El
diccionario dice que es poco aprecio, poca estimación o más precisamente comentario
insultante o hiriente que “rebaja” a una persona o a un grupo de personas
haciéndolas parecer menos dignas. Es decir, darles menos precio o valor a
las personas (algunas se lo merecen, eso lo sé y no las desprecio, simplemente
eso sé de ciertas personas, he de confesar).
Pero bueno,
culturalmente mi generación (y así me exculpo?) fue educada bajo paradigmas que
no se discutían, que eran propiamente aceptados como dogmas, afortunadamente no
tan estrictos como los de las generaciones anteriores, la de nuestros padres y
abuelos.
Es decir,
hemos venido recibiendo herencias de aquellas que poco a poco, de generación en
generación se han venido desgranando, para que en lo posible el grano mejore,
me digo confiado, aunque en otros casos la respuesta es más sencilla: dogma es
dogma y hay que respetarlo a rajatabla, existiendo viejitos que se niegan a
modificarlos.
Decía de mi
generación que traíamos el lastre de menospreciar a negros, maricas y mujeres y
una lista más larga que naturalmente incluía a los indios o a los aindiados
-clases menos favorecidas dirían las matronas de mejor familia-, a los
protestantes -en ella se incluía a todo el que no fuera católico, apostólico y
romano- y de seguir se incluirían, según la región, a los cachacos, costeños y
paisas, sin olvidar los pastusos que buena parte de menosprecio han sufrido.
Es decir,
veníamos con una carga genética de menosprecio bastante grande. Supongo y
espero que nuestros hijos no tengan esa carga discriminatoria, de esa herencia
no querida pero obligada a aceptar, pues esa era la tradición, diría cualquiera
para exculparse.
Todo este discurso
para ver qué tan equivocada estuvo la humanidad desde sus inicios discriminando
en todos los tiempos a negros, mujeres, maricas y el resto de listado listado y
no listado.
Gracias al
cine, así como a Hollywood, hemos venido conociendo a seres menospreciados, por
su mera condición física, económica, religiosa o sexual que resultan no ser lo
que creemos o queremos creer de ellos. Ahí está la historia: sea Hipatía, sea
George Washington Carver o Alan Turing, entre otros miles de desconocidos.
Talentos ocultos, ocultados hasta por la historia de aquellas épocas
inquisitorias.
Talentos
ocultos, precisamente la película que me iluminó. Mujeres negras,
menospreciadas claro está, que eran verdaderas calculadoras humanas que
permitieron que los gringos llegaran al espacio y luego a la luna.
Si no
hubiera habido tanto menosprecio desde los inicios de la humanidad, me consuelo
con pensar que hubiéramos avanzado mucho más como civilización y hoy nadie
sería menospreciado por tales condiciones, no habría discriminación por
religión, sexo, color, aunque siempre ha habido ciertos especímenes que los
mejicanos llaman pendejos y a los que nosotros les decimos güevones!
Leary
hablaba a menudo de la fe, pero no resultaba fácil tener fe en la raza humana,
una especie que nunca aprendía, que aceptaba con indiferencia la tortura, el
crimen, la destrucción. Abrió el periódico. Kosovo, Zaire, Ruanda, palizas de
represalia en Irlanda del Norte. En Inglaterra, una joven asesinada y otra
desaparecida, «motivo de preocupación», decían del caso. Había depredadores por
todas partes. A poco que rasques la capa externa compruebas que el mundo ha
progresado apenas unos pasos desde la edad de piedra.»
Tomado de Facebook
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