Me causó curiosidad cuando una sobrina nieta compartió
una velada de conversación de viejos, ver como oía alelada sobre todas aquellas
cosas que antaño existieron y que hoy desaparecieron (la televisión en blanco y
negro, el teléfono ya olvidado, hasta el saber que antes se remontaban los
zapatos).
Ellos se asombran, mientras que nuestra generación no
tenía mayor asombro respecto del pasado de nuestros ancestros, ya que de pronto
nosotros veníamos trayendo un cierto rezago de herencia permanente de siglos
atrás, con ciertos ritmos históricamente constantes y aburridos que en
principio podrían pensarse que nuestros padres venían haciendo las cosas
iguales desde la colonia o del período decimonónico como se puede decir de ese
pasado ya lejano para muchos.
Parece que el mundo cambió -del burro al jet, se
anunciaba en la mitad del siglo pasado-; a partir de nuestra generación la de
la televisión -en blanco y negro y a duras dos o tres canales posibles-, del
radio de tubos al transistor, del avión al cohete y todo ese avance hizo que la
modernidad llegara a nuestra generación, con asombro, claro está, pero el
propio de la época (en que la brujería y la ciencia limitaban, como estaba
limitado el pensamiento, propio de la época regido por apariencias sociales y
religiosas), que en principio nada tenía que envidiarle a las anteriores, con
un paso más bien sosegado, comparativamente visto con la de nuestros hijos.
Parece que
nosotros no tuvimos mayor asombro que manifestar respecto de las generaciones
de nuestros padres y abuelos, porque tal vez veníamos cargados genéticamente de
los rezagos de la antigua cultura, como dije, en donde predominaba aquello que
enseñaban: Ya
conoce la estrategia, hacer como que se mueve algo para que no se mueva nada.
Decimonónicos
éramos, dirá alguno. Provincialismo, dirá otro. Y criollo de la colonia,
agregará alguien más.
Es pues así como nuestra
generación no puede admirarse de los tiempos del ayer mientras debiéramos
admirarnos de todo lo acaecido en los últimos cincuenta años, que fueron
surgiendo a lo largo de nuestra vida, sin darnos cuenta o pasando de agache
cuando fuimos arrasados por tanta tecnología en tan corto tiempo. Y las
generaciones venideras se admirarán de nosotros cuando sepan que fumar en el
bus o en el avión era permitido.
Nosotros nos admiramos del futuro
y ellos del pasado. Aunque aún nos asombramos de nuestros antepasados, en parte
por su propia estupidez (por aquello de los concilios discutiendo sobre el sexo
de los ángeles o sus eternas discusiones bizantinas), o su simpleza de
pensamiento (las eternas discusiones bizantinas), o firmado el tratado de
Tordesillas, El rey de Francia advirtió: «Antes de aceptar ese reparto
quiero que se me muestre en qué cláusula del testamento de Adán se dispone que
el mundo pertenezca a españoles y portugueses.» (Por
estas cosas quedamos perdonados, porque eran otros tiempos, me digo).
Y me reitero, nosotros nos
admiramos por el futuro y las nuevas generaciones por lo que fue el pasado.
Tengo miedo de lo que el presente, cuando sea
pasado, me hará en el futuro. Darlis le dijo: —El pasado no existe y el futuro
es ya. Todo es presente.
Tomado de Facebook
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… si uno se
sienta, se arriesga a perder un par de pantalones”» Ya nadie me
creerá, ya todos habremos olvidado como hemos olvidado las viejas profesiones
que día a día van desapareciendo, el zapatero, el hortelano, el remendón, sí,
en esos tiempos, monjas, sastres y modistas remendaban la ropa cuando estaba
raída (palabra que hoy tampoco se escucha con frecuencia), porque el lujo no
permitía desechar, como ahora se hace, ropa, zapatos, electrodomésticos, porque
siempre tenía su remedio, hasta que ya no había remedio, erán otros tiempos,
por eso en cada barrio había al menos un zapatero remendón, un sastre, una
modista, un electricista... La Revolución rusa contada para escépticos. Juan
Eslava Galán.
Historia del
mundo contada para escépticos. Juan Eslava Galán.
Los jóvenes no entienden lo que tienen porque no tienen contra qué comparar y nosotros si
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