viernes, 29 de abril de 2016

Y SI EL EQUIVOCADO SOY YO?

Una advertencia previa: en esta oportunidad no me referiré en específico a los avances tecnológicos e informáticos, ni a las herramientas que ofrece, como generadores del tema, lo que dejaré para otra oportunidad.

La mera curiosidad me llevó a ver una publicación del youtuber (traducirá: tu tubo?) que está de moda. No lo soporté ni cinco minutos, estaba explicando cómo había hecho el anterior, por un momento de tristeza y que en esta oportunidad también estaba triste, que no quería conmiseración alguna (no sé si sepa qué significa esa palabra o ya olvidé si la usó, dudo que la haya usado, entonces, es de mi propia cosecha y mi versión). Ponía esa carita de juventud propia de hoy, de aquellos que ven el mundo gris, cuando no negro, pero el mundo es de ellos y el resto de mundo se lo estamos ensuciando. Sinceramente no lo soporté, buen actor o un depresivo para cuadro médico. Y dicen que eso es arte y que eso es cultura. (Me contengo en mis comentarios, por el momento). Es como los artistas actuales que tiran un trapo al suelo, lo pisan, lo restriegan contra el piso y el título de la obra: con olor a patria! $5 millones la obra. (Como ven, el tema me hace destilar veneno, lo confieso).

Recordé igualmente que en los últimos tiempos como noticias periodísticas de primera plana están: la angustiosa carta del niño suicida, al que le faltó fuete (juete por comida nos decían), la depresión que conlleva los apagones, la abulia al no tener pila suficiente para mantener vivos los aparatos modernos. La juventud de hoy al no tener nada, lo han tenido todo, sin tener nada. Qué contradicción tan grande y en este aspecto, me afirmo, todo pasado fue mejor.

