viernes, 13 de junio de 2025

ODIO VISCERAL

             No sé por dónde empezar. Que sea por la definición que me da la IA de Google: "Odio visceral" significa un odio extremadamente intenso e irracional, a menudo asociado a una reacción emocional muy fuerte y profunda. Es como si el odio viniera de las entrañas, de lo más interno de uno. La palabra "visceral" indica que el sentimiento se siente con mucha fuerza, como si fuera parte de la propia naturaleza. En pocas palabras, "odio visceral" describe un odio muy intenso, que va más allá de la mera emoción y se convierte en algo muy personal y casi instintivo

             Nunca lo había sentido. Odio sí, piedra mucha, ganas de coger el mundo a patadas, unas cuantas veces, mi perfección no lo es tanta.

             Pero… la pata que le nace al cojo, diría mi mamá. Siempre hay un pero, repito.

             Admiré a don Petro, nuestro presidente (bueno, presidente del resto de colombianos) cuando era senador, me encantaban sus intervenciones, he de confesarlo. Ya cuando lo nombraron alcalde la cosa empezó a cambiar, sus escándalos, sus triquiñuelas ya empezaron a decir mucho de él y de lo inepto que era para administrar. Por no hablar de las palizas que en su momento le daba doña Vero, aunque siempre se explicaban con que se pagaba contra la puerta y eso ya dice mucho de un gobernante, que pueda ser cobarde pero no debe demostrarlo demasiado.

             El colmo es cuando llegó a la presidencia. Los desplantes, la traición, la desbocada en la corrupción tan evidente (le hubiéramos hecho caso a Turbay cuando dijo que la corrupción “hay que pretender bajar la corrupción a sus justas proporciones”, pero todo el mundo lo vilipendio). Y qué decir de sus constantes borracheras y el hecho de que se dice en los corrillos que también mete droga; por algo lo dejaría la Vero.

             Pues bien, cada día al leer los periódicos sale Petro con sus bobadas, cuando no sus estupideces (el tren bala de la Guajira a la Patagonia, o el gas por las líneas eléctricas, etcétera y un largo etcétera), cuando no llega a las citas, cuando se victimiza, cuando su voz hace llamada al populismo (que ni siquiera lo apoya, a menos que les pague por ir) y así una lista de reproches que me llevarían una eternidad simplemente citar. Todo eso me revuelve el estómago, diría mi mamá.

             Y entonces nace en mí un odio, visceral, sí, así, como algo personal e instintivo y no me puedo reprimir a publicar la noticia en Facebook, con el respectivo comentario mío, venenoso hasta más no poder. Es que me da una piedra con la estupidez de ese inepto que no me puedo controlar, de allí que sea en extremo intenso e irracional que además de afectar mi salud mental hace que salga lo peor que hay en mí.

             Ya es una adicción, trato de controlarla, pero al ser una adicción no puedo dejar de hacerlo, a pesar de ser consciente del daño que me hace. Me prometo cada vez que me enervo que no lo vuelvo a hacer, pero la siguiente estupidez de Petro me hace incontrolable y más cuando en mi intimidad pienso que es tan peligroso que puede volverse dictador y eso me preocupa.

             Soy consciente que debo controlar mi odio visceral, extremadamente intenso e irracional, que se convirtió en algo personal e instintivo, pero como cualquier adicto me prometo controlarlo pero no he podido, tanto como que Petro no ha podido dejar de beber ni de meter de aquel polvito blando del que es prohibido hablar, ni de ser inepto y estúpido.

             Una promesa más que me hago, espero cumplirla, solo por mi salud mental. (No vuelvo a publicar mis comentarios en Facebook. No vuelvo a publicar mis comentarios en Facebook. No vuelvo a publicar mis comentarios en Facebook. No vuelvo a publicar mis comentarios en Facebook. No vuelvo a publicar mis comentarios en Facebook. No vuelvo a publicar mis comentarios en Facebook. No vuelvo a publicar mis comentarios en Facebook. No vuelvo a publicar mis comentarios en Facebook. No vuelvo a publicar mis comentarios en Facebook.)

             Creo que ni yo mismo me creo mis promesas, pero al menos ya me desahogué en público. 

A menudo el acceso a un puesto de mando es señal de talento, pero aún más a menudo de su carencia. Para los mediocres que andan tras un puesto, el peor castigo es conseguirlo.[1]

Tomado de Faacebook


[1] Memorias. El ladrón en la casa vacía. Jean-François Revel.


1 comentario: