamaría Él y el de la izquierda, Alter
ego.
Decidido este punto, a cada uno le invité a que emprendiera su camino, con
la condición de que al reencontrarnos me contaran su propia experiencia de un
recorrido de no más de una hora de camino, a pleno sol, vista espectacular, sin
afán de ninguna especie. Sin embargo, noté que ambos se miraron con recelo, con
un cierto dejo de desconfianza, como cuando uno mira al saberse impuesta una
tarea, no del todo deseada, cuando uno cree que al otro le va a ir mejor.
Les vi, pero no dije nada, no quería intervenir en este punto, para evitar
que se malograra esta experiencia. Tampoco hice comentario adicional, a pesar
de que sí lo quería hacer. Preferí no decir nada, esperaba mantener
imparcialidad y objetividad, pero en sus miradas se notó la desazón y sin más
comentario que una mirada de despacho, les hice iniciar su respectivo camino.
Por mi parte, tomé el camino que el destino me había fijado desde mucho
antes de mi propia existencia. Con paso lento, de atento observador, con cámara
fotográfica dispuesta para ser disparada sobre todo aquel objeto que llamara mi
atención y que colmara mi anhelo de eternizarlo, que permitiera que volviera a rememorar
la respectiva instantánea en su momento, lo que permitiría también traer a mi
memoria el momento idealizado de un caminar por la vida, sin afanes, sin más
ilusiones que la de gozarme esos instantes que fueron dispuesto para mi placer.
Eso era, el placer de ver la vaca pastando con su respectivo ternero, los
perros saliendo a mi paso, algunos en son de compañía, otros a lo lejos
manifestándose con un ladrido lastimero informando de esta manera que alguien
pasaba, pero manteniéndose echado sin mayor alarde, dejando claro que de esa
forma cumplía con su parte. Presenciar vistas curiosas que pocas veces se
logran ver, como un cordero muy recién nacido balando a su madre; una flor
nunca vista, extraña para la vista de un citadino, en cuyos pétalos revolotean
sin cesar no solo abejas, sino también avispas y aún moscas, compartiendo todas
ellas, porque para todas hay espacio, hay lugar, sin necesidad de hacerle
ninguna zancadilla al vecino. Sentir el sol acariciando el camino y al pasar
por las sombras, sentir la brisa que aclimata al calor. Oír a los pájaros
cantar, al fondo el sonido del mugir, del balar, pero también, sentir el sonido
de los árboles al agitarse con el viento, con ese especial movimiento que les
lleva a hablarse entre ellos. Mientras disfrutaba mi camino, esto pasaba con
mis otros ‘yos’:
Él arrancó su camino y se fue pensando: “Por qué tendría que elegir para mí
este camino? Fijo que al otro le tocará más sombra, más plano, un mejor camino,
mientras que a mí me tocó éste. No sé por qué no me dejó elegir. Creo que sabía
que yo quería el otro, pero como consiente más al otro que a mí. Pero quién le
dice! Y este calor, ni siquiera se consigue un poco de agua. Definitivamente
eso que escojan por uno, sin pedirle opinión. Ya verá cuando llegue y me oirá
la lengua, porque no hay derecho.” Y con la misma retahíla durante todo el
camino, sin parar, el cerebro enojado cada vez más, sin parar; maldiciendo para
sus adentros en ocasiones, en otras deprimiéndose, dejándose llevar por el
pesimismo, la angustia, la incertidumbre.
En el otro camino iba Alter ego, quien nada más arrancó su camino se fue pensando:
“Por qué tendría que elegir para mí este camino? Fijo que al otro le tocará más
sombra, más plano, un mejor camino, mientras que a mí me tocó éste. No sé por
qué no me dejó elegir. Creo que sabía que yo quería el otro, pero como
consiente más al otro que a mí. Pero quién le dice! Y este calor, ni siquiera
se consigue un poco de agua. Definitivamente eso que escojan por uno, sin
pedirle opinión. Ya verá cuando llegue y me oirá la lengua, porque no hay
derecho.” Y con la misma retahíla durante todo el camino, sin parar, el cerebro
enojado cada vez más, sin parar; maldiciendo para sus adentros en ocasiones, en
otras deprimiéndose, dejándose llevar por el pesimismo, la angustia, la
incertidumbre.
El último en llegar fui yo y les vi en la puerta de nuestro destino final.
Allí estaban los dos, mirándose de reojo sin confesarse mutuamente, pero ambos
sabían. Se miraron con vergüenza, pero no se volvieron a hablar, no querían que
el otro supiera que habían perdido el tiempo por andar pensando pendejadas, por
haberse dejado llevar.
Más tarde, en la intimidad de cada uno, las lágrimas de vergüenza serían sus
cómplices de reconocimiento del tiempo perdido.
Concluí que nadie nos tiene contentos, aunque yo por mi parte, seguí mi
destino, sin vergüenza y realmente lo disfrute, fueron tantas las fotos que
logré captar que por años, al volverlas a ver, retornará a mí esos momentos que
supe disfrutar.
Igualmente supe que perdía mi tiempo pensando, en cada oportunidad en que
la vida me lo planteó, que si mi destino hubiera sido diferente, cuán diferente
sería del que realmente viví. No valía la pena amargarse si la otra opción
hubiera sido la elegida, porque la elegida sólo podía ser la que el destino
había predeterminado.
(En la imagen, la versión reducida.)
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