Continuemos.
 Con cierta renuencia leí a una joven articulista que hoy publicaba “Triste juventud: de activismos y revoluciones”1  Inicia hablando de la revolución cultural del 68, en París. Cómo abrió futuro a la juventud de entonces, que estaba conformada, podría decirlo, por una y hasta dos generaciones de las que me han precedido. “En París, los estudiantes erigían bastiones de rebeldía en una ciudad repleta de siglos de historia; una ciudad de inmaculada tradición. (…) No habían más espacios institucionales y sagrados.” Pensé en lo que pudieron pensar nuestros padres en sus momentos, en cómo se santiguarían para que sus hijos no fueran de “esos” y que no se convirtieran en hippies ni drogadictos, me lo imagino.
 Creo que cada generación, aún la de mis padres, nacidos en las primeras décadas del siglo XX, que también me vio nacer, produjo algún tipo de cambio generacional en cada oportunidad. Si bien ellos eran “chapados a la antigua”, dejaron la ruana y el sombrero aquí en la Sabana y afortunadamente la de sus hijos. Sin pretender demérito alguno, al ser netamente citadino, no me veo vestido de niño ni de adulto a la usanza de nuestros abuelos; irónicamente el cambio climático nos favoreció, si sirve de excusa adicional. “Ese lenguaje cortés y moderado que estaba diseñado para guardar las distancias ya no estaba hecho para estos jóvenes (los del 68, aclaro), cuyas voces vibrantes y agresivas retumbaban sin tantas ceremonias. Sus gestos eran expansivos, naturales; sus caras expresaban la cólera, la rabia, el desprecio e incluso las inmensas convulsiones de placer.” Aunque “La revolución del mayo parisino lo quería todo: un mundo más justo, donde la sociedad tradicional, las instituciones o la religión no atentaran contra los derechos de la humanidad.” El contenido de la primera frase perdura, la segunda aún lo tengo en duda, aparentemente no quieren un mundo más justo, sino ser el mundo, su centro y dispensar la justicia desde su propio centro, esa es mi percepción. Creo que también es culpa nuestra, con el arquetipo de frase creada a nuestra generación, en la que nos escudamos al darles más de lo que merecían “es que no quiero que ellos pasen lo que yo pasé”!
 Y comparto las conclusiones ofrecidas: “Me da nostalgia del 68 porque la juventud de hoy en día no se asemeja ni pálidamente al legado de estos estudiantes revolucionarios, que con la simpleza de sus comportamientos cambiaron la realidad de una época. La juventud del siglo XXI es una juventud triste, alienada por el prometedor escándalo de las redes y de los medios de comunicación. El sentido de pertenencia, que antes se manifestaba en el arraigo profundo a la juventud como grupo social, a una ideología política, a una cultura propia, y a un interés genuino por el sufrimiento humano, ahora se sujeta a un sentido de pertenencia virtual, aislado de la realidad y que se reduce a unas relaciones superficiales con el mundo.” Y concluye finalmente conmigo: “El mundo virtual induce a las jóvenes generaciones a una profunda mediocridad. El acceso ilimitado a todo tipo de información, curiosamente, ha hecho de la juventud un grupo no solo más aislado de la realidad, sino que también más ignorante y pasivo. Para encontrar una información de cualquier tipo me basta sumergirme en las infinitas posibilidades de la red, sin necesidad de buscar otros caminos al conocimiento. Si quiero ver el hambre, la pobreza, el desempleo y la injusticia, me basta con preguntarle al doctor Google y con compadecerme de las terribles imágenes y noticias que encuentro en la red. Para nuestra juventud, pareciera que el mundo virtual fuera el único caldo donde se cuece la sabiduría sin fin.”
 Nuestros hijos han sido producto de su generación, ayudados en muchos casos por nuestra propia irresponsabilidad al educarlos y al no tener los suficientes calzones para ponerles los límites del caso, aunque he de confesar que a mí no me dolió corregir por el viejo sistema, a pesar de que a Bienestar Familiar no le plazca. Y creo que fue efectivo. Pero esta generación está saliendo mediocre, con búsqueda de la facilidad del dinero y la lejanía del intelecto, con pantalones en las rodillas, mirada retadora y llena de odio, llenando su superficialidad intelectual con el desprecio, a todo y a todos. Personalmente no me siento cómodo con ese tipo de personas, prefiero hacerlas invisibles, no soporto ver a esas personas en el papel de padres, disfrazando a sus hijos “a su imagen y semejanza”, parodia de la ridiculez. Por su parte, también he de incluir a esa juventud de corbata, igualmente, pero con más sofisticación, se creen los amos del mundo, creen que pueden denigrar de cualquiera y si son sus subalternos, ni la decencia ni la educación están dentro de sus parámetros de manejo. Los conozco, los he conocido, los he soportado. Esa juventud es la que va a gobernar esa juventud. Afortunadamente, será por poco tiempo más que deba soportarlos, porque aunque hay males que duran cien años, espero que mi cuerpo no soporte 15 años más para sufrirlos. Si ya la estupidez está empotrada en nuestros actuales gobernantes que si no se graduaron, al menos asistieron a muchos cursos (nótese el veneno de la ironía). Y con todo lo dicho, qué tal que yo sea el equivocado? Que históricamente sea necesaria la banalidad, la mediocridad, la decadencia de valores, para que toque fondo y, como históricamente se ha presentado, la humanidad desde su miseria vuelva a resurgir para iniciar un nuevo camino de reconstrucción de valores. Será que soy de la generación a la que le tocó presenciar esta decadencia? Entonces concluyo, será que yo soy el equivocado? 






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1 http://www.elespectador.com/opinion/triste-juventud-de-activismos-y-revoluciones. Por Valentina Coccia. El Espectador, edición 29 de abril de 2016. Confieso que la leí con renuencia, por mis propios prejuicios respecto de visuales que en el mundo me confunden y que, de alguna manera, el mundo se ha encargado de repetirme: “Deje los prejuicios, muchas veces lo que es no es.” Y últimamente me he enfrentado a muchas sorpresas, trato de liberarme de ellos, pero mis prejuicios son tantos, que ya estoy aprendiendo a hacer de tripas corazón y a tratar de ver con mejores ojos que lo que es, puede no ser, y viceversa. Por eso no sé qué tan equivocado puedo estar en mi percepción sobre este artículo escrito.

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