viernes, 27 de enero de 2023

DEL PASADO AL HOY. LA CANECA DE LA BASURA.

                O si se quiere más especificidad, del recipiente hogareño que recibe las basuras de todo tipo.

 

                Pensando en mi niñez, recuerdo que de las primeras canecas que conocí eran todas de metal, color gris, tapa incluida. Cuando fui medianamente más grande, luego de los ocho o diez años, ascendí a ser el encargado de sacarla (dicho así, encargado, porque mi mamá mandaba y había que obedecerle, para evitar mayores problemas).

 

                La basura -como se decía, aunque debo precisar que me refiero al camión de la basura-, pasaba dos o tres veces a la semana. Había que estar pendiente del día y la hora en que solía pasar a recogerla. Mi mamá previendo la hora socialmente convenida, ordenaba sacar la caneca (aún la oigo gritar desde la distancia en donde estuviera con sus quehaceres: Fulanito saque la caneca que ya va a pasar el camión y esté pendiente de que no se la lleven. -desde esa época no se confiaba mucho en los demás, añado-). Y vaya recordando uno cuando a uno se le olvidaba o el camión se adelantaba de hora, eso sí que eran carreras maratónicas cargando la caneca, corriendo detrás del camión y uno gritando: espereeee. Lograr la meta, entregarla, esperar a su devolución y retornar con el trofeo, la caneca, pero sin basura.

 

                No existían las bolsas plásticas, pues las compras se hacían en canastos o se empacaban en papel periódico -en el caso de la carne- o en bolsas de papel, para el resto de compras.

 

                Con el tiempo la caneca de metal pasó a ser sustituida por la de plástico, pero la rutina era la misma, sin cambios notorios, salvo que se marcaban con el nombre de la familia o el número de la placa de la dirección, cualquiera valía para poder demostrar la propiedad -porque también se las robaban-, naturalmente marcada con cualquier sobrante de pintura que se guardaba en el sanalejo, para cuando se necesitara, se solía repetir en aquellas épocas.

 

                No sé cuándo se dejaron de usar las canecas familiares para ser reemplazadas por las bolsas plásticas, que se fueron perfeccionando desde las que eran el empaque de las compras a las sofisticadas según tamaño y calidad, aunque lo usual era precisamente usar las que le daban a uno con el mercado y, para la época, signo ilustrativo para los vecinos para que supieran en dónde mercaba uno. Hoy es igual, supongo, aunque ya al vecino le importa poco en dónde mercó uno.

 

                Al no vivir ya en casa familiar, sino en apartamento, ya todo se convirtió en bolsa plástica. La rutina sigue medianamente igual; abundan las bolsas plásticas, desaparecieron las canecas (familiares y fueron sustituidas por los canecones de los edificios).

 

                Con el tiempo se impuso el reciclaje, cambiaron los colores de las bolsas -según lo legislado, aunque no lo practicado- y de reciclable y no reciclable, ahora son como cinco tipos de bolsas que deben usarse -según lo legislado, aunque no lo practicado-, aunque no todo el mundo tenga conciencia de ello. En mi caso, solo hay dos bolsas y no precisamente de colores, una de desperdicios y otra para reciclables.

 

                Hoy, persistiendo en el tiempo el día y hora de recogida, veo frente a los edificios diez, doce o más canecones listos para ser entregados a los camiones de basura, previa selección que dentro del edificio han hecho los recicladores autorizados, veo los camiones recogiendo la basura y pienso, o mejor, me imagino cuánta basura cabe en un camión, cuántos viajes hace cada día, en dónde se depositan y qué destino tiene, pero prefiero no seguir pensando en la gente que de esta actividad depende. Prefiero la comodidad de la distancia, pues me digo que bien caro me cobran con el recibo, para amargarme más la vida.

 

                Un ejemplo de las cosas que cambian sin cambiar, en que acumulamos basuras y después no sabemos cómo deshacernos de ellas.

 

Es extraño, pero los recuerdos de esa época son muy imprecisos. Curioso que el periodo más feliz de mi vida no lo pueda recordar con mayor detalle que la sensación de alegría que me producen.[1]

Foto JHB (D.R.A.)



[1] Lealtad y sangre. Raúl Garbantes.

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