martes, 8 de noviembre de 2016

QUÉ TAN SINCERO PUEDE SER UNO CON UNO MISMO?


Quien no vive como piensa
acaba pensando como vive.

San Ignacio de Loyola

Me asaltó una pregunta tal vez indiscreta, bastante imprudente, inequívocamente inapropiada para aquel quisquilloso que hace parte de nosotros y que con su orgullo se ha aposentado como el definidor de lo que somos y lo que no somos.  Supongo que es el mismo al que le pusieron por alias ego, al descubrir que tenemos una variedad muy grande de personalidades. Pero me centro en la pregunta.

Qué tan sincero puede ser uno con uno mismo?

Buena pregunta que me metió en líos, naturalmente que conmigo mismo. Y como todo es relativo, todo depende, depende de quien responda, depende de quien haga la pregunta, todo depende de.

Sincero. Siendo simplista, sincero es ser sin cero, sin nada, sin calificativos, sin grandilocuentes respuestas, sin cero a la derecha, ni a la izquierda, que es el que no vale para nada, aunque de una generación para acá el cero, que no vale nada a su izquierda se entronizó en documentos como si valiera mucho, le dieron una personalidad inexistente, la repitieron tantas veces, que se volvió existente, como si fuera una verdad, aunque el único que tiene realidad y personalidad es el 007, aunque es agente secreto y espía, por si no lo sabía.

Me devié, sí, pero valió la pena.

Sincero: “que habla o actúa con sinceridad”. Ahhhh! Entonces sinceridad. Del lat. sincerĭtas, -ātis. 1. f. Sencillez, veracidad, modo de expresarse o de comportarse libre de fingimiento.” Es decir, lo contrario a fingimiento “2. m. Simulación, engaño o apariencia con que se intenta hacer que algo parezca distinto de lo que es.”

Nos creemos santos, nos creemos honrados, nos creemos… pero sí lo somos? qué tanto lo somos? Y cuando nos vemos afectados por habladurías ajenas, saltamos automáticamente para dejar bien claro que somos lo que decimos que somos. Sinceros? Nooo, con muchos ceros! En efecto, como nuestra reputación (bonita palabra para definir lo que realmente somos!), decía, antes de interrumpirme, que como nuestra reputación está en juego, brincamos en defensa de nosotros mismos, pero de palabras para afuera. Son mecanismos de defensa, explican los que saben; atávicos, agregan los otros, porque para defendernos tenemos fuerzas, fuerza en la lengua, en el empujón, en los puños. Y con razones, si se quiere y en todo caso, nuestra sinceridad de nosotros mismos queda defendida ante los demás y digo defendida, que los demás lo tengan claro y bien claro, porque la siguiente vez habrá más fuerza, en la lengua, en el empujón, en la explicación. A todos les quedó claro. Pero claro! La mayoría no lo creyó, otros pusieron aquella risita insoportable, muy pocos cayeron, alguno que otro creyó en el argumento (de la lengua, del empujón, de la explicación). Con él es mejor no meterse, es un cascarrabias, parecieran concluir todos.

Dejemos aparte esa sinceridad que es más fingimiento de boca para afuera. Con la edad se vuelve experto uno en defender esa sinceridad social de fingimiento, igualmente social.

Pero, lo que es más importante, una vez la sociedad le empieza a uno a importar un carajo, es qué tan sincero es uno con uno mismo? Pareciera de fácil respuesta y puede serlo si uno está acostumbrado a fingirle a uno mismo.

Ante cualquier situación que requiere explicación, que requiere excusa, cuando uno está en su propia intimidad, así como ocurre con explicación a terceros, porque en este caso pareciera que uno mismo fuera tercero, es explicación de excusa, excusando la conducta, desplazando responsabilidad y de esa manera poder dormir tranquilo, alejando la intranquilidad generada, todo con el fin de aplacar esa parte de nosotros que nos juzga, sin mucho rigor a decir verdad, pero que intranquiliza. Para tranquilizarla, lo mejor es fingir, como lo hacemos con los demás. Uyyyy sí, que cagada, pero fue que… le explicamos al juzgador y así todos dormimos tranquilos, o eso aparentamos o eso esperamos, porque en cualquier momento la pesadilla puede resurgir y así el miedo queda latente. Fuimos sinceros con fingimiento, pero no logramos convencer, siempre está por ahí esa sonrisita socarrona que cualquier hijueputica tiene lista para burlarse y demostrar que no creyeron, que no cayeron y que eso les hace mejor que la excusa ofrecida. Y no me refiero propiamente a la persona que así procede, sino a aquel otro que habita en nosotros y que no se comió el cuento.

Entonces vuelve la pregunta: qué tan sinceros somos con nosotros mismos?

El que busca la verdad
corre el riesgo de encontrarla.

 Isabel Allende


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