Una advertencia previa: en esta
oportunidad no me referiré en específico a los avances tecnológicos e
informáticos, ni a las herramientas que ofrece, como generadores del tema, lo que
dejaré para otra oportunidad.
La mera curiosidad me llevó a ver una publicación del youtuber (traducirá:
tu tubo?) que está de moda. No lo soporté ni cinco minutos, estaba explicando
cómo había hecho el anterior, por un momento de tristeza y que en esta
oportunidad también estaba triste, que no quería conmiseración alguna (no sé si
sepa qué significa esa palabra o ya olvidé si la usó, dudo que la haya usado,
entonces, es de mi propia cosecha y mi versión). Ponía esa carita de juventud
propia de hoy, de aquellos que ven el mundo gris, cuando no negro, pero el
mundo es de ellos y el resto de mundo se lo estamos ensuciando. Sinceramente no
lo soporté, buen actor o un depresivo para cuadro médico. Y dicen que eso es
arte y que eso es cultura. (Me contengo en mis comentarios, por el momento). Es
como los artistas actuales que tiran un trapo al suelo, lo pisan, lo restriegan
contra el piso y el título de la obra: con olor a patria! $5 millones la obra. (Como
ven, el tema me hace destilar veneno, lo confieso).
Recordé igualmente que en los últimos tiempos como noticias periodísticas
de primera plana están: la angustiosa carta del niño suicida, al que le faltó
fuete (juete por comida nos decían), la depresión que conlleva los apagones, la
abulia al no tener pila suficiente para mantener vivos los aparatos modernos. La
juventud de hoy al no tener nada, lo han tenido todo, sin tener nada. Qué
contradicción tan grande y en este aspecto, me afirmo, todo pasado fue mejor.
Continuemos.
Con
cierta renuencia leí a una joven articulista que hoy publicaba “Triste
juventud: de activismos y revoluciones”1 Inicia hablando de la revolución cultural del
68, en París. Cómo abrió futuro a la juventud de entonces, que estaba
conformada, podría decirlo, por una y hasta dos generaciones de las que me han
precedido. “En París, los estudiantes erigían bastiones de rebeldía en una ciudad
repleta de siglos de historia; una ciudad de inmaculada tradición. (…) No
habían más espacios institucionales y sagrados.” Pensé
en lo que pudieron pensar nuestros padres en sus momentos, en cómo se
santiguarían para que sus hijos no fueran de “esos” y que no se convirtieran en
hippies ni drogadictos, me lo imagino.
Creo que cada generación, aún la de mis padres, nacidos en
las primeras décadas del siglo XX, que también me vio nacer, produjo algún tipo
de cambio generacional en cada oportunidad. Si bien ellos eran “chapados a la
antigua”, dejaron la ruana y el sombrero aquí en la Sabana y afortunadamente la
de sus hijos. Sin pretender demérito alguno, al ser netamente citadino, no me
veo vestido de niño ni de adulto a la usanza de nuestros abuelos; irónicamente
el cambio climático nos favoreció, si sirve de excusa adicional. “Ese lenguaje cortés y moderado que estaba diseñado para guardar las
distancias ya no estaba hecho para estos jóvenes (los del 68, aclaro), cuyas
voces vibrantes y agresivas retumbaban sin tantas ceremonias. Sus gestos eran
expansivos, naturales; sus caras expresaban la cólera, la rabia, el desprecio e
incluso las inmensas convulsiones de placer.” Aunque “La revolución del
mayo parisino lo quería todo: un mundo más justo, donde la sociedad
tradicional, las instituciones o la religión no atentaran contra los derechos
de la humanidad.” El contenido de la primera frase perdura, la segunda
aún lo tengo en duda, aparentemente no quieren un mundo más justo, sino ser el
mundo, su centro y dispensar la justicia desde su propio centro, esa es mi
percepción. Creo que también es culpa nuestra, con el arquetipo de frase creada
a nuestra generación, en la que nos escudamos al darles más de lo que merecían “es
que no quiero que ellos pasen lo que yo pasé”!
