Si
nos hacemos esta pregunta a mansalva y a mano alzada, creyendo en nuestra propia
objetiva subjetividad y para no ofender a nadie, ni a nosotros mismos, la
respuesta inmediata es: somos buenos, haciendo con la boca un rictus de
humildad, para acompañar la situación y hacerla presentable ante los demás y
ante uno mismo, sabiendo de antemano que no somos para nada objetivos en
nuestra respuesta. Y no lo somos por la sencilla razón de que no podemos permitirnos
otra respuesta diferente, pues de lo contrario, la vergüenza nos avergonzaría.
Todos
creemos, o al menos aparentamos, que somos buenos, naturalmente mientras no se
pruebe lo contrario y aún probado argumentaremos alguna simplicidad, así sea la
de siempre cuando uno es cogido en flagrancia: no es lo que te imaginas…
Pero
bueno, si pudiéramos ser objetivos (aunque fuera en silencio y solo para
nuestro fuero interno) y sin provincialismos, con cero subjetividad y
pudiéramos cualificar la bondad que predicamos y exigimos de los demás, tal
vez, solo tal vez, nos llevemos una sorpresa.
Claro
que uno tiene una parte buena, eso está lejos de la duda, llena de bondad y
serenidad y eso hay que reconocerlo -en esos términos para no decaer en
depresión- y esa parte tendría un buen porcentaje para ser asignado dentro del
ejercicio. Pero tampoco somos ángeles, también hay que reconocerlo pues el
cuento no se lo come nadie, salvo un perfecto narcisista.
Pero
también está claro que somos envidiosos, en algún porcentaje que ya se sabrá
señalar. Somos odiosos, en algún otro porcentaje. Celosos, otro tanto. Malos y
vengativos, venga esa mano que también lo somos y su peso tendrá dentro de la
ponderación total. Miedosos y rencorosos, otro tanto tendrá que asignarse a la
puntuación final (cada cual sabrá sobre la repartición asignada, porque cada
cual es responsable de sus actos y de su consiguiente ponderación). Y de
tramposos y zancadilleros? Y de pugilistas, cuando el asunto se debe resolver a
punta de puñetazos -porque también hay que reconocer que hay circunstancias en
que se desea matar al otro-. Y ya que lo digo en voz alta, tenemos algo de
asesinos, a sangre fría y con alevosía, si se quiere. O no? En casos extremos
no seríamos capaces de matar, por defender algo muy nuestro, así sea en defensa
propia?
Entonces,
si sumamos el porcentaje dado a cada punto mencionado para obtener el cien por
ciento de lo que somos, qué tan bien terminamos en el ejercicio? Qué tanta
bondad tenemos a nuestro favor o en nuestra contra?
Y
seguimos creyéndonos ángeles…
A los enfermos hay que mentirles,
pensaba Miralles, hay que mentir también a los enamorados, a los votantes, a
todos los electores, a los que empiezan a moverse en la vida, a los que han
dejado de moverse en ella. La mentira es el mayor invento social, porque de
ella nacen el consuelo y la esperanza.
Tomado de Facebook
274180035_2999301417067224_5164685540699109594_n
No hay comentarios.:
Publicar un comentario