lunes, 1 de junio de 2020

DESDE LA DISTANCIA



             Ya entrado en años, en muchos años aunque son menos los que quedan, si he de ser sincero, veo mi historia ya lejana, ya alejada.

            Desde esa distancia que me separa el tiempo, del tiempo que debí surcar, para llegar a este tiempo, veo que mi historia se concentra en mi infancia, a pesar de haber pasado por el resto de etapas.

            Pero cuando quiero rememorar solo salen historias de infancia y me veo, apoltronado en mi comodidad, del ahora relatando el ayer más lejano. Imagínense estar en una cómoda esquina de un lugar, cualquiera que sea, cómodo y agradable, tomándose un aromoso café, expreso en lo posible, con un cigarrillo, si eso fuera posible, porque ya lo vetaron en muchos lugares. Y desde allí, con los ojos entrecerrados, necesarios para ambientar al recuerdo, huidizo de por sí; abusador, cuando quiere implantar su idea; abusivo, cuando quiere acomodar la historia; olvidadizo, cuando no le conviene el recuerdo; agresivo, cuando contiene dolor; e ignorante, cuando decidió por el olvido total.

            Pero me distraje, como suelo hacerlo, pues es difícil retener por mucho tiempo las ideas, cuando ellas son atropelladas por el frenético pensamiento.

            Será necesario retornar al psiquiatra para que desde su diván, como patrullero de tránsito, guíe la idea y evite su distorsión, su contorción, su desviación?

            Me preguntaba, cuando quería traer recuerdos de mi vida, siempre los de la infancia eran los que se aventuraban, olvidando que también fui adolescente –que también tuvo sus historias-; fue joven, con sus historias; maduró, con sus historias; trabajó y tuvo muchas historias, y se ha pensionado y hoy, ya no tiene historias, necesita traerlas de la memoria para poder pasar su tiempo.

            Y qué historias las que tuvo en cada momento. (Nótese que del yo, del mí, de lo mío, se pasó al intemporal neutro, al lo, a la persona generalizada, neutralizada). Sí, es cierto, cada parte de la historia tuvo su propia historia, como la tiene aún hoy, en que aún puedo rememorar la existencia de una vida.

            Y como decía, qué carajos era lo que quería contar? Parece que mi vida es un distractor permanente, pero es mi vida! O no?

Mas ¿a qué penar por aquello? El agua pasada no mueve molino. (1)

Óleo sobre papel, espátula. JHB (D.R.A.)


(1) Matilde Asensi. La conjura de Cortés.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario