lunes, 5 de diciembre de 2022

DESAMPARO

            O vicisitudes de un pensionado, que es lo mismo.

             Mensualmente un pensionado debe ir a la droguería (Cruz Verde para más señas) para que le suministren su dosis respectiva. Normalmente es cuestión de paciencia, pues en la vuelta se puede tirar uno unos veinte minutos en la espera del turno. Y cosa curiosa, la máquina de los turnos expide letras como C-D-P-G-Z, aunque a mí siempre me da la P, sin quererlo ni pedirlo, pero seguro que me reconoce por la P de pensionado.

             En estos días me tocó la dosis correspondiente y por ello iba armado de la paciencia necesaria para esperar los veinte minutos consabidos y un cuarto más, por siaca. En la puerta vi al vigilante que advertía a alguien que la espera estaba entre hora y media y dos horas. No le creí y ante la imposibilidad de sentarme para la espera, decidí hacerlo fuera de la droguería, libre del tumulto y del calor de la humanidad de congéneres, pero siempre atento al famoso digiturno de llamada. Pasaron los veinte minutos y nada, y lo peor, la letra P nada que se movía, pero eso sí la G pasaba y pasaba. Alguna vez oí que independientemente de la letra era la hora de llegaba la determinante, cosas que oí. En ese entonces pensé que para qué carajos las repartían por letras, si eso era indiferente. Hoy ya no sé qué pensar.

             Pasó media hora y nada. Pasó otra media y nada, la P no se movía. Pasó otra media hora y nada, cada vez se veía más lejana la hora de atención y no es que fueran unas doscientas personas las que estuvieran haciendo cola, ni siquiera cien, tal vez veinte, pero era hora de almuerzo y no podía dejar esperando a mis comensales.

             Hora y media de mi vida perdida, pero me dije, a modo de consolación, vuelvo a las tres que a esa hora ya debe estar despejado. Mamola a las cinco que pasé nuevamente estaba igual que en la mañana, con la consabida advertencia del vigilante que la espera era de dos horas. Esta vez sí le creí y me devolví sin esfuerzo y sin drogas, ni que no pudiera asumir su costo y mamarme dos horas más en el desperdicio de mi vida, pues las puedo aprovechar leyendo o no haciendo nada, pues para eso soy dueño de mi tiempo, me dije, aquí solo se puede quejar uno ante el mono de la pila.

             Y al otro día me esperaba una nueva aventura de esas que son siempre indeseables. El internet dejó de funcionar. Iba a llamar por teléfono fijo pero igualmente estaba sin funcionamiento. Todo el día fregando por conectarme y aplicando los conocimientos en sistemas, desconecte, espere dos minutos, vuelva a conectar, espere que se reinicie, pero nada. Como soy prepago (no llamo a nadie, nadie me llama), pues sin internet y sin celular no pude comunicarme con Claro, porque está claro que era Claro, con mayúscula, el operador.

             Fui a llamar a un lugar donde me prestaban el teléfono. Interminable menú de espiche 1 si tal cosa, espiche 2 si tal otra y espere de menú en menú y cuando ya casi se agotan los menús, sale la insoportable musiquita de espera que dura dos segundos el sonsonete y vuelve a empezar el eterno sonsonete que no pasa de cuatro notas musicales, lo que lo hace más desesperante e interminable. Cuando oí que me iban a atender una operadora, tome para que lleve, la llamada se calló y se cayó la misma. Vuelve y juega, con iguales resultados. Respire profundo y no haga nada hasta que llegue a la casa, me aconsejo, que de pronto se arregló solo. Pero nada, empeoró la situación porque la televisión también dejó de funcionar; jodidos!

             Desconectar el sistema, esperar dos eternos minutos, volver a conectar, esperar a que se reinicie, esperando que nada sucediera como efectivamente sucedió, no sucedió nada. Respirar profundo y solo se me ocurren dos causas para que haya ocurrido todo esto, que me hayan desconectado por falta de pago, aún habiendo pagado oportunamente o que por equivocación me hayan desconectado, como en alguna oportunidad me ocurrió y cuando reclamé me dijeron, sin rubor alguno, que qué pena.

             En fin, por fin logré comunicarme luego de los consabidos menús y alguien tímidamente me contestó, su nombre por favor, sí don Juan, espere un momentico y yo harto de momenticos de espera. Al rato, su cédula por favor, un momentico ya lo atiendo. Al rato, me confirma su dirección, gracias por esperar, un momentico que estoy haciendo una verificación en el sistema. Largo silencio y ya preocupado de que me hubieran dejado olvidado digo el aló, aló y afortunadamente la operadora se atreve a decirme un momentico que estamos verificando el sistema. Al rato, me puede recordar su celular y dale con el espere un momentico hago otra verificación. Y silencio, hasta que al rato me dice que efectivamente en su zona hay una caída del cincuenta por ciento y ya la están reparando, cosa que pudo haberme dicho al principio. Pero para compensar la situación, agrega la operadora, le activaremos gratuitamente la línea de internet en su celular, en media hora le llegará un mensaje a su celular y puede acceder al servicio; pero gratis, reitero, como forma de no llevarme posteriores sorpresas, como en el pasado me ha acontecido; sí, como compensación, me responde. Ah bueno, gracias. Duración de la llamada 18 minutos y 42 segundos, según el registro y eso que yo no hablé más de un minuto en total, el resto fue de momenticos y de eternos silencios mientras verificaban no sé cual sistema, supongo que el nervioso mío.

             Y esperé la media hora para que me llegara el mensaje de conexión que me habían prometido, pero nada. Al rato vi un mensaje de Claro y me dije que al menos cumplieron, no en el tiempo sino en la promesa. Pero mamola, para acceder había que digitar una clave de acceso, supuse que era la cédula, pero no, entonces supuse que era la del servicio, pero tampoco, mamola. Es decir, quedé desprogramado y jodido, lo único que se me ocurrió para pasar el rato fue sentarme a escribir estas cuitas, pues no había nada más qué hacer y seguro que a la una de la mañana me ponían la famosa conexión.

             Eso me hizo pensar en mis épocas en que no existía esta tecnología, en el lejano siglo pasado, que lo más grave que podía pasar era que en la noche se fuera la luz, aunque más que problema era una aventura, pues alrededor de una vela nos reuníamos a oír cuentos y cuitas familiares.

             Pero cómo han cambiado las cosas, me dije a manera de consuelo. 

La mesura y la sensatez vienen con los años, con la experiencia, con la derrota.[1]

Tomado de Facebook
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[1] Asfixia. Raúl Garbantes.

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