viernes, 6 de diciembre de 2019

COMIDA TÍPICA


            Desde hace rato andaba pensando en lo que llamamos comida tradicional que realmente con el tiempo va desfigurándose, así no se quiera.

            Por ejemplo, el ajiaco santafereño. De él se tienen mil variedades, según se haya ido diluyendo la receta o no alcance la plata para los ingredientes. La receta que se dice clásica contiene cuatro tipos de papa (sabanera, tocana, pastusa y criolla; hoy se identifican con números porque parece que las originales también fueron suplantadas) y cada una tiene su razón de ser y su momento adecuado de meter a la olla. La una es durísima, por lo que es la primera que se mete. Las siguientes a mitad de camino, pero en su preciso orden, pues la una es arenosa, la otra se disuelve rápidamente y la última igual que las otras, que es la que le da el color característico al ajiaco. Fundamental, las guascas. Y no dos o tres hojitas, en cantidades alarmantes pues el sabor nace precisamente de la cantidad. Y no sigo con la receta, pues no es mi intención dar un curso de culinaria. El ajiaco es con pollo, Dios nos libre de echarle cerdo o carne (sacrilegio! gritará Mónica). Nada de arvejas (blasfemia! Seguirá gritando), ni zanahoria (profanación de receta! Continuará gimiendo), arracacha menos (irreverencia! Sigue con retahíla), acelgas (excomunión se merecerán), sin guascas (lamentarán haber nacido, dirá con desgarramiento de vestiduras). Y no sigo porque la variedad de ajiacos, ya no originales, la han venido modificando según el barrio, según el restaurante y hablando de ellos, hasta ofrecen en restoranes finos el ajiaco gurmé –no me pregunten de qué se trata, pues ni idea, pues sólo sé que el avance gastronómico ha llegado a límites que un tradicionalista puede considerar la mayor profanación del paladar-. Y no digo nada de acompañar el ajiaco con arroz, mejor con pega, porque es el mayor insulto que se le puede hacer a la señora Mónica, Dios nos libre! (y cómo me encanta ese acompañamiento con una buen pega).

            Y nada qué decir de la bandeja paisa que esa sí está más putiada que el ajiaco, porque las variaciones son infinitas, como paisas hay en el mundo, cualquier cosa es bandeja paisa; hasta en algún lugar vi un lujosísimo restaurante en Medellín, si mal no recuerdo, que para cobrar caro, la muy estilizada bandeja paisa se servía en platicos porcionados, por aquí el arroz a la yonosequé, frisoles de yonosedónde; un tantico de hogo, guiso hecho con especias de vayaunoasaberqué; en otro platico alargado, con buena presentación un minúsculo trozo de chicharrón, una pequeña morcilla vegana –creo-, un señuelo de chorizo y no sigo porque pensaba yo hasta qué extremos culinarios modernos hemos llegado. Que otros paguen la novedad, para mí una buena bandeja es como la montañera, de todito para revolver con la cuchara.

            Como sea, ante el avance moderno no hay impedimento que valga, y para los tradicionalistas son sacrilegios que se castigan con la excomunión. Pero eso somos, las familias fueron conjugándose con las regiones de donde provenía y de allí que el ajiaco permita todas sus variaciones originados por relatos mal contados o por economías que no permitían todos los ingredientes originales.

            Cosas de la modernidad.


Óleo sobre papel. Espátula. JHB (D.R.A.)

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