Parece
que como ahora hay más tiempo para desperdiciar o más para aburrirse, el método
de desaburrimiento es el de permanecer conectado al internet y a las redes el
mayor tiempo posible y es el aburrimiento el que lleva a ilustrarse con cuanta información navega en la red, ya aburridos de tanto feis.
Baste mencionar la que originó el
aburrimiento total, el coronavirus. Han nacido muchas teorías que hablan de la
conspiración de los chinos que
crearon el virus para
desestabilizar el mundo, conspiración que achacan otros a los gringos y su CIA
y aún a Putin, como mecanismo para apropiarse del mundo. Otra dirá que se trata
de un mecanismo de depuración de la humanidad, porque somos muchos. Y así surgen,
dado que Todo cataclismo, todo fenómeno
devastador, genera teorías conspirativas (1), no
hay de otra.
Y
me ha llamado la atención ésto de las teorías conspirativas, con la advertencia
preliminar de que ignoro el tema, pero sobre él pontifico gratuitamente, al no
tener tema para escribir en el blog.
Para hacer una buena teoría son
pocos los ingredientes que se necesitan para hacer dudar a la gente.
Ingredientes compuestos por: una verdad, es indispensable para efectos de
credibilidad; una media verdad, es decir un periodista de por medio, que puede servir como un medio para contar con
alguna prueba; una sarta de mentiras con algún viso de verdad y otras cuantas mentiras, realmente mentiras. A ello se le agrega el ingenio y la capacidad
de saber contar una historia, concatenarla y saberla expresar, con
la seriedad que se requiere para ser creíble y por último, tener un público
dispuesto a oír, especialmente si se accede a redes sociales –el mayor
embrutecedor de la humanidad, en cuanto no cuente con filtros de inteligencia-.
"Entre
más a menudo ves algo, se vuelve más familiar, y entre más familiar es algo, se
vuelve más creíble".(2)
Nada más leer los libros de Dan Brown
o de Matilde Assensi o Umberto Eco, lo enredan a uno que, de no saber que son
novelas, se come el cuento de que son realidades, y aún en medio no falta el
ingrediente de alguna verdad.
También es cierto, no se puede
negar, que algunas de esas teorías resultaron ciertas, al parecer, pero estamos
en un mundo en que creemos indiscriminadamente, pero desconfiamos en la misma
medida, porque nos acostumbraron a oír la historia oficial, enterrando la real;
nos acostumbramos a las verdades a medias, gracias a que nos encanta el
eufemismo y, además, seguimos pensando como rebaño ante la imposibilidad de
expresarnos como individualidad, ante el temor de la masa.
Que el hombre no llegó a la luna, que fue un
montaje; que Bush fue el que ordenó la destrucción de las torres; que a Kennedy
lo mataron los de la CIA; que Obama falsificó su lugar de nacimiento, como
Maduro; que los gringos tienen escondidos unos extraterrestres; y tantos miles
de ejemplos más. "La creencia de
que el mundo es finalmente controlable es un impulsor muy poderoso de las
creencias conspirativas en momentos de crisis donde hay un vacío en las explicaciones".(3)
Está bien,
no puedo desconocer que existen tales teorías y hasta aquellas que dicen que el
mundo lo maneja un club de multimillonarios (al respecto he leído varias
novelas, bastante buenas que en efecto generan la duda de su eventual
existencia). Sin embargo, pensando en quien soy, en una persona corriente, sin
poder alguno, un anónimo que tributa, una voz que no resuena más allá de su
propio cerebro, a mí, ese yo que escribe estas líneas, qué carajos me pueden
importar todas esas teorías, sean verdaderas o falsas, si no puedo hacer nada
para ensalzarlas o demeritarlas, salvo ser propagador de ellas en las redes
sociales, cuando quiero colaborar con un poco más de caos, en este mundo ya
caótico de por sí.
En otras
palabras, a mí en qué me afecta mi vida la existencia de tales teorías? Así
como me afecta la teoría de los nodos o la darwiniana, pues conociéndolas o no,
la vida sigue igual y creer en ellas, a más de darme ansiedad, desconsuelo y
angustia, no me lleva a ningún otro lugar y solo me distrae de la placidez con
que debería llevar mi propia vida, ya verá el vecino cómo lleva la de él.
Lo siento —dijo
Elena—. Algunas cosas no son agradables de oír, pero por callarlas no dejan de
ser verdad.(4)
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Roberto Martínez
Guzmán. La suerte de los idiotas.