Es
el título de un artículo que leí [1],
el cual entendí que era a mí dirigido, el mayor de los indiferentes y sentí todo
el palo que me daban, lo sentí, lo asumí y… primero me parece oportuno transcribirlo,
por lo interesante que es:
Temo con mayor intensidad a la indiferencia que a la delincuencia.
Me aterrorizan y asquean los tibios. Los del “eso no es conmigo” y el “no sabe /
no responde”. Los que no defienden causa alguna más allá de su horizonte inmediato
y mezquino de intereses, afectaciones y pasiones personales. Esos que “de política
y religión no opinan”. Los del “desde que a mí no me hagan nada…”. Los del “con
lo mío ya tengo suficiente” y el “siempre que no se metan con uno”. Los que no salen
a votar porque está lloviendo o porque “les da pereza”.
Esos sí que entrañan lo más siniestro y malsano de nuestra condición.
Los que “cuentan el milagro, pero no el santo”. Los indolentes de espíritu y los
desapegados de alma. Los que imaginan que con ser honestos, respetuosos de la ley
y felices basta. Los que se ponen la máscara de oxígeno y continúan la siesta mientras
el tripulante de al lado se asfixia… Los que miran, contemplan y callan. Los del
“¿y yo qué tengo que ver con eso?”. Los que ante la hambruna general se procuran
el más voluminoso de los emparedados y luego se lo esconden. Los que observan la
masacre en directo y luego cambian a Netflix, por ser más entretenido.
Y les profeso pánico. A los cultores del “en pleito de otros yo no
me meto”. A los militantes convencidos del “puñalada en vientre ajeno no duele”.
A los del “con gusto te colaboraría, pero estoy muy ocupado”. A los del “a mí no
me comprometan”. A los del live and let live y a los del live
and let die. A los que no saben de empatías. A los del “sálvese quien pueda”.
A los juristas del: “¿Qué presupuesto tienes, para yo poder ayudarte?”. Pocos tan
peligrosos como aquellos militantes del mutismo tácito. Los que al ver a su semejante
violentado, indefenso o maltrecho, se detienen a regodearse en su desdicha o disminuyen
la velocidad del vehículo para hacer buenos registros fotográficos, cual si fuera show circense. Los de la responsabilidad social como
lavatorio de culpas.
Hablo de ellos. De los que por principio no reaccionan ante vulneraciones
o estímulos, toda vez que estos no rocen su fuero inmediato. De los del “uno sólo
defiende lo de uno”. De los pusilánimes que ven a su conciudadano padecer mientras
devoran crispetas. De los ‘revictimizadores’ de oficio. De los que inculpan a mujeres
inocentes bajo la absurda premisa del “dar papaya” o del “¿quién las manda?”. De
los de la ceguera selectiva ante toda manifestación externa de infamia… De los del
“conmigo no cuenten”. De aquellos cuyas mentes no conmutan en colectivo. De los
del “yo no me hundo con nadie”. De los que no tienen corazón ni cabeza para líos
de otros.
Si bien abominables, los clichés tienen su sabiduría. Lo dijeron Martin
Luther King y Mahatma, en frases que hoy son frívolos memes: “Al final, no recordamos
la palabra de nuestros enemigos, sino el silencio de nuestros amigos”. “No me asustan
las cosas malas de la gente mala sino el silencio de la gente buena”. O, mejor,
y en verso… “cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”.
He de confesar
que me vi ahí pintado, en casi todas las situaciones descritas y a medida que lo
leía, parte del cerebro exculpante que tengo iba pronunciando las excusas por las
cuales soy así y me iba avergonzando por haber tenido tales pensamientos e iba sintiendo
culpa por ser así y las excusas y explicaciones no pedidas iban atropellándose en
mí, para poder gritar que yonoteníalaculpa, que soyrebeldeporqueelmundomehizoasí.
He de confesar
también que a medida que leía iba pensando: Oiga
Juan, usted sí que es la cagada, no tiene ni un poquito de vergüenza? Lo están describiendo,
tal cual, me dije.
Pero luego
me dije, sí soy un indiferente, soy un tibio, no me meto en donde no me llaman y
a donde me llaman, si es para problemas, tampoco voy. Soy lo que soy y qué le vamos
a hacer, con las culpas y penas que tengo, tengo suficientes, para echarme una culpa
más, estoy tratando en esta vida de librarme de penas y culpas, de irme con el menor
equipaje posible, para ponerme a desgastarme en explicar por qué soy así. Ese me
tocó ser y he logrado sobrevivir.
He dicho!
Tengo la edad que
quiero y siento. La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo,
sin miedo al fracaso, o lo desconocido.
Tengo los años necesarios
para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero,
para reconocer yerros viejos, rectificar caminos
y atesorar éxitos.
Tengo los años necesarios
para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento.
J. Saramago
Tomado de Facebook. Anónimo
[1] Por Andrés Ospina - @ElBlogotazo, http://www.publimetro.co/opinion/columna-de-andres-ospina-indiferencia/lmkpjz!OHHpi1tR0BOk/
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