miércoles, 28 de septiembre de 2022

LIBRES DE LAS CADENAS DEL PASADO

De antemano, no me refiero al pasado de ayer, del próximo, del del año pasado, sino al viejo, al del antepasado, el del pasado que ya está superando hasta mi edad.

                 Dicen que el que no conoce la historia está condenado a repetirla. Con lo que he vivido me parece que de tanto repetir la frase, se ha convertido en frase de cajón, en cliché y lo mejor es que no tiene mayor sustento, a pesar de haberse vuelto dogma.

                 Como muchas frases se han instalado sin certeza, pero son dichos con firmeza, se convierten en la mente colectiva (aunque ya se dice el colectivo) en una verdad irrefutable y quienes pretenden refutarla se vuelven parias, cosa a la que más le tememos, sobre todo en esta época de redes sociales, en la que anónimamente tenemos tantos amigos virtuales a los que tememos perderle su confianza. Bueno, ese no es el tema por el momento.

                 El capitán Picard dijo que nos teníamos que liberar del recuerdo del pasado. Y, en efecto, esa podría ser la solución de muchos problemas actuales. Olvidar la historia, no quiere decir que nos neguemos a leerla pues el leerla en la distancia no nos afecta, sino en enseñarnos a no ensañarnos por el recuerdo que puede traer.

                 Durante más de un siglo, en este país, por poner un ejemplo, tuvimos una pelea, sin sentido, que fue de godos y liberales y todos tenían que optar por uno de esos partidos, para no ser un paria. Y entre ellos solo había rencillas y odios, mientras sus jefes o algunos de ellos, nos manipulaban mientras tomaban finos whiskies, como solía usarse.

                 Hoy, mirado con los ojos del tiempo pasado, termina uno pensando en la estupidez de estar en uno u otro lado, tanto que ya esos mismos partidos hoy se están evaporando, al no tener líderes ni principios, simplemente se están evaporando y no se han dado cuenta.

                 O es que es necesario ver y leer la historia de otra manera, no tan lineal. No mirarla con los ojos de la rencilla, sino apreciada como algo que pasó, que fatalmente tenía que pasar y que no sería bueno que volviera a pasar. Baste con pensar cuántas guerras hubo en el siglo XX. Parece que más de cincuenta, si se le cree al doctor Google, que si, de ser cierta la frase, se hubiera leído bien, se hubieran evitado, pero a pesar de leerse, se siguen produciendo a granel, baste una mirada superficial a este siglo.

                 Recuerdo haber oído en mi juventud una queja de alguien que odiaba al otro, de otro partido, porque en su parecer era responsable de algún tatarabuelo que nunca conoció, sino de nombre, del que nada supieron y al que, con el tiempo, era imposible de reconocer como familiar y, así visto, al que nunca habían amado. Es tanto como odiar a los españoles que les dieron rejo a los indígenas, quienes a su vez le habían dado otro tanto a otros tantos.

                 Hasta ese extremo llegamos y aún se hacen, siempre con alguna disculpa, siempre replegando la responsabilidad, siempre buscando su propia exculpación.

                 Y para colmo, la historia siempre la escribe el vencedor, no el vencido y siendo así, en ambos casos, ambos están parcializados, por lo que la historia debería leerse como una novela, sin compromisos, con pasión, pero sin ser apasionado. 

Quizá dentro de unos pocos años yo fuera como ellos, cuando el futuro se hubiera desvanecido del todo de puro delgado, sin poder resistir ya el peso del pasado que se acumulaba día tras día como un fardo. Me convertiría en uno de esos ancianos que no desean dormir más, no vaya a ser que los sorprenda la muerte por sorpresa[1]. 

Tomado de Facebook
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[1] Adiós, princesa. David Rocasolano.

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