lunes, 22 de agosto de 2022

TIEMPOS

            En la caminata diaria con los perros, una vía siempre transitada, Mónica paró al ver un conjunto residencial en una zona que no es vieja y me preguntó cuántos años ya podría tener e hice mis cálculos y llegué a la conclusión de que tendrían unos treinta años si tenía como referencia la época en que conocí la zona por primera vez.

 

            Ya regresando, mi mirada se fijó en una carnicería y me llamó la atención la presentación de los diferentes tipos de carne. Unos trozos de carne magra, sin casi gordo y me entretuve viendo la distribución. Llamativa, se respiraba limpio, dentro de lo que puede pensarse de una carnicería. Cada cosa en su sitio, todas las carnes limpias, hasta las vísceras. Y eso me trajo a la memoria la carnicería de Don Miguel, la de mi niñez y juventud, con la radio Metropolitana siempre puesta (rancheras, música popular, que para los oídos de la época era música de pueblo, he de confesar, hasta que descubrí la belleza de la voz de Javier Solís, por ejemplo con lo cual ya dejó de ser música de pueblo, aún siéndola).

 

            Don Miguel, hablo de la década de los sesenta, o sea hace ya mucho tiempo, demasiado tiempo. No había orden, las carnes que daban al público era grasosa, llena de gordos, sangruda por doquier, nada más recordar las batas ( o la bata, supongo que nada más tenía una) con la que atendía, llena de sangre, recuerdo que hasta los cuchillos los limpiaba en ella. Las vísceras dejaban mucho qué desear. Desaseo producido por la sangre y la misma actividad eran las reinantes. Uñas largas y negras, sangrantes igualmente, que eran limpiadas con un trapo que se lavaba cada veinte años o simplemente se secaban las manos contra la bata, la eterna bata sangruda. Que mi mamá manda pedir una libra de cadera, que bien bonita, que sin gordos, tajada. Naturalmente don Miguel despachaba la carne que le daba la gana, haciendo oídos sordos al pedido, en particular que no tuviera mucho gordo. Sobra recordar que las moscas pululaban por todos lados.

 

            Hoy, todo lo contrario, hasta las vísceras están limpias, bonitas, no dan asco y ni siquiera se ve mucha mosca. Da gusto comprar menudo, corazón, bofe, menudencias (aunque aclaro que nunca las compro, simplemente dan gusto verlas).

 

            Esos son los sutiles cambios en la vida que no vemos, están y se van dando las transformaciones sin ni siquiera darnos cuenta del avance de la vida. Es un momento en que uno se pregunta cuándo envejecí, cuando me salieron esas ojeras, cuándo perdí el pelo, cuándo me hice viejo, sabiendo que comencé hace muchos, pero muchos años, a hacerme viejo, muy sutilmente.

 

Quizá porque cuanto más me acerco a la muerte más me anima despellejar de mis recuerdos todo lo banal, y una fecha —a pesar de lo que opinen los historiadores— no es más que otro día en el calendario.[1]

Tomado de Google



[1] Líbranos del bien. Sánchez Baute.

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