Eso nos han dicho siempre. Una verdad a fuerza de
repetición. Aunque también es cierto que la frase encierra parte de verdad. No
hay como ver a un médico o a un abogado bien vestidos, impecables como era
antaño que los hacía además de respetables, creíbles. No como ahora de tenis y bluyín
que uno no sabe si está tratando con el portero o con un profesional, así
pierden credibilidad, al menos para mí.
Pero bueno,
la cuestión de marketing o de como se llame el tráfico de imágenes, de
reflejos.
Y a
qué viene el cuento de esta perorata? Una desilusión que sufrí. Muchos años
engañado. Y me refiero a la imagen que nos vendieron de Yackeline Kennedy, una
señora a carta cabal.
Esa
fue la versión que nos vendieron y con la que nos quedamos. Viendo la película
de María Callas (en Netflix, muy buena por cierto), la curiosidad, como siempre
me pasa, pasé a averiguar sobre el Onassis y de allí a Yacky. Oh sorpresa! Pensar
que todo el mundo sabía sobre esa imagen, menos yo.
Wikipedia dice textualmente: Jacquie
evidenció tener gustos extravagantes y costosos que un afligido Onassis debía
satisfacer a costa de elevadas sumas de dinero, recursos y personal a su
servicio; pronto se hastió de ella. Por ejemplo, para el desayuno matinal, el
avión personal de Onassis debía volar más de 300 km en la mañana, a una isla
cercana a la isla de Skorpios, para traer un tipo de pan que a Jacquie le
encantaba para su desayuno; encargaba leche fresca de vacas griegas para tomar
baños. Además, siguiendo el estilo que tuvo en la Casa Blanca cuando era primera dama, cambió
suntuosos y elaborados decorados por arreglos aún más costosos y a gusto de
ella, haciendo desaparecer cualquier huella de María Callas en su residencia.
Jacquie pasaba la mayor parte del tiempo de compras y la vida era vacía para
Onassis. Pronto Onassis se fastidió de su cada vez más costosa esposa. Vea
pues la joyita que era la tal señora, que descanse en paz (nótese el tono irónico
con que lo digo), se supo vender y explotar bien el papel asignado.
Qué
desilusión me encuentro a medida que envejezco, veo cómo me bajan de la nube de
las cosas que antaño conocí. No todo es lo que dicen que es.
Así
pues ya nada me puede sorprender.
Lo característico del prejuicio es,
justamente, que no somos conscientes de que lo sea. Alcanza la perfección
porque no sospechamos que no está demostrado.
Tomado de Facebook
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