viernes, 12 de agosto de 2022

EL LUGAR EQUIVOCADO

            Tomé un taxi. El conductor un hombre mayor que yo. El vehículo algo desvencijado en cuanto los amortiguadores señalaban que habían tenido un mejor tiempo.

             Comenzó el trayecto, música incluida, programas matutinos de chistes flojos y de doble sentido, de esos que al menos a mí no me sacan ni una mueca de sonrisa, por ser tan ordinarios. Chiste flojo, conductor sonriente, conductor que mira por el retrovisor para ver si también me había gustado la ordinariez propia de don jediondo y de los de su ralea, mi cara no refleja ningún gusto, pero el conductor sigue mirando por el retrovisor para ver si me gusta el chiste de turno, pero realmente con la ordinariez ajena no puedo.

             Conductor que se convierte en chofer de buseta. Trancón indeseado, pero son las horas propias para el trancón por mi ruta. No mantiene las distancias, se pega a centímetros del carro que le precede. No le paré muchas bolas, pues el problema no es mío, no voy manejando, el carro tampoco lo es.

             Pero de trancón en trancón comenzó a comportarse como los buseteros de mi época, tratando de pasarse al otro carril con la esperanza de avanzar y un vez allí mirando la oportunidad para pasarse de nuevo al carril del que veníamos. Así todo el trayecto. Culebreado el camino, por impaciencia del chofer que en medio de su situación le pegaba al timón, como si así avanzara. Refunfuñón, fuera de todo. Yo, tranquilo porque iba con suficiente tiempo para llegar y además sabía que era hora de trancón, obligatorio, de esa no me salvaba.

             Todo eso me llevó a pensar que un taxista lo que más tenía que tener era paciencia, pues él, más que nadie, conoce los trancones y horas pico de toda la ciudad y no le encontraba razón de ser a su comportamiento y cada frenada, constante por demás, la hacía a centímetros del carro que le precedía. Mi temor era que le diera. Además de paciencia, debería manejar con más soltura, respetando al menos las distancias consabidas. Mirando con más detalle la cara del chofer, tratando de entender su comportamiento, al parecer permanente, me trajo a la memoria los choferes de bus y buseta de mi época, en la que realmente sí era un peligro montar en buses con choferes locos y además peligrosos.

             Concluyo, ese hombre estaba en el lugar equivocado, por su propia salud mental no debería manejar taxi y menos someter al pasajero a su propia neurosis, pero cómo decirle a un busetero que no sabe manejar?

—El esclavo carece de incentivos, le conviene trabajar lento y mal, ya que su esfuerzo sólo beneficia al amo, pero la gente libre trabaja para ahorrar y progresar, ése es su incentivo.[1]

Tomado de Google.
sddefault



[1] Isabel Allende. La isla bajo el mar.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario