Quien
no vive como piensa
acaba
pensando como vive.
San Ignacio de Loyola
Me
asaltó una pregunta tal vez indiscreta, bastante imprudente, inequívocamente
inapropiada para aquel quisquilloso que hace parte de nosotros y que con su
orgullo se ha aposentado como el definidor de lo que somos y lo que no
somos. Supongo que es el mismo al que le
pusieron por alias ego, al descubrir que tenemos una variedad muy grande de
personalidades. Pero me centro en la pregunta.
Qué
tan sincero puede ser uno con uno mismo?
Buena
pregunta que me metió en líos, naturalmente que conmigo mismo. Y como todo es
relativo, todo depende, depende de quien responda, depende de quien haga la
pregunta, todo depende de.
Sincero.
Siendo simplista, sincero es ser sin cero, sin nada, sin calificativos, sin
grandilocuentes respuestas, sin cero a la derecha, ni a la izquierda, que es el
que no vale para nada, aunque de una generación para acá el cero, que no vale
nada a su izquierda se entronizó en documentos como si valiera mucho, le dieron
una personalidad inexistente, la repitieron tantas veces, que se volvió
existente, como si fuera una verdad, aunque el único que tiene realidad y
personalidad es el 007, aunque es agente secreto y espía, por si no lo sabía.
Me
devié, sí, pero valió la pena.
Sincero:
“que habla o actúa con sinceridad”.
Ahhhh! Entonces “sinceridad. Del lat. sincerĭtas, -ātis. 1. f.
Sencillez, veracidad, modo de expresarse o de comportarse libre de fingimiento.” Es decir, lo
contrario a fingimiento “2. m.
Simulación, engaño o apariencia con que se intenta hacer que algo parezca distinto
de lo que es.”
Nos creemos santos, nos
creemos honrados, nos creemos… pero sí lo somos? qué tanto lo somos? Y cuando
nos vemos afectados por habladurías ajenas, saltamos automáticamente para dejar
bien claro que somos lo que decimos que somos. Sinceros? Nooo, con muchos
ceros! En efecto, como nuestra reputación (bonita palabra para definir lo que
realmente somos!), decía, antes de interrumpirme, que como nuestra reputación
está en juego, brincamos en defensa de nosotros mismos, pero de palabras para
afuera. Son mecanismos de defensa, explican los que saben; atávicos, agregan
los otros, porque para defendernos tenemos fuerzas, fuerza en la lengua, en el
empujón, en los puños. Y con razones, si se quiere y en todo caso, nuestra
sinceridad de nosotros mismos queda defendida ante los demás y digo defendida,
que los demás lo tengan claro y bien claro, porque la siguiente vez habrá más
fuerza, en la lengua, en el empujón, en la explicación. A todos les quedó
claro. Pero claro! La mayoría no lo creyó, otros pusieron aquella risita
insoportable, muy pocos cayeron, alguno que otro creyó en el argumento (de la
lengua, del empujón, de la explicación). Con él es mejor no meterse, es un
cascarrabias, parecieran concluir todos.
Dejemos aparte esa
sinceridad que es más fingimiento de boca para afuera. Con la edad se vuelve
experto uno en defender esa sinceridad social de fingimiento, igualmente
social.
Pero, lo que es más
importante, una vez la sociedad le empieza a uno a importar un carajo, es qué
tan sincero es uno con uno mismo? Pareciera de fácil respuesta y puede serlo si
uno está acostumbrado a fingirle a uno mismo.
Ante cualquier situación que
requiere explicación, que requiere excusa, cuando uno está en su propia
intimidad, así como ocurre con explicación a terceros, porque en este caso
pareciera que uno mismo fuera tercero, es explicación de excusa, excusando la conducta,
desplazando responsabilidad y de esa manera poder dormir tranquilo, alejando la
intranquilidad generada, todo con el fin de aplacar esa parte de nosotros que
nos juzga, sin mucho rigor a decir verdad, pero que intranquiliza. Para
tranquilizarla, lo mejor es fingir, como lo hacemos con los demás. Uyyyy sí, que cagada, pero fue que… le
explicamos al juzgador y así todos dormimos tranquilos, o eso aparentamos o eso
esperamos, porque en cualquier momento la pesadilla puede resurgir y así el
miedo queda latente. Fuimos sinceros con fingimiento, pero no logramos convencer,
siempre está por ahí esa sonrisita socarrona que cualquier hijueputica tiene
lista para burlarse y demostrar que no creyeron, que no cayeron y que eso les
hace mejor que la excusa ofrecida. Y no me refiero propiamente a la persona que
así procede, sino a aquel otro que habita en nosotros y que no se comió el
cuento.
Entonces vuelve la pregunta:
qué tan sinceros somos con nosotros mismos?
El
que busca la verdad
corre
el riesgo de encontrarla.
Isabel Allende
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