“Refugiado,
refugiada. Adjetivo/nombre masculino y femenino [persona] Que se ha
refugiado en un país extranjero a causa de una guerra o de sus ideas políticas
o religiosas.”
“Migrante. Adjetivo/nombre
común. 1. [persona] Que llega a un país o región diferente de su lugar de
origen para establecerse en él temporal o definitivamente. Sinónimos: inmigrante. 2. [persona] Que
migra. Sinónimos: emigrante.”
“Asilado, asilada. Adjetivo.
1. Que está acogido en un
establecimiento benéfico. 2. nombre
masculino y femenino. Persona que tras pedir asilo, y sin tener estatuto de
refugiado, vive a expensas del Estado que lo acoge.”
https://www.google.com.co/search?q=
El tema de los refugiados africanos, sirios, del medio oriente y, en
general, de cualquier parte del mundo, que no pueden convivir en su propia
tierra, por culpa de unos cuantos que, con el tiempo, tampoco llegan a saber
por qué andan peleando, como nuestra guerrilla, me ha dado a pensar.
Tengo dualidad de sentimientos al
pensar en el tema. Es cuando Mr. Hyde y el doctor Jekyll se enfrentan dentro de
mí y, espero que nadie se ofenda, no sé cuál de ellos prevalecerá en este blog,
aunque si he de ser sincero, la excusa sobra, porque lo plasmado será lo que yo
pienso, independientemente de su aceptación, tal como lo expresé al iniciarme
como ‘bloguero’.
No recuerdo bien cómo logré
construir un símil para darme a entender, para expresar esa dualidad de
sentimientos: sería a través de un sueño, algún día echando globos o dejándome
llevar en alguna conversación, no lo recuerdo pero el asunto era el siguiente y
espero que sea lo suficientemente ilustrativo para que cada cual evalúe en su
silencio.
Digamos que fue un sueño. Se
inició con una panorámica de un conjunto residencial. Suficientes personas
viven y se aglomeran en él, y como paisajes en cascadas veo cómo sin pensarlo y
sin expresarlo, porque se da por entendido, cada quien quiere su seguridad,
cada cual mantiene su distancia, contiene su cortesía y encierra en sus paredes
sus terrores.
Por cualquier circunstancia de la
vida de la cual no se está exento, en la puerta aparece un grupo de personas,
numeroso por demás, que requiere de un asilo, aparentemente transitorio y desde
afuera se ve que en el conjunto hay espacio suficiente para albergarlos. El
grupo de afuera tiene, aparte de los ojos ya cansados de llorar, una bolsa en
donde cargan lo poco que lograron rescatar y en sus miradas no ofrecen nada,
porque ya nada tienen.
Y es en ese momento en que nacen
entonces los diversos sentimientos, todos justificables, de acceder a la
petición de asilo. Se hace una especie de paneo fílmico en donde se muestran
partes interiores del edificio, dejando al imaginario ver que hay unas áreas
comunes en donde se pueden recibir algunos, otros podrían estar acomodados en
apartamentos, y tal vez no todos, pero un buen número puede lograr cumplir con
la tarea del buen samaritano.
Se ve un grupo dentro del
interior del conjunto, creo que la mayoría inicial, que se opone a cualquier
tipo de acceso. Y pienso que están en su derecho. Quién permitirá que
desconocidos sean albergados en su zona de confort? Respondiendo la pregunta,
me veo en este grupo. Y como un pensamiento colectivo, se ve que no sólo es
cuestión de dejarlos entrar, también incluye el suministro de espacios de
intimidad, de baños, de alimentación comunal y quien recibe, debe cubrir su
costo, por regla general. Pensamos al unísono que no todos los residentes
tendrán los medios para ayudar, sea porque literalmente no tienen, sea porque
tienen una excusa convincente (de ahí el “Subterfugio. Del lat. subterfugium. 1. m. Efugio, escapatoria, excusa
artificiosa” que sirve de título por
cualquiera de las acepciones que se quiera), o porque en
últimas no se les da la gana, aunque no son capaces de expresarlo en voz alta,
son los que se limitan a mover la cabeza apoyando a la otra mayoría. Y están en
su pleno derecho. Yo sigo en el grupo, sinceramente no creo tener espíritu de
buen samaritano, a pesar de que cuando se trata de plata ajena soy muy amplio
distribuyéndola. Lo más fácil de la vida es divagar con plata ajena. Por eso
soy enfocado.
Y quienes son los refugiados?
Desconocidos, los menos favorecidos, si vamos a hablar con eufemismos.
