Qué peligrosa frase, hace temblar el mundo y puede
generar el caos. Me digo aquí en silencio.
Estaba embelesado mirando a través de la ventana el
paisaje que se me ofrecía en un bello día. (Mi mamá diría que estaba embobado
mirando para San Felipe, sinónimo de la nada, de la inutilidad, en su forma
alegórica).
Un paisaje simple, sin aspiraciones. Parecía un paisaje
bellamente dibujado, con el marco de la ventana como moldura del cuadro. Un
cielo azul, bastante iluminado, con sol visiblemente abrazador dentro de ese
cuadro que me imaginaba. En su centro, un árbol cuyo nombre olvidé (¿magnolia?),
florido y frondoso, cuyas hojas hacían adivinar la intensidad y el movimiento
del viento.
Eso era todo, además de que al fondo se viera una cerca
viva de altos setos como fondo indescriptible de un cuadro costumbrista, diría
algún sabedor. Eso era todo, me repetí, cielo, árbol, viento. Pero todos ellos
vivos, aunque pareciera inmóvil, estático como cualquier cuadro de museo. Y
como si fuera afamado cuadro de museo era el marco de la ventana el que
permitía que la imaginación lo hiciera pensar así, todo un espectáculo.
Las hojas del árbol se bamboleaban al vaivén del viento,
según la dirección que éste tomara. Un remanso acogedor para no hacer nada,
para no pensar en nada, aunque, a decir verdad, pensé: Pero aquí no pasa nada.
¿Nada? Vi pasar en el entretanto un par de moscas
planeando a la par de las hojas que eran acariciadas en el sentido en que el
viento les dirigía. Una que otra abeja paseando entre las escazas flores de
temporada esperanzadas en encontrar algo de alimento y así devolver el favor
con su respectiva polinización. Una que otra telaraña, lo que presagiaba la
existencia de su hacedora entre una y otra hoja. Y aquí no pasa nada.
Seguí mirando el pintoresco cuadro, pensando en nada (en
nada especial, concreto porque habrá más de uno que dirá…), viendo pasar el
tiempo, aunque claro está que el tiempo no pasaba, al menos no lo vi, pero
pensando en que no pasaba nada y esa reflexión me llevó a pensar que sí pasaba
algo y mucho.
Me imaginé mirando el árbol bajo mirada microscópica,
viéndole nutrirse en su interior, generando clorofila y viéndola transportarse
a través de sus venas, respirando, flexionándose al vaivén del viento, siendo
árbol y ¡no pasaba nada? La pregunta retórica fue adquiriendo personalidad,
pues claro que pasaba algo y mucho, si fuera capaz de percibirlo.
Eso me recordaba las veces que le preguntaba a mi mujer
si le pasaba algo. Y muy al contrario del paisaje, el solo verbalizar la
pregunta, retórica y estúpida (la pregunta, aclaro), por el solo hecho de
hacerla me hacía responsable de las consecuencias. Pues aún sin respuesta
verbalizada denotaba que sí pasaba algo y mucho, pues es así cuando se hace una
pregunta estúpida que aprendí que nunca, pero nunca, debe hacerse.
A mí nada. Ténganle miedo a esa respuesta, huya si puede
porque fuera del tono y del ceño con que se dice, no pasa nada por fuera, pero
por dentro… por dentro fluye un volcán que si se desata es morir en vida.
Por eso decidí admirar el árbol y no decirme que aquí no
pasa nada y prometerme que nunca, pero nunca, volvería a preguntar si algo te
pasa.
… su mirada estaba fija en un punto detrás de
mí, tal vez contando las grietas del camino o las briznas de hierba del césped.
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