Una
afirmación con un dejo dubitativo que oí a otros mientras me tomaba un café.
Entonces
me pregunté si uno puede cambiar el pasado, así impúdica y de improviso me
llegó la pregunta.
Su
respuesta fue simultánea: No! Aunque si uno es testigo de la DEA o de la CIA le
desaparecen el pasado y hasta la cara con una sola operación, al menos eso
dicen las películas.
De
no ser así, insistí en la pregunta y la respuesta se aferró, salvo… salvo que
pudiera tener un trastorno mental, me dije.
Entonces
me volví a preguntar, si no se estaba en las situaciones anteriores, si no
puedo cambiarlo, lo puedo borrar? Las elucubraciones germinaron. A ver, qué
puedo borrar del pasado? Tal vez y con mucho esfuerzo olvidándolo. Sí, tal vez.
Como se olvidan muchas cosas que el cerebro ha de considerar como inútiles,
como qué almorcé el 28 de julio de 1975, aunque en cualquier momento pueden
resurgir los recuerdos, en algún momento vuelven, creyendo que ya estaban
olvidados.
Entonces
puedo cambiar de apariencia, como una forma de olvidar el pasado? Pues claro,
con esta modernidad puedo hacerlo y hasta vestirme de quien quisiera ser,
aunque me vea ridículo, porque después de los sesenta cómo he de verme vestido
de quinceañero? Puedo cambiar de nacionalidad? Pues claro, hasta puedo
renunciar a ella y hoy es bastante fácil. Y de nombre? También, por qué no? Si
soy libre de hacerlo, pues debo tener presente que los demás también tienen su
libertad para aceptarlo o no, porque tampoco puedo imponer ni anteponer mi libertad
sobre la de los demás.
Dentro de
mi libertad puedo hacer muchas cosas, hasta suicidarme, pero todo ello puede
tener consecuencias indeseables o que no se alcanzan a calcular. Con tales
acciones puedo afectar a otros, incluidos los hijos, porque pueden llegar a
sentirse perdidos al saber que el padre que le crió ya no es su padre, pues ese
señor es un señor con otro nombre que puede hacerlo distinto y por eso puede
llegar al rechazo. Tengo esa libertad de hacer los cambios que quiera, como
dije, pero ellos también están en su libertad de rechazarme y el hecho de todo
cambio tiene sus correspondientes consecuencias.
Y como
puedo cambiar de nombre, puedo cambiar de fecha de nacimiento, los nombres de
mis padres? Ah! esto no se puede cambiar, como no se puede cambiar la genética
(en este aspecto, claro está). Ni siquiera echándonos mentiras, aunque se las
crea uno solo, pero la realidad es otra, de eso no hay duda.
Y si
quiero hacerlo, si quiero borrar mi pasado, si se pudiera, entonces mis padres
y hermanos y mi familia entera dejaría de serlo y no puedo exigirles que lo
acepten, argumentando mi libertad disfrazada (porque lo es), pues al pretender borrar
el pasado la consecuencia lógica es que quien era mi familia dejará de serlo y
ellos están en su derecho de rechazarme, a pesar del ADN, esa es su libertad (o
su derecho), porque también son libres de aceptarlo o no y bajo el estigma del
uso de la palabra libertad (o derecho) no puedo obligarles a lo contrario.
Y si
pudiera cambiar la fecha de nacimiento? Pues resulta que, además de ridículo,
imposible, porque los sesenta y pico de años que tengo son imposibles de borrar
(por más cirugías que me haga). El papel aguanta todo, pero el cuerpo y la
mente tienen sus límites naturales.
—Ojalá pudiésemos
detener el tiempo…
El tiempo.
No es frecuente que los jóvenes hablen de él. No
es habitual que aquellas muchachas convertidas ya en mujeres, que se conocían
desde los once años, invocasen al tiempo con nostalgia. Estaban descubriendo
que el tiempo es un tirano que avanza de manera ineludible, acorrala a las
personas y las derrota mientras las conduce a destinos inesperados; las despoja
de los vestidos de la niñez y, más tarde, les arranca los de la juventud, sin
detenerse hasta llegar a una tragedia mayor: la vejez y la muerte. El tiempo
es, en fin, una sucesión irrepetible de oportunidades; oportunidades que, en
muchas ocasiones, por temores o por vicisitudes del destino, las personas
malgastan.
Tiempo, pues, perdido, que nunca volverá, eran
esos valiosos segundos que ahora se les escurrían entre los dedos. El tiempo
perdido, sí; eso mismo pensaban.
Y si creo
borrar mi pasado, como dije, debo aceptar que me quedo sin familia, todo lo
cual, de ser cierto, lo será solo para mí y para mi imaginación porque el pasado
no se puede borrar (salvo intrusiones bajo tortura o un brutal golpe que lo
haga), entonces sí se puede olvidar, pero el ADN no lo puedo borrar (hoy, hasta
cambiar, pero borrar, borrar…), aunque lo quisiera, aún si fuera un sicótico,
en otras palabras, si tuviera problemas mentales, lo cual es otro problema
diferente.
Debo
recordar que no puedo usar mi libertad (o derecho) para pisotear la ajena,
recordando que toda decisión tiene sus consecuencias, funestas o no, más
funestas o ninguna, hasta no verlas no se sabe de ellas, aunque el previsivo
siempre ha de adelantarse a todas ellas.
Si
reniego de mi ADN no puedo esperar que los demás me reciban con los brazos
abiertos, ellos también tienen su elección, porque yo fui el que cerró las
puertas del pasado, no se les puede culpar.
Dos
preguntas diferentes, borrar el pasado y olvidar el pasado, consecuencias
varias, posibilidades varias, dos preguntas con multitud de respuestas.
Somos
esclavos de nuestro destino, así no lo queramos, así fue, así es, no podemos
escapar, pero podemos aceptarlo, aceptando también las decisiones ajenas, si se
quiere ser libre.
Ahora sé de la fragilidad de nuestras
convicciones y de nuestra voluntad, y lo peligrosa que para nuestras almas
puede ser la vida, con una tentación diferente esperándonos a cada revuelta del
camino. Por ello hoy digo y afirmo, con total convicción, que nada tenemos
asegurado en esta tierra, pues sólo se necesita un simple empujón del destino,
tal vez casual o tal vez intencionado, y todo, tal cual lo vemos y sentimos, de
pronto puede sernos quitado.
Tomado de Facebook
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