Desconocemos sus costumbres, su cultura. Todo desconocido recién llegado,
siempre se comporta dentro de los mejores parámetros de cortesía y educación,
propia del ser tenido como ‘recién llegado’. Ese grupo incluye ancianos, niños,
hombres y mujeres de todas las edades, colores, educación. Es un conjunto
variopinto. Se ve así porque no se enfoca gente de estrato alto, pues de serlos
no estarían solicitando ayuda, estarían con sus pares o en otra de sus
propiedades, apenas natural –aunque no escapa algún avivato rico que se hace
pasar por Sisben, como se ha podido demostrar-.
Y como si una cámara me siguiera,
veo a quienes de ordinario han sido mis vecinos y cohabitan en el vecindario.
He encontrado todo tipo de arribismo, también los solidarios, los indiferentes,
los gamines –independientemente del estrato- y los decentes -independientemente
del estrato-, los comprometidos, los insultantes. Soy de aquellos que mientras
no se metan conmigo, soy la persona decente que cualquier persona quisiera
tener de vecino.
Cómo elegir? Fue la pregunta de
unos pocos, con lo cual se abrió la grieta de la puerta del rechazo. Difícil
decisión, porque es difícil separar a una familia, cualquiera sea la noción del
grupo familiar, pues algunos vivos lo extienden hasta a los novios y ya que se
incluyó a éste, de taquito toca a la parentela de éstos! Y tienen ese derecho,
aunque, al ser la parte débil de la situación, es lo toman o lo dejan y ellos
serán quienes decidirán por cual optan. Así de simple era el raciocinio,
indiferente al sentimiento que se pudiera tener. La realidad es realidad –a
pesar de ser un sueño-, a menos que se quiera pensar en esa realidad
eufemísticamente (ya esta palabreja se
está involucrando en mis escritos, creo que porque ya se involucró en la
realidad cotidiana y me molesta no llamar al pan, pan).
Alguien dijo que no hacer filtro
era peligroso, porque cualquiera indeseable, se podía colar. El comentario por
sí solo hizo mella. Otro alguien sugirió que el de ojitos dormilones, podía
quedarse en su apartamento. De esta manera la grieta de rechazo inicial se fue
abriendo, sin embargo hubo un momento en que el hecho de abrir la puerta
significó recibir un empujón porque todos querían entrar, a las buenas o a las
malas. Los unos podían tener derecho, pero más derecho tenían los otros. Era
una lucha de fuertes y contrafuertes. Y me preguntaba cómo podían tener derecho
quienes no tenían ningún derecho? De cuándo acá?
Entonces hubo un salto
tempo-espacial propio del sueño. En unas zonas comunes y parqueaderos, había
gente aglomerada, echada en el suelo, con temor a levantarse porque sentían que
podían perder su sitio. Ya tenían derecho sobre ese espacio. En los pasillos y
alrededor de las puertas de acceso al apartamento igualmente había un gentío
arrumado. Igualmente habían obtenido un derecho. Por mi parte, a uno le daba
temor abrir la puerta de su propio apartamento, bien para entrar o para salir,
por el miedo, sí miedo a que se le colaran en su zona de comodidad, en su
propiedad. Una cosa era ceder un poco de derecho, pero no que le terminaran
quitando sus derechos, todo bajo la sombra de un eufemismo llamado humanidad o
el arte del buen samaritano. A eso sí no iba a ceder, ya habían cedido bastante
aquellos que habían dejado abrir la grieta.
Y pensando en esto, el tiempo
pasado hizo que aquellos cariacontecidos iniciales, se volvieran otros seres.
Ya no cuchicheaban, ya hablaban en tono alto. Las miradas iniciales de corderos
degollados se volvieron miradas envalentonadas, parecía como si, por arte de
magia, les hubieran brotado derechos de las sombras. Y así los asilados,
primero uno arriesgado, luego otros que le apoyaban y después los muchos, se
sintieron con derecho, con derecho a exigir. Hay hampones disfrazados de buenas
personas, con el tiempo la desesperación hace que se murmure con otra voz, nace
el odio y la desazón, nacen todos los sentimientos más turbios, el mercado
negro de mercancías y de sentimientos.
Y alguien dijo: sí vieron? Yo lo dije, denles la mano y verán… Yo
también lo pensé. Me había quedado sin hogar, había sido desalojado y ya no
tenía derecho, me lo habían arrebatado quienes inicialmente no lo tenían y eso
me enfureció. Desperté hecho una furia, no había derecho!
Ya despierto vinieron mil cuestionamientos. Los habitantes de un
territorio no pueden ser obligados a ser invadidos, legal o ilegalmente. Tienen
el derecho a su territorio. Los
invasores, tienen derecho a no ser expulsados de su patria, pero lo han sido,
pero tampoco pueden pretender que se les acoja a la fuerza. El que está, tiene
sus derechos; el que llega, los perdió, a pesar de las vanas promesas que se
les haga. Una cosa es acoger con voluntad a una persona y otra, muy diferente,
acoger a una persona que trae consigo mil más, a la brava. Los que vienen, no
quieren quedarse donde están, quieren ir más allá, al país de sus sueños
–Alemania o USA-, porque se supone que allí en vez de maná lloverá plata! Eso
les han prometido. Y hay que alcanzar la meta a como dé lugar, arrasando,
trampeando, llorando, sometiéndose.
