Así le llamaba yo y con el tiempo le agregué el Alberto y
ya se había acostumbrado a que le dijera Randalberto. Tuvo una infancia poco
afortunada por los retazos de vida que alcancé a conocer, abandonado por estúpidos
a los que les quedó grande el gradulón. Afortunadamente cayó en manos que le
acogieron, le cuidaron, le devolvieron la confianza y que a partir de allí le
hicieron ver que la vida valía la pena; a partir de allí fue feliz, aunque le
costó un poco confiar. Estoy seguro de que así fue, fue feliz, cariñoso y
agradecido.
Fuimos compañía por cerca de ocho años, casi a diario
compartimos los silencios, los paseos, las caricias, el pan robado.
Era un grandulón y como todo grandulón, bonachón. A veces
parecía que se pasaba de bobo a pesar de la lucidez que escondía. No sería tan
bobo desde que dominó al que era dominante para los demás, Milán.
Tuve mis conversaciones con el Randal, que a propósito no
se llamaba así, era Gandalf, pero por mis cosquilleos con los nombres raros,
los españolizaba lo mejor que podía. Y ahora que lo recuerdo la gente al pasar
lo comparaba con otros animales, por lo gigantón, qué nombres no le dijeron,
hasta alguien se atrevió a llamarlo jirafa, tal vez por el perrononón que era.
Allá ellos, a nosotros, a Randal y a mí, no nos molestamos por los motes, ya éramos
inmunes a ellos.
El grandulón era un gran danés, perro hermoso, de gran
presencia, se imponía, muchos le temían al pasar, sin saber que lo más seguro
era que si éramos atacados no se pondría de nuestra parte, era así de inocente.
Y además, ese se vendía por algo de comida o por una caricia, le encantaba que
lo acariciaran y si había algo de comer de por medio, se lo ganaban en
instantes.
Su eterno compañero y amigo, el Milán, caso aparte. Desde
que se conocieron compaginaron estupendamente, era la pareja ideal a pesar de
los contrastes de genios que cada uno tenía.
Y la viejera, como a todos, empezó a hacer sus estragos
hasta que llegó el día en que debió partir. Estas noticias lo dejan a uno sin
palabras, perdido en la confusión, per
o me permitió al menos mirar al cielo y
sonreírle sabiendo que había sido noble y feliz, que le extrañaría pero que su
recuerdo me acompañaría cada vez que hiciera un paseo más, cada vez que
volviera la vista al pasado, cada vez que entrara en su zona de confort y cada
vez que le reviviera a través de las fotos que de él tenía.
Fuimos amigos, con su corazón puro, espero volver a verle
pronto, ya veremos de qué hablaremos, porque tenemos muchas qué recordar.
Toca las estrellas mientras duermes y que tu
sueño te lleve a ese lugar que tanto anhelas en tu corazón. Que tomado de la
mano, de ese amor eterno, recuerdes los bellos momentos vividos en eternidad. Y
que tu ángel de la guarda te cubra con sus alas de luz! Hasta mañana y hasta
siempre. Mónica.
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