viernes, 9 de julio de 2021

TREINTA AÑOS DESPUÉS

             Celebrando aquella constitución que el presidente de turno gritó como novedad: Bienvenidos al futuro! Y ya estamos en el futuro aquél, de hace treinta años.

             Y como cosa rara, aunque en Colombia no hay nada raro, pues todo es raro, la están criticando hasta los mismos que hace treinta años la aprobaron.

             Y parece que nadie se fijó bien en un detalle. Cerca del 80% por no decir el 90% de lo escrito en la nueva constitución ya estaba en la antigua constitución, la de 1886, con las necesarias reformas para aclimatarla a su propia modernidad. Pero qué novedad!

             Y Colombia, país de criticones y de leguleyos, vienen ahora a criticar la vigente, que a propósito ha tenido 56 reformas, dicen que casi una y media al año, es decir, que sigue siendo un retaso al que se le añaden otros y se desconfigura el vestido, pienso yo, no sin sarcasmo e ironía, porque parece que en treinta años hubo más modificaciones a la aprobada en el siglo XIX, con más de cien años.

             Y me sigo preguntando por qué carajos siguen pensando que con modificar la constitución se modifica un país que tal vez no quiera o no pueda ser modificado? Me da por pensar que hay que cambiar, sin cambiar, para que nada cambie y todos queden satisfechos con un cambio que a todas luces es imaginario.

             Todo imaginario como la constitución misma. Veamos unos ejemplos:

 Es una democracia participativa fundada en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general. Qué bello discurso para iniciar una constitución.

 Son fines esenciales del Estado: servir a la comunidad, promover la prosperidad general y garantizar la efectividad de los principios, derechos y deberes consagrados en la Constitución. Servir a la comunidad, ajá! Promover la prosperidad de todos, ajá!

 El derecho a la vida es inviolable. Ajá, aunque ese derecho tenga un precio, el valor de una bala, de una sola. Y sigue el discurso bello: se garantiza esto, se garantiza aquello, y lo de más allá. Y la paz es un derecho de obligatorio cumplimiento. Si fuera cierto, estaríamos en paz, si se cumpliera al pie de la letra. El trabajo es un derecho y una obligación social. Nunca he entendido esa frase tan simple, tal vez porque nunca la he sentido como una realidad. Y cosa curiosa, no se menciona que toda persona tiene derecho a la justicia pronta y cumplida, como aspiración mínima.

Y no sigo, porque sería un discurso interminable, de juramentos a la bandera, bellos discursos que en papel quedaron, dirían los escritores de antaño. Se me ocurre que qué hay cosa más alejada a la realidad que una constitución, por ser meras palabras patrióticas, bellos discursos, tras palabras elegantes que no contienen un mínimo de realidad (me refiero a las partes de la constitución grandilocuentes de derechos y promesas).

 Como sea, solo puedo concluir que no es cuestión de cambiar la constitución para ser una mejor sociedad. Bastaría con una sola cosa: actitud. Basta con que la gente cambie de actitud y camine uniformemente mirando un solo interés, el de mejorar. Pero sí, lo sé, también es una conclusión acaramelada que trata de decir mucho, pero que choca contra la realidad. No estamos hechos para eso, somos lo que somos y siempre criticaremos lo que somos, sin lograr un cambio.

 He dicho.

 

—¿Ha visto jugar a un equipo italiano? Tienen una máxima, los italianos: Nessuno ricorda il secondo. A ellos les importa poco cómo ganen, mientras ganen. Simular un penalti no es ninguna deshonra. Dar una patada forma parte del juego. Un sabio llamó a esta filosofía mierdismo.[1]

Tomado de Google
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[1] Juan Gómez Jurado. Reina Roja.

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