lunes, 24 de octubre de 2016

MALDAD



Explicar la psiquis de estos “líderes” no es fácil. Pero tampoco la de sus seguidores incondicionales, esos que los celebran con aplausos y sonrisas aquiescentes. Uno se pregunta cómo pueden llegar a ese nivel acrítico. Hannah Arendt, quien reflexionó sobre figuras como la de Eichmann, concluye que los segundos de Hitler no eran monstruos ni psicópatas, sino un nuevo tipo de hombre que encarna “la banalidad del mal”, y que no tiene ni convicciones, ni culpa, ni dilemas morales, sólo “vacío reflexivo”. Este vacío, inofensivo en circunstancias de paz, los convirtió sin embargo, a la hora de la guerra, en asesinos de miles de judíos. Ahora bien: en las democracias (o en su remedo) estos gobernantes han sido elegidos —y reelegidos y apoyados— por una amplia masa de ciudadanos que puede apoyar, sin escrúpulos, a un tirano, a un fanático o a un idiota. Por eso nada tiene de extraño que la historia se repita.

Piedad Bonett. Monstruos, cínicos e imbéciles

Me he venido preguntando si somos malos por naturaleza. Si Rousseau tenía razón en cuanto nacemos buenos y la sociedad nos corrompe o si simplemente somos lo que somos, con una buena dosis de maldad.

Me retrotraigo al lejano pasado, hago memoria, rememoro lecturas y todas ellas parecen conducir al mismo punto.

Desde niño somos dictadores, queremos imponer nuestro querer, imponer, imponer ante todo y ante todos, nos creemos reyes y señores, porque así nos lo dicen los mayores, cuando somos muy menores, luego nos destronan, muchas veces, la generalidad de veces, a punta de correazos y con unos cuantos golpes esos mayores nos ponen en lugar y lo que dijeron dejó de ser cierto, luego de haber saboreado el placer real. Y ya es tarde. El poder no se olvida.

De cualquier manera aprendemos a dominarnos y a someter a ese dictadorcito para dar paso a ese santo que tanto anhelamos, que tanto nos creemos, ese que creemos merecer.

Equilibrio. En eso nos mantenemos diariamente, ese es el estado natural que después adquirimos, búsqueda de la santidad para poder oprimir a la maldad que habita en nosotros, pero que solo vemos en el prójimo.

Pero es un equilibro relativo. Un simple soplo de viento puede desequilibrarlo. Por lo general, en la creencia de nuestra propia santidad, pero vaya y nos toquen lo intocable, todo aquello que nos hace perder el equilibrio y que deja salir esa parte de nosotros que negamos con vehemencia, negación que aseguramos para pretender acercarnos más a esa santidad que carecemos.

Dualidad del ser humano, la doble moral que en nosotros habita, con la que jugamos según nos convenga, según las circunstancias, pero ante todo, pareciendo que detrás de la máscara solo somos santidad, hechura a imagen y semejanza.

Y cuando nos sentimos santos, lo dejamos ver, que quede bien claro quiénes somos, nos ufanamos para que los demás vean nuestra mejor cara, la de la máscara que nos humaniza, que nos acerca al cielo, esa con la que antes de dar la limosna miramos alrededor para asegurarnos que los demás ven nuestra mejor parte, pero que es más falsa que un fariseo llegando a ese cielo, en el que él tampoco cree.

Y es tan débil ese equilibrio que cualquier cosa que nos afecta, de inmediato  desequilibra y ese ser de luz que aparentamos se convierte en Gorgona y cada serpiente de ese ser se convierte en un ser irreconocible, unos lanzan improperios, otros golpes, insultos gratuitos, gritón ante la imposibilidad de razonar. Nos imponemos ante la razón que tanto pregonamos.

En una palabra, se nos sale el gamín, ese que por apariencias pretendemos mantener a raya. El Papa y Uribe habitan en nosotros, podría pensar en estos tiempos y la alusión a la ironía hace flotar la poca estima que le tengo al género humano, al que pertenezco por fuerza de la naturaleza, pero que igualmente trato de dominar. Dicen que la cara no me ayuda, porque pareciera que vivo permanentemente bravo (emputado, dirán otros), pero me tocó la máscara contraria, qué le vamos a hacer.

Si me miro al espejo no me reconozco, porque siempre veo al santo que pretendo ser  –aunque bravo o serio, que es lo mismo, pues San Pedro tampoco es perita en dulce- Cuando dejo esa careta nunca me he visto en el espejo, tal vez por temor a asustarme de mí mismo, al ver lo que no quiero ver, la careta que no me gusta mostrar, pero que asoma en mi rostro.

Leí un artículo sobre las dos teorías que explican la maldad (http://www.elespectador.com/noticias/ciencia/semilla-de-maldad-articulo-660040), y sea que vengamos ya programados por la maldad o que seamos contagiados con ella, lo que resulta cierto es que la maldad habita en nosotros, por más Madre Teresa de Calcuta, que luego de canonizada vienen a decir que no era tan santa como parecía, aunque no lo parecía, pero dejo la mala leche para otra oportunidad. En fin, decía el artículo que “Al llegar a este punto, muchos de los voluntarios indicaban su deseo de detener el experimento y revisar la condición del alumno. Sin embargo, la mayoría continuaba administrando descargas más intensas tras cada respuesta equivocada una vez que el experimentalista les garantizaba que su responsabilidad era conducir el experimento hasta el final. Muchos de los voluntarios en el rol de alumno mostraban señales de tensión con los gritos del alumno. Pero la mayoría de los voluntarios continuó el experimento hasta el final.”

Y agrega que un sujeto que no tiene ni la habilidad ni la experiencia para tomar decisiones durante una crisis, delega la toma de decisiones al grupo y a su jerarquía. Por otra lado, la obediencia consiste en que una persona se ve a sí misma como el instrumento para llevar a cabo los deseos de otra persona, por lo tanto no se ve responsable por las consecuencias de sus acciones.”

Concluye diciendo: “Si bien el experimento de Milgram no permite conclusiones fáciles, sí invita a reflexionar sobre la autoridad que guía nuestras acciones, bien sea un líder religioso, una figura política, un jefe, una ideología o el mensaje en un libro. Cuando obramos por un bien mayor a nombre de una jerarquía superior a nuestra percepción, vale la pena detenerse a pensar cuál es el bien y hasta dónde somos marionetas de esa limitada percepción que es la esencia de la naturaleza humana.”

            En efecto, bajo otras consideraciones y condiciones, tengo claro que si el poder habitara en mí sería un buen dictador, no