miércoles, 25 de enero de 2023

DEL PASADO AL HOY. EL TELÉFONO.

                Hablar de cosas del pasado que fueron pero que el paso del tiempo hizo que se transformaran y hoy, con la mirada fija en ese pasado, ya puede que no sean lo que fueron, al perder su personalidad, me hizo pensar en todas aquellas cosas que alguna vez conocí y con el paso del tiempo murieron, se transformaron, se sobresaltaron. Y por eso, en la medida de lo posible, recapitularé a través de este blog, sea para recordarlas, si se es viejo como yo, o para explicarlas en sus orígenes, si se es joven y tienen la valentía de leerme.

 

                Hablar, por ejemplo, del teléfono, ese artilugio que en mi conciencia de vida siempre existió, siempre estuvo allí y que, como suele acontecer, nunca se preguntó uno de dónde provino, pues, como dije, siempre estuvo allí. El símil perfecto para la juventud de hoy es el celular, para ellos siempre ha existido y no se preguntan sobre sus orígenes, el teléfono, porque siempre lo han tenido.

 

                Pero bueno, hablo del pasado, de ese teléfono negro, grandote y pesado que siempre estuvo en su lugar, en la mesa del teléfono, conectado por un cable a una pared, sin mayores posibilidades de movilización, al contrario del actual celular. Los de mi época saben de qué hablo.

 

                Pero bueno, sigo hablando del pesado teléfono de disco, con el que nací y que fue compañero necesario de toda mi infancia y juventud. Aún recuerdo el número (405268 al que con el paso del tiempo se agregó un 2 inicial, porque Bogotá estaba creciendo, sin darme cuenta, sin darnos cuenta) y ello invisiblemente se reflejaba en el crecimiento de números.

 

                El discado… el disco, el tono de inicio, el tono de llamada, el color -negro tradicional-, todo un recuerdo.

 

                Con el tiempo, familias más avanzadas fueron cambiando el color negro por teléfonos más livianos de colores y su forma fue cambiando también. Así como la mesa del teléfono fue cambiando, cuando se lograba tener dos teléfonos, la mesa cambiaba de nombre, la del teléfono de arriba, la del teléfono de abajo (con los consabidos gritos de yo contestoooo, cuelguennnn abajoooo que es para míiiiii).

 

                Y siguiendo con la historia, solo tenían servicio local, o básico que se llamaba, y de allí que si se necesitaba llamar a otra ciudad del país, había que llamar a la operadora para que hiciera la conexión nacional. Si era al extranjero, la llamada debía hacerse a la operadora internacional, se necesitaba de un intermediario en esos casos. También recuerdo que luego el servicio podía uno ampliarlo para que se incluyeran esos tipos de llamadas sin intervención de la operadora. Como siempre, hay gente abusiva, dentro o fuera de casa y para impedir que las cuentas no deseadas llegaran, muchas familias optaron por poner dentro del discado un candadito que impedía el giro completo del discado. Y no hablo de cuando la comunicación se tenía que hacer por intermedio de Telecom a la que había que ir para hablar -muchas veces para gritar, por efectos y defectos de la comunicación de la época- en las casillas en que se hacían o recibía llamadas previamente concertadas-. Ese sería ya otro tema.

 

                Todo este recuerdo me llevó a pensar en la evolución del teléfono, del negro que siempre conocí (y no se me trate de racista, que es otro tema aparte), cuyo color en la casa evolucionó al pasar al anaranjado, hasta que llegó la edad del teléfono del teclado que hizo desaparecer el disco añorado, donde el candado también murió, aunque las llamadas nacionales o internacionales ya se podían hacer directamente o se podían bloquear a voluntad, si así lo decidía el jefe de la familia.

 

                No hablo de los teléfonos que podían existir antes de nacer, a los de los años cincuentas, porque no los viví, aunque estaba al tanto de ellos por las películas y en persona los conocí en alguna exposición del Murillo Toro, como muestra que explicaba su evolución.

 

                Y ese teléfono, con sus variantes explicadas, pervivió hasta entrado el nuevo siglo, cuando apareció el celular, en versión gigante, claro está y de uso exclusivo para pudientes y pantalleros, como uno que algún jefe tuvo para demostrar su condición y pantallería que, si he de ser sincero, adoptó.

 

                Con el tiempo la tecnología lo fue achicando, estilizando y volviéndolo multifuncional, como los que hoy, aunque a pesar de ello, el teléfono como tal persiste -aún inalámbrico, a los que por olvido no mencioné. De los celulares, eso ya es otra historia, más moderna, más contemporánea, respecto de los cuales no vale la pena profundizar, por la gama que hay por precio, por aplicaciones, por tanta vaina que pueden tener que por eso mismo es tan rentable robarlos.

 

Hay una intimidad eterna que conservamos con aquellos sitios donde hemos vivido, un reconocimiento que está por encima del paso del tiempo sobre las superficies, o poco relacionada con los ciclos de ascendente prosperidad o lento declive que representa el fenómeno del progreso. Algo muy hondo dentro de nosotros siempre verá esos lugares importantes de una sola y determinada manera, aunque nos mantengamos viviendo en ellos para siempre o, por el contrario, los visitemos tras un largo periodo de ausencia. Siempre lucirán igual ante nuestros ojos, aunque esos lugares hayan dejado de parecerse a nuestros recuerdos.[1]

Tomado de Google
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[1] Cacería implacable. Raúl Garbantes.

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