Siempre he envidiado a los buenos escritores. Pueden
expresar en varias páginas cualquier situación intrascendental que, con mi
concreción, la reduciría a varias palabras de un solo renglón.
Por citar un solo ejemplo, digamos que me despido de una
mujer y la acompaño hasta la puerta: Nos levantamos de la silla, ella se
dirigió hacia la puerta, la abrió, estiró su mano y se despidió amablemente.
Salió y se dirigió al ascensor por el pasillo, antes de cerrar la puerta admiré
su figura.
Ahora el
ejemplo de un buen escritor: La acompañé hasta la puerta y la observé mientras caminaba por el
pasillo en dirección al ascensor. Iba muy tiesa, con la cabeza echada hacia
atrás y paso resignado; era como observar a un preso caminando por una galería,
una prisionera a la que nada aguardaba sino una celda con rejas y una
interminable sucesión de solitarias noches y destrozados sueños vacíos de
esperanza.
Nótese la
diferencia, por eso envidio a un buen escritor. Pensé en cómo diría que me
fumaba un cigarrillo. Pues así, simple y llanamente, cuatro palabras
intrascendentes. Y cómo lo diría un buen escritor: Pero era el tipo de hábito que para
algunos hombres no es fácil de abandonar, un apoyo, un amigo en tiempos de
estrés, algo en que ocupar manos, boca y pulmones cuando estás tenso,
impaciente o inactivo.
Parece que para ser buen escritor es necesario ser un
filósofo, un poco imaginativo, recreativo y un narrador extraordinario.
Por eso concluyo que me gustan los buenos escritores y me
tocó conformarme con mi falta de imaginación.
¿De qué vale correr si estás en el camino
equivocado?
Proverbio alemán.
Foto JHB
Desaparecido. Bill
Pronzini.
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