miércoles, 5 de febrero de 2025

ASOMBROS

             Me causó curiosidad cuando una sobrina nieta compartió una velada de conversación de viejos, ver como oía alelada sobre todas aquellas cosas que antaño existieron y que hoy desaparecieron (la televisión en blanco y negro, el teléfono ya olvidado, hasta el saber que antes se remontaban los zapatos[1]).

             Ellos se asombran, mientras que nuestra generación no tenía mayor asombro respecto del pasado de nuestros ancestros, ya que de pronto nosotros veníamos trayendo un cierto rezago de herencia permanente de siglos atrás, con ciertos ritmos históricamente constantes y aburridos que en principio podrían pensarse que nuestros padres venían haciendo las cosas iguales desde la colonia o del período decimonónico como se puede decir de ese pasado ya lejano para muchos.

             Parece que el mundo cambió -del burro al jet, se anunciaba en la mitad del siglo pasado-; a partir de nuestra generación la de la televisión -en blanco y negro y a duras dos o tres canales posibles-, del radio de tubos al transistor, del avión al cohete y todo ese avance hizo que la modernidad llegara a nuestra generación, con asombro, claro está, pero el propio de la época (en que la brujería y la ciencia limitaban, como estaba limitado el pensamiento, propio de la época regido por apariencias sociales y religiosas), que en principio nada tenía que envidiarle a las anteriores, con un paso más bien sosegado, comparativamente visto con la de nuestros hijos.

             Parece que nosotros no tuvimos mayor asombro que manifestar respecto de las generaciones de nuestros padres y abuelos, porque tal vez veníamos cargados genéticamente de los rezagos de la antigua cultura, como dije, en donde predominaba aquello que enseñaban: Ya conoce la estrategia, hacer como que se mueve algo para que no se mueva nada.[2] Decimonónicos éramos, dirá alguno. Provincialismo, dirá otro. Y criollo de la colonia, agregará alguien más.

                Es pues así como nuestra generación no puede admirarse de los tiempos del ayer mientras debiéramos admirarnos de todo lo acaecido en los últimos cincuenta años, que fueron surgiendo a lo largo de nuestra vida, sin darnos cuenta o pasando de agache cuando fuimos arrasados por tanta tecnología en tan corto tiempo. Y las generaciones venideras se admirarán de nosotros cuando sepan que fumar en el bus o en el avión era permitido.

                Nosotros nos admiramos del futuro y ellos del pasado. Aunque aún nos asombramos de nuestros antepasados, en parte por su propia estupidez (por aquello de los concilios discutiendo sobre el sexo de los ángeles o sus eternas discusiones bizantinas), o su simpleza de pensamiento (las eternas discusiones bizantinas), o firmado el tratado de Tordesillas, El rey de Francia advirtió: «Antes de aceptar ese reparto quiero que se me muestre en qué cláusula del testamento de Adán se dispone que el mundo pertenezca a españoles y portugueses.»[3] (Por estas cosas quedamos perdonados, porque eran otros tiempos, me digo). 

               Y me reitero, nosotros nos admiramos por el futuro y las nuevas generaciones por lo que fue el pasado. 

Tengo miedo de lo que el presente, cuando sea pasado, me hará en el futuro. Darlis le dijo: —El pasado no existe y el futuro es ya. Todo es presente[4].

Tomado de Facebook
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[1] … si uno se sienta, se arriesga a perder un par de pantalones”»  Ya nadie me creerá, ya todos habremos olvidado como hemos olvidado las viejas profesiones que día a día van desapareciendo, el zapatero, el hortelano, el remendón, sí, en esos tiempos, monjas, sastres y modistas remendaban la ropa cuando estaba raída (palabra que hoy tampoco se escucha con frecuencia), porque el lujo no permitía desechar, como ahora se hace, ropa, zapatos, electrodomésticos, porque siempre tenía su remedio, hasta que ya no había remedio, erán otros tiempos, por eso en cada barrio había al menos un zapatero remendón, un sastre, una modista, un electricista... La Revolución rusa contada para escépticos. Juan Eslava Galán.

[2] El peso de los muertos. Víctor del Árbol Romero.

[3] Historia del mundo contada para escépticos. Juan Eslava Galán.

[4] Salvo mi corazón, todo está bien. Héctor Abad Faciolince.


1 comentario:

  1. Los jóvenes no entienden lo que tienen porque no tienen contra qué comparar y nosotros si

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