lunes, 31 de octubre de 2016

CÓMO SE HACE PARA CAMBIAR A ALGUIEN?



Las personas no son lo que tu quieres.
Buda

Una pregunta, de esas que no tienen respuesta ni mediata ni inmediata, de esas que a veces es mejor dejar pasar, de esas que es mejor no preguntar, por las mismas consecuencias que siempre tienen las respuestas a una pregunta retórica[1] de la que precisamente, no se quiere respuesta, porque de antemano ella misma lo es.

Sin embargo, la respuesta es simple: no hay forma para cambiar a una persona, una persona no cambia, si no quiere cambiar ella misma no hay poder humano para que cambie por ella misma. Parece respuesta de filósofo decaído, pero así puede ser, si se mira desde el mejor simplismo, tan simple como la misma pregunta.

Y eso me llevó a pensar que uno no puede cambiar a nadie, pero la contrapartida es que uno sí puede cambiar, uno puede cambiarse, modificarse, traslaparse, aún escudarse, ocultarse y dejarse de mirar, para evadir precisamente al cambio.

Uno mismo puede hacerlo en cuanto tenga voluntad para hacerlo, sea porque alguien lo recomendó, lo suplicó o lo ordenó, sea porque uno se cansó, porque los demás lo hicieron, sea por lo que sea. Es la vida del sometimiento a la vida misma.

Hoy se dirá que es el cambio del chip, como dijo Juan Pablo que le dijo la mamá al oír su eterno discurso. Pero hablar de chip es hablar de computación, de entrar en la máquina y quitar, modificar, ocultar o traslapar una parte de ella. Por eso mismo, es entrar en el cerebro, buscar y rebuscar el chip que lo interrumpe todo, que impide el todo; es auscultar, dejar de consentir, dejarse pervertir, modificar la conducta, cambiar de chip. Es afirmar la negación, negar la afirmación, obligar al cerebro a redescubrirse, que no debe haber penas ni rubores, porque son uno mismo, es obligarlo a cambiar el aceite porque ya se puso demasiado denso con el tiempo pasado, por la crítica constante, por el aburrimiento redundante.

Es ser capaz de dejar el vicio, aunque es bastante difícil dejarlo, porque vicio es vicio y es el único círculo que es vicioso, por eso hay que obligarlo a cambiar de chip, a cambiar de pensamiento, a cambiar de actuar, es obligarlo a dejar de hacer lo que ya sabe hacer y es enseñarle a hacer lo que aún no sabe hacer, a pesar de que sabe cómo se hace, intuye el mejoramiento, si es que ese es el fin.

Para ello se inventaron los trucos que, como parte de la magia, hace que desaparezcan viejas y caducas costumbres. Reafirmarse en la afirmación, volver positivo lo negativo, negarse a dejar entrar los viejos pensamientos recién barridos, hasta que se conviertan en la basura que hay que dejar en el olvido definitivo.

Querer es poder, dicen. Pero no es tan fácil, por eso es que hay que hacerle la repetición a la repetidera, hasta que el cerebro se acostumbre a lo nuevo, lo vea y saboree como costumbre y permanezca en ella, como si él así lo hubiera decidido, de un momento a otro. Un distractor, eso es lo que se requiere para evitar que los fantasmas de la imaginación hagan de las suyas, es eliminar el jalogüin de la mente y permitir el cambio, el permanente cambio, para salir de la rutina, de la costumbre, enfrentarse a novedades, a curiosidades, a nuevas locuras, hasta cuando hay que decirles adiós.

Así se puede cambiar uno a uno mismo, repitiendo permanentemente Sólo por hoy, porque el hoy es eterno.

Pero quedó una verdad oculta, alguien lo pensó pero esperó a ver si lo olvidaba. Desde el comienzo me di cuenta que uno sí puede cambiar a una persona. Por ello, como defensa, como venganza, por todo o por nada, la vida nos dio una palabra para no olvidar. Manipular. Y sí, a través de la manipulación podemos hacer cambiar a una persona, podemos cambiarla, modelarla, manipularla. Con conciencia, con inconciencia, con indiferencia, como quiera que se le quiera ver.

Y somos manipuladores desde siempre y según nuestra conveniencia. Mi vida tu deberás… Oye, por qué no cambias, si eso se te ve tan… No sería mejor que hicieras… Si no cambia de actitud es mejor que renuncie. Si no cambia, no vuelva! Qué tal si… Qué tal si no… Y así, sin querer queriendo vamos obligando, sometiendo, alterando, haciendo a imagen y semejanza, pero nunca igualando, porque el sometimiento es sometimiento y la imagen y semejanza tiene sus propios límites, nuestros propios límites.

Entonces, será que uno puede cambiar? Será que lo puedo cambiar? Y yo qué voy a saber si a duras penas me logro entender, pero hay que confesar, no hay como manipular, así sea la licuadora! No es cierto mi amor?

Las cosas no cambian; cambiamos nosotros.
 Henry David Thoureau.





[1] En retórica, la interrogación retórica, pregunta retórica o erotema es, dentro de las figuras literarias, una de las figuras de diálogo. Se trata de una pregunta que se formula sin esperar respuesta, con la finalidad de reforzar o reafirmar el propio punto de vista, dando por hecho que el interlocutor está de acuerdo. Wikipedia

Foto: JHB (D.R.A.)

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