Es una desgracia la situación. Y dice mucho de nuestra raza! Me he
preguntado: por qué no han fusilado a todos los que trafican con esos
sentimientos? Por qué no han fusilado a quienes, bajo cualquier argumento, han
expulsado o han obligado a sus congéneres a refugiarse? Por qué hacen promesas
que no van a cumplir a los refugiados? Por qué no dejarse de eufemismos y decir
sí o no, pero cumplir? Por qué la ONU en vez de darse golpes de pecho –y
despilfarrar la plata en otros asuntos- no toma las medidas que le corresponde?
–sigo pensando que la ONU, sus derivados y demás siglas sirven para tres cosas
y la última, es para nada, como las otras dos!-.
El problema final es que todos tenemos derechos y a la vez, todos
sentimos que tenemos derechos, qué dilema!
El temor de Europa era ser invadidos, ahora han sido invadidos por
aquellos que en el pasado explotaron, pero no los consideran conquistadores,
como ellos sí lo fueron en su momento (¿).
Por último, si me preguntan de qué me avergüenzo? Sólo podré decir que
de mis ‘hermanos’, los seres humanos, con o sin eufemismo. Dormido y despierto.
Para terminar, me
encuentro dos alusiones al tema, que miran otra cara de la moneda, la parte de
quienes ven con humanidad el problema:
“Aunque la historia del mundo es la historia de los
migrantes, no siempre es fácil llegar para quedarse en tierra ajena. Pasa de
nuevo aquí y ahora.
La historia del mundo es la historia de
los migrantes. Nuestros ancestros, los de todos, en algún momento llegaron de
otros lugares. Si no fueron los padres, fueron los abuelos, los bisabuelos o
más atrás. Y eso pasa en cualquier esquina de este planeta construido por
colonos y viajeros de todas las razas. Sin embargo, nos cuesta vernos a
nosotros mismos como hijos de migrantes y por eso no tendríamos por qué mirar
con desprecio a los que vienen de lejos. Pero los nacionalismos han logrado
distanciarnos y aparecen locos que hablan de muros y consiguen votos señalando
con el dedo y condenando a los extraños.
Al final somos todos mestizos, no
importa de qué color tengamos la piel. Pero aun así insistimos en sentirnos
diferentes y con ello provocamos tragedias. (…)
Lo más triste es que como nunca antes
hoy estamos conectados con todo el planeta. En tiempo real y de manera
instantánea sabemos lo que pasa al otro lado del globo y podemos hablar viendo
la cara del interlocutor que está a miles de kilómetros. La economía está
globalizada y las redes sociales han tejido una nueva manera de comunicarse que
trasciende todo. Pero hoy, justamente hoy, en ese mundo globalizado se cierran
fronteras, se construyen muros y se intenta frenar a los que vienen de otras
tierras.
Es la paradoja del siglo XXI: cuanto
más conectados estamos, más lejos nos sentimos de los otros.”
Y Savater:
“el imbécil
‘aquí somos así’ y la mitificación de las ‘raíces’ propias –como si los seres
humanos fuésemos vegetales- bloquea la verdadera necesidad humana de hospitalidad que nos debemos unos a
otros de acuerdo a lo que hemos llamado ‘dignidad’. Para quien es capaz de
reflexionar, todos somos extranjeros, judíos errantes, todos venimos de no se
sabe dónde y vamos hacia lo desconocido (¿hacia los desconocidos?), todos nos
debemos mutuamente deber de hospedaje en
nuestro breve tránsito por este mundo común a todos, nuestra única verdadera
‘patria’. Lo ha formulado muy bien un escritor judío contemporáneo, George
Steiner: “los árboles tienen raíces; los hombres y mujeres, piernas. Y con
ellas cruzan la barrera de la estulticia1 delimitada con alambradas,
que son las fronteras; con ellas visitan y en ellas habitan el resto de la
humanidad en calidad de invitados.” (–Las
preguntas de la vida-)
Y en últimas, el
problema es político-económico y ahí sí, prefiero dormir en la ignorancia a que
una rabieta acabe con mi corazón, ya de por sí atribulado.
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1 “Estulticia. Nombre
femenino formal. Ignorancia, necedad o estupidez de una persona.” (Google).
Sobra decir que resulta rara palabra para tan bonita definición.
Erratas del
anterior blog:
“de ver la
cotidianeidad de ajena”
“Ya me cansaron
con esae mismo discurso que se convierte en retahíla.”
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