Celebrando
aquella constitución que el presidente de turno gritó como novedad: Bienvenidos
al futuro! Y ya estamos en el futuro aquél, de hace treinta años.
Y como cosa
rara, aunque en Colombia no hay nada raro, pues todo es raro, la están
criticando hasta los mismos que hace treinta años la aprobaron.
Y parece
que nadie se fijó bien en un detalle. Cerca del 80% por no decir el 90% de lo
escrito en la nueva constitución ya estaba en la antigua constitución, la de
1886, con las necesarias reformas para aclimatarla a su propia modernidad. Pero
qué novedad!
Y Colombia,
país de criticones y de leguleyos, vienen ahora a criticar la vigente, que a
propósito ha tenido 56 reformas, dicen que casi una y media al año, es decir,
que sigue siendo un retaso al que se le añaden otros y se desconfigura el
vestido, pienso yo, no sin sarcasmo e ironía, porque parece que en treinta años
hubo más modificaciones a la aprobada en el siglo XIX, con más de cien años.
Y me sigo
preguntando por qué carajos siguen pensando que con modificar la constitución
se modifica un país que tal vez no quiera o no pueda ser modificado? Me da por
pensar que hay que cambiar, sin cambiar, para que nada cambie y todos queden
satisfechos con un cambio que a todas luces es imaginario.
Todo
imaginario como la constitución misma. Veamos unos ejemplos:
Es una democracia participativa
fundada en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en
la prevalencia del interés general. Qué bello discurso para iniciar una
constitución.
Son fines esenciales del
Estado: servir a la comunidad, promover la prosperidad general y garantizar la
efectividad de los principios, derechos y deberes consagrados en la
Constitución. Servir a la comunidad, ajá! Promover la prosperidad de todos,
ajá!
El derecho a la vida es
inviolable. Ajá, aunque ese derecho tenga un precio, el valor de una bala,
de una sola. Y sigue el discurso bello: se garantiza esto, se garantiza
aquello, y lo de más allá. Y la paz es un derecho de obligatorio cumplimiento.
Si fuera cierto, estaríamos en paz, si se cumpliera al pie de la letra. El
trabajo es un derecho y una obligación social. Nunca he entendido esa frase
tan simple, tal vez porque nunca la he sentido como una realidad. Y cosa
curiosa, no se menciona que toda persona tiene derecho a la justicia pronta y
cumplida, como aspiración mínima.
Y no sigo, porque sería un
discurso interminable, de juramentos a la bandera, bellos discursos que en
papel quedaron, dirían los escritores de antaño. Se me ocurre que qué hay cosa
más alejada a la realidad que una constitución, por ser meras palabras
patrióticas, bellos discursos, tras palabras elegantes que no contienen un
mínimo de realidad (me refiero a las partes de la constitución grandilocuentes
de derechos y promesas).
Como sea, solo puedo concluir que
no es cuestión de cambiar la constitución para ser una mejor sociedad. Bastaría
con una sola cosa: actitud. Basta con que la gente cambie de actitud y camine
uniformemente mirando un solo interés, el de mejorar. Pero sí, lo sé, también
es una conclusión acaramelada que trata de decir mucho, pero que choca contra
la realidad. No estamos hechos para eso, somos lo que somos y siempre
criticaremos lo que somos, sin lograr un cambio.
He dicho.
—¿Ha visto jugar a un equipo italiano? Tienen
una máxima, los italianos: Nessuno ricorda il secondo. A ellos les importa poco
cómo ganen, mientras ganen. Simular un penalti no es ninguna deshonra. Dar una
patada forma parte del juego. Un sabio llamó a esta filosofía mierdismo.
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