Y comparto las conclusiones ofrecidas: “Me da nostalgia del 68 porque la
juventud de hoy en día no se asemeja ni pálidamente al legado de estos
estudiantes revolucionarios, que con la simpleza de sus comportamientos
cambiaron la realidad de una época. La juventud del siglo XXI es una juventud
triste, alienada por el prometedor escándalo de las redes y de los medios de
comunicación. El sentido de pertenencia, que antes se manifestaba en el arraigo
profundo a la juventud como grupo social, a una ideología política, a una
cultura propia, y a un interés genuino por el sufrimiento humano, ahora se
sujeta a un sentido de pertenencia virtual, aislado de la realidad y que se
reduce a unas relaciones superficiales con el mundo.” Y concluye
finalmente conmigo: “El mundo virtual induce a las jóvenes generaciones a una
profunda mediocridad. El acceso ilimitado a todo tipo de información,
curiosamente, ha hecho de la juventud un grupo no solo más aislado de la
realidad, sino que también más ignorante y pasivo. Para encontrar una
información de cualquier tipo me basta sumergirme en las infinitas
posibilidades de la red, sin necesidad de buscar otros caminos al conocimiento.
Si quiero ver el hambre, la pobreza, el desempleo y la injusticia, me basta con
preguntarle al doctor Google y con compadecerme de las terribles imágenes y
noticias que encuentro en la red. Para nuestra juventud, pareciera que el mundo
virtual fuera el único caldo donde se cuece la sabiduría sin fin.”
Nuestros hijos han sido producto de su generación, ayudados en muchos
casos por nuestra propia irresponsabilidad al educarlos y al no tener los
suficientes calzones para ponerles los límites del caso, aunque he de confesar
que a mí no me dolió corregir por el viejo sistema, a pesar de que a Bienestar
Familiar no le plazca. Y creo que fue efectivo. Pero esta generación está saliendo mediocre, con búsqueda de la facilidad
del dinero y la lejanía del intelecto, con pantalones en las rodillas, mirada
retadora y llena de odio, llenando su superficialidad intelectual con el
desprecio, a todo y a todos. Personalmente no me siento cómodo con ese tipo de
personas, prefiero hacerlas invisibles, no soporto ver a esas personas en el
papel de padres, disfrazando a sus hijos “a su imagen y semejanza”, parodia de
la ridiculez. Por su parte, también he de incluir a esa juventud de corbata,
igualmente, pero con más sofisticación, se creen los amos del mundo, creen que
pueden denigrar de cualquiera y si son sus subalternos, ni la decencia ni la
educación están dentro de sus parámetros de manejo. Los conozco, los he
conocido, los he soportado. Esa juventud es la que va a gobernar esa juventud. Afortunadamente,
será por poco tiempo más que deba soportarlos, porque aunque hay males que
duran cien años, espero que mi cuerpo no soporte 15 años más para sufrirlos. Si
ya la estupidez está empotrada en nuestros actuales gobernantes que si no se
graduaron, al menos asistieron a muchos cursos (nótese el veneno de la ironía). Y con todo lo dicho, qué tal que yo sea el equivocado? Que históricamente
sea necesaria la banalidad, la mediocridad, la decadencia de valores, para que
toque fondo y, como históricamente se ha presentado, la humanidad desde su
miseria vuelva a resurgir para iniciar un nuevo camino de reconstrucción de valores.
Será que soy de la generación a la que le tocó presenciar esta decadencia? Entonces concluyo, será que yo soy el equivocado?
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1 http://www.elespectador.com/opinion/triste-juventud-de-activismos-y-revoluciones.
Por Valentina Coccia. El Espectador, edición 29 de abril de 2016. Confieso que
la leí con renuencia, por mis propios prejuicios respecto de visuales que en el
mundo me confunden y que, de alguna manera, el mundo se ha encargado de
repetirme: “Deje los prejuicios, muchas veces lo que es no es.” Y últimamente
me he enfrentado a muchas sorpresas, trato de liberarme de ellos, pero mis
prejuicios son tantos, que ya estoy aprendiendo a hacer de tripas corazón y a
tratar de ver con mejores ojos que lo que es, puede no ser, y viceversa. Por
eso no sé qué tan equivocado puedo estar en mi percepción sobre este artículo
escrito.
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