O vicisitudes de
un pensionado, que es lo mismo.
Mensualmente un
pensionado debe ir a la droguería (Cruz Verde para más señas) para que le
suministren su dosis respectiva. Normalmente es cuestión de paciencia, pues en
la vuelta se puede tirar uno unos veinte minutos en la espera del turno. Y cosa
curiosa, la máquina de los turnos expide letras como C-D-P-G-Z, aunque a mí
siempre me da la P, sin quererlo ni pedirlo, pero seguro que me reconoce por la
P de pensionado.
En estos días me
tocó la dosis correspondiente y por ello iba armado de la paciencia necesaria
para esperar los veinte minutos consabidos y un cuarto más, por siaca. En la
puerta vi al vigilante que advertía a alguien que la espera estaba entre hora y
media y dos horas. No le creí y ante la imposibilidad de sentarme para la
espera, decidí hacerlo fuera de la droguería, libre del tumulto y del calor de
la humanidad de congéneres, pero siempre atento al famoso digiturno de llamada.
Pasaron los veinte minutos y nada, y lo peor, la letra P nada que se movía,
pero eso sí la G pasaba y pasaba. Alguna vez oí que independientemente de la
letra era la hora de llegaba la determinante, cosas que oí. En ese entonces
pensé que para qué carajos las repartían por letras, si eso era indiferente.
Hoy ya no sé qué pensar.
Pasó media hora y
nada. Pasó otra media y nada, la P no se movía. Pasó otra media hora y nada,
cada vez se veía más lejana la hora de atención y no es que fueran unas
doscientas personas las que estuvieran haciendo cola, ni siquiera cien, tal vez
veinte, pero era hora de almuerzo y no podía dejar esperando a mis comensales.
Hora y media de
mi vida perdida, pero me dije, a modo de consolación, vuelvo a las tres que a
esa hora ya debe estar despejado. Mamola a las cinco que pasé nuevamente estaba
igual que en la mañana, con la consabida advertencia del vigilante que la
espera era de dos horas. Esta vez sí le creí y me devolví sin esfuerzo y sin
drogas, ni que no pudiera asumir su costo y mamarme dos horas más en el
desperdicio de mi vida, pues las puedo aprovechar leyendo o no haciendo nada,
pues para eso soy dueño de mi tiempo, me dije, aquí solo se puede quejar uno
ante el mono de la pila.
Y al otro día me
esperaba una nueva aventura de esas que son siempre indeseables. El internet
dejó de funcionar. Iba a llamar por teléfono fijo pero igualmente estaba sin
funcionamiento. Todo el día fregando por conectarme y aplicando los
conocimientos en sistemas, desconecte, espere dos minutos, vuelva a conectar,
espere que se reinicie, pero nada. Como soy prepago (no llamo a nadie, nadie me
llama), pues sin internet y sin celular no pude comunicarme con Claro, porque
está claro que era Claro, con mayúscula, el operador.
Fui a llamar a un
lugar donde me prestaban el teléfono. Interminable menú de espiche 1 si tal
cosa, espiche 2 si tal otra y espere de menú en menú y cuando ya casi se agotan
los menús, sale la insoportable musiquita de espera que dura dos segundos el
sonsonete y vuelve a empezar el eterno sonsonete que no pasa de cuatro notas
musicales, lo que lo hace más desesperante e interminable. Cuando oí que me
iban a atender una operadora, tome para que lleve, la llamada se calló y se
cayó la misma. Vuelve y juega, con iguales resultados. Respire profundo y no
haga nada hasta que llegue a la casa, me aconsejo, que de pronto se arregló
solo. Pero nada, empeoró la situación porque la televisión también dejó de
funcionar; jodidos!
Desconectar el
sistema, esperar dos eternos minutos, volver a conectar, esperar a que se
reinicie, esperando que nada sucediera como efectivamente sucedió, no sucedió
nada. Respirar profundo y solo se me ocurren dos causas para que haya ocurrido
todo esto, que me hayan desconectado por falta de pago, aún habiendo pagado
oportunamente o que por equivocación me hayan desconectado, como en alguna
oportunidad me ocurrió y cuando reclamé me dijeron, sin rubor alguno, que qué
pena.
En fin, por fin
logré comunicarme luego de los consabidos menús y alguien tímidamente me
contestó, su nombre por favor, sí don Juan, espere un momentico y yo harto de
momenticos de espera. Al rato, su cédula por favor, un momentico ya lo atiendo.
Al rato, me confirma su dirección, gracias por esperar, un momentico que estoy
haciendo una verificación en el sistema. Largo silencio y ya preocupado de que
me hubieran dejado olvidado digo el aló, aló y afortunadamente la operadora se
atreve a decirme un momentico que estamos verificando el sistema. Al rato, me
puede recordar su celular y dale con el espere un momentico hago otra
verificación. Y silencio, hasta que al rato me dice que efectivamente en su zona
hay una caída del cincuenta por ciento y ya la están reparando, cosa que pudo
haberme dicho al principio. Pero para compensar la situación, agrega la
operadora, le activaremos gratuitamente la línea de internet en su celular, en
media hora le llegará un mensaje a su celular y puede acceder al servicio; pero
gratis, reitero, como forma de no llevarme posteriores sorpresas, como en el
pasado me ha acontecido; sí, como compensación, me responde. Ah bueno, gracias.
Duración de la llamada 18 minutos y 42 segundos, según el registro y eso que yo
no hablé más de un minuto en total, el resto fue de momenticos y de eternos
silencios mientras verificaban no sé cual sistema, supongo que el nervioso mío.
Y esperé la media
hora para que me llegara el mensaje de conexión que me habían prometido, pero
nada. Al rato vi un mensaje de Claro y me dije que al menos cumplieron, no en
el tiempo sino en la promesa. Pero mamola, para acceder había que digitar una
clave de acceso, supuse que era la cédula, pero no, entonces supuse que era la
del servicio, pero tampoco, mamola. Es decir, quedé desprogramado y jodido, lo
único que se me ocurrió para pasar el rato fue sentarme a escribir estas
cuitas, pues no había nada más qué hacer y seguro que a la una de la mañana me
ponían la famosa conexión.
Eso me hizo
pensar en mis épocas en que no existía esta tecnología, en el lejano siglo
pasado, que lo más grave que podía pasar era que en la noche se fuera la luz,
aunque más que problema era una aventura, pues alrededor de una vela nos reuníamos
a oír cuentos y cuitas familiares.
Pero cómo han
cambiado las cosas, me dije a manera de consuelo.
La
mesura y la sensatez vienen con los años, con la experiencia, con la derrota.
Tomado de Facebook
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