lunes, 28 de noviembre de 2016

ABURRIMIENTO



No pretendo decir que la monotonía tenga méritos por sí misma;
solo digo que ciertas cosas buenas no son posibles
excepto cuando hay cierto grado de monotonía.

B. Russell. La conquista de la felicidad

En un día de esparcimiento o de tranquila monotonía, como se quiera, mirando a un horizonte inexistente, elevado en pensamientos de inexactitud, de trivialidad, retornó a mí la palabra aburrimiento.

Recordé a Mónica cuando en alguna oportunidad me preguntó en qué pensaría una vaca mientras todo el día comía pasto, siempre con la cabeza gacha. Si mal no recuerdo, supongo que le dije que se la pasaba rumiando sus propios pensamientos. A partir de la vaca y del comentario, cuando veo vacas, cabras, ovejas me veo preguntándoles en voz alta en qué piensan, si no se aburren todo el día con la cabeza abajo, rumiando, rumiando qué? Sólo pasto? Vida aburridora, sentencié.

Hoy, recordando a Russell, en un corto ensayo, La conquista de la felicidad (lo recomiendo[1], bajo el entendimiento de que lo escribió a principios del siglo XX), me acordé sobre el aburrimiento y lo comenté con Mónica (nuevamente con su respuesta me dio pistas para hablar hoy de eso), y me dijo: acaso el aburrimiento no es natural en todos los seres vivos?

Me dije sí, aburridora la vida de la diminuta bacteria de aquí para allá, por toda su eternidad, al igual que un mamífero o un ave, siempre lo mismo, lo único que los saca de la monotonía puede ser el excesivo sol o la lluvia, pero siempre lo mismo. Y pensé que en efecto esa situación es connatural a todo ser vivo, piénsese en un árbol, cuya monotonía es todavía mayor al no poder desplazarse, solo pendiente de que el viento le mueva. Todos, una eterna monotonía que tiene por constante el aburrimiento.

Pero una diferencia entre los seres vivos y el hombre: el único que es consciente de ese aburrimiento es el hombre! Vaya privilegio, se dirá!

Y aquí entra Savater, en el prólogo del aludido libro:

En realidad, el aburrimiento siempre ha sido la verdadera maldición de la humanidad, de la que provienen la mayor parte de nuestras fechorías. Las sociedades preindustriales agrícolas debían de ser inmensamente tediosas (Russell insinúa, a mi juicio con poco fundamento, que los miembros masculinos de las tribus de cazadores lo pasaban bastante bien) pero gracias a la superstición religiosa rentabilizaban mejor el aburrimiento. En cambio hoy «nos aburrimos menos que nuestros antepasados, pero tenemos más miedo de aburrirnos». Y ese es en efecto nuestro problema: no hay nada más desesperadamente aburrido que el temor constante a aburrirse, la obligación de hallar diversiones externas. Salvo un puñado de personas creativas —sobre todo científicos, artistas y gente humanitaria que convierte la compasión en tarea absorbente— al resto de la humanidad no le queda más remedio que fastidiar al prójimo, morirse de fastidio... o comprar algo. En fin, esperemos que internet alivie un poco los peores efectos de nuestra trágica condición.

Y Russell a lo largo del capítulo dedicado al tema, enfatiza que es condición natural de la humanidad, aún de quienes tienen éxito A menos que se le haya enseñado qué hacer con el éxito después de conseguirlo, el logro dejará inevitablemente al hombre presa del aburrimiento. Y agrega: Todos los grandes libros contienen partes aburridas, y todas las grandes vidas han incluido períodos sin ningún interés. Imaginemos a un moderno editor estadounidense al que le presentan el Antiguo Testamento como si fuera un manuscrito nuevo, que ve por primera vez. No es difícil imaginar cuáles serían sus comentarios, por ejemplo, acerca de las genealogías. «Señor mío», diría, «a este capítulo le falta garra. No esperará usted que los lectores se interesen por una simple lista de nombres propios de personas de las que no se nos cuenta casi nada. Reconozco que el comienzo de la historia tiene mucho estilo, y al principio me impresionó favorablemente, pero se empeña usted demasiado en contarlo todo. Realce los momentos importantes, quite lo superfluo y vuelva a traerme el manuscrito cuando lo haya reducido a una extensión razonable». Eso diría el editor moderno, sabiendo que el lector moderno teme aburrirse. Lo mismo diría de los clásicos confucianos, del Corán, de El Capital de Marx y de todos los demás libros consagrados que han vendido millones de ejemplares.

No debe olvidarse que Todas las mejores novelas contienen pasajes aburridos. Una novela que eche chispas desde la primera página a la última seguramente no será muy buena novela. Tampoco las vidas de los grandes hombres han sido apasionantes, excepto en unos cuantos grandes momentos. Pasajes que he de confesar, tengo la tendencia de saltármelos, para no aburrirme! Y en efecto, uno piensa que el único que se puede aburrir es uno, porque se piensa que un Papa o un presidente siempre están ocupados pensando en grandes temas, pero ellos también han de pasar lo mismo que uno, ellos también orinan, pero uno nunca se los imagina. Me imagino sí, a raíz de este blog, que el Papa también tiene sus momentos de tedio, de ensoñación, de aburrimiento, de ganas de salir corriendo a sentarse a mirar al horizonte inexistente lejos de que le jodan la vida. Aún Jesús debía tener días aburridores, sería por eso que cuando caía en ese estado se ponía a tentar al diablo, para salir de esa abulia. Lo que pasa, como lo dice Russell, es que nos han vendido la idea de que sólo la gente común y corriente se aburre.

Y eso me llevó a otro pensamiento que creí de mi propia cosecha, pero que resultó consecuencia de la lectura del filósofo inglés y era que a uno desde niño le deberían enseñar a aburrirse, a saber que un día es igual al otro, sin diferencia alguna y que por eso mismo, era uno quien marcaba la diferencia entre uno y otro, entre un tedio y un eterno aburrimiento, siendo creativo, siendo soñador, siendo proactivo. Y Russell en sus propias palabras decía: La capacidad de soportar una vida más o menos monótona debería adquirirse en la infancia. Los padres modernos (de principios del siglo XX!) tienen mucha culpa en este aspecto; proporcionan a sus hijos demasiadas diversiones pasivas, como espectáculos y golosinas, y no se dan cuenta de la importancia que tiene para un niño que un día sea igual a otro, exceptuando, por supuesto, las ocasiones algo especiales. En general, los placeres de la infancia deberían ser los que el niño extrajera de su entorno aplicando un poco de esfuerzo e inventiva. Y eso lo dijo a principios del siglo XX, cuando a duras pena la última novedad era el bombillo y el teléfono, qué decir hoy que a un muchachito que dice estar aburrido le bajamos cientos de juegos por internet y se los ponemos como un chupo, para que no se aburra, aunque lo cierto es que lo hacemos para que no nos jodan!

Y en efecto, el problema actual no es propiamente el aburrimiento, como bien dijo Savater, sino el miedo al aburrimiento, cosa diferente. Eso me trae a la mente el mito del viernes: Hoy es viernes!!!!! Hagamos la olaaaaa! Y qué pasa el viernes, para el común de la gente? Lo mismo que el fin de semana, igual que lunes o jueves, salir de estudio o trabajo y directo a la casa a aburrirse –si eso quieren- porque no tienen nada más qué hacer, pero se imaginan que el resto del mundo sale al bar a beber como locos, a llevar esos días de loca rumba, cuando realmente todos están iguales y sin plata, pero hoy es viernes!!! Mitos que se crean para tratar de confundir a la mente o para demostrar que no todos somos iguales!

Y para culminar, he de confesar que este blog lo escribí en un momento de aburrimiento, ante la falta de tema y con él corroboré que al aburrimiento se le puede sacar provecho, mucho provecho, sólo hay que saberlo administrar.

Una vida feliz tiene que ser, en gran medida, una vida tranquila,
pues solo en un ambiente tranquilo puede vivir la auténtica alegría.
B. Russell


Foto: JHB (D.R.A.)


[1] El prefacio lo explica: Este libro no va dirigido a los eruditos ni a los que consideran que un problema práctico no es más que un tema de conversación. No encontrarán en las páginas que siguen ni filosofías profundas ni erudición profunda. Tan solo me he propuesto reunir algunos comentarios inspirados, confío yo, por el sentido común. Lo único que puedo decir a favor de las recetas que ofrezco al lector es que están confirmadas por mi propia experiencia y observación, y que han hecho aumentar mi propia felicidad siempre que he actuado de acuerdo con ellas. Sobre esta base, me atrevo a esperar que, entre las multitudes de hombres y mujeres que padecen infelicidad sin disfrutar de ello, algunos vean diagnosticada su situación y se les sugiera un método de escape. He escrito este libro partiendo de la convicción de que muchas personas que son desdichadas podrían llegar a ser felices si hacen un esfuerzo bien dirigido.

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