Las personas no son lo que tu quieres.
Buda
Una
pregunta, de esas que no tienen respuesta ni mediata ni inmediata, de esas que
a veces es mejor dejar pasar, de esas que es mejor no preguntar, por las mismas
consecuencias que siempre tienen las respuestas a una pregunta retórica[1]
de la que precisamente, no se quiere respuesta, porque de antemano ella misma
lo es.
Sin
embargo, la respuesta es simple: no hay forma para cambiar a una persona, una
persona no cambia, si no quiere cambiar ella misma no hay poder humano para que
cambie por ella misma. Parece respuesta de filósofo decaído, pero así puede
ser, si se mira desde el mejor simplismo, tan simple como la misma pregunta.
Y
eso me llevó a pensar que uno no puede cambiar a nadie, pero la contrapartida
es que uno sí puede cambiar, uno puede cambiarse, modificarse, traslaparse, aún
escudarse, ocultarse y dejarse de mirar, para evadir precisamente al cambio.
Uno
mismo puede hacerlo en cuanto tenga voluntad para hacerlo, sea porque alguien
lo recomendó, lo suplicó o lo ordenó, sea porque uno se cansó, porque los demás
lo hicieron, sea por lo que sea. Es la vida del sometimiento a la vida misma.
Hoy
se dirá que es el cambio del chip, como dijo Juan Pablo que le dijo la mamá al
oír su eterno discurso. Pero hablar de chip es hablar de computación, de entrar
en la máquina y quitar, modificar, ocultar o traslapar una parte de ella. Por
eso mismo, es entrar en el cerebro, buscar y rebuscar el chip que lo interrumpe
todo, que impide el todo; es auscultar, dejar de consentir, dejarse pervertir,
modificar la conducta, cambiar de chip. Es afirmar la negación, negar la
afirmación, obligar al cerebro a redescubrirse, que no debe haber penas ni
rubores, porque son uno mismo, es obligarlo a cambiar el aceite porque ya se
puso demasiado denso con el tiempo pasado, por la crítica constante, por el
aburrimiento redundante.
Es
ser capaz de dejar el vicio, aunque es bastante difícil dejarlo, porque vicio
es vicio y es el único círculo que es vicioso, por eso hay que obligarlo a
cambiar de chip, a cambiar de pensamiento, a cambiar de actuar, es obligarlo a
dejar de hacer lo que ya sabe hacer y es enseñarle a hacer lo que aún no sabe
hacer, a pesar de que sabe cómo se hace, intuye el mejoramiento, si es que ese
es el fin.
Para
ello se inventaron los trucos que, como parte de la magia, hace que
desaparezcan viejas y caducas costumbres. Reafirmarse en la afirmación, volver
positivo lo negativo, negarse a dejar entrar los viejos pensamientos recién
barridos, hasta que se conviertan en la basura que hay que dejar en el olvido
definitivo.
Querer
es poder, dicen. Pero no es tan fácil, por eso es que hay que hacerle la
repetición a la repetidera, hasta que el cerebro se acostumbre a lo nuevo, lo
vea y saboree como costumbre y permanezca en ella, como si él así lo hubiera
decidido, de un momento a otro. Un distractor, eso es lo que se requiere para
evitar que los fantasmas de la imaginación hagan de las suyas, es eliminar el jalogüin de la mente y permitir el
cambio, el permanente cambio, para salir de la rutina, de la costumbre,
enfrentarse a novedades, a curiosidades, a nuevas locuras, hasta cuando hay que
decirles adiós.
Así
se puede cambiar uno a uno mismo, repitiendo permanentemente Sólo por hoy, porque el hoy es eterno.
Pero
quedó una verdad oculta, alguien lo pensó pero esperó a ver si lo olvidaba.
Desde el comienzo me di cuenta que uno sí puede cambiar a una persona. Por
ello, como defensa, como venganza, por todo o por nada, la vida nos dio una
palabra para no olvidar. Manipular. Y sí, a través de la manipulación podemos
hacer cambiar a una persona, podemos cambiarla, modelarla, manipularla. Con
conciencia, con inconciencia, con indiferencia, como quiera que se le quiera
ver.
Y
somos manipuladores desde siempre y según nuestra conveniencia. Mi vida tu deberás… Oye, por qué no cambias,
si eso se te ve tan… No sería mejor que hicieras… Si no cambia de actitud es
mejor que renuncie. Si no cambia, no vuelva! Qué tal si… Qué tal si no… Y
así, sin querer queriendo vamos obligando, sometiendo, alterando, haciendo a
imagen y semejanza, pero nunca igualando, porque el sometimiento es
sometimiento y la imagen y semejanza tiene sus propios límites, nuestros
propios límites.
Entonces,
será que uno puede cambiar? Será que lo puedo cambiar? Y yo qué voy a saber si
a duras penas me logro entender, pero hay que confesar, no hay como manipular,
así sea la licuadora! No es cierto mi
amor?
Las cosas no cambian; cambiamos nosotros.
Henry David Thoureau.
[1] En retórica, la interrogación retórica, pregunta retórica o erotema es, dentro de las figuras
literarias, una de las figuras de diálogo. Se trata de una pregunta que se
formula sin esperar respuesta, con la finalidad de reforzar o reafirmar el
propio punto de vista, dando por hecho que el interlocutor está de acuerdo.
Wikipedia
Foto: JHB (D.R.A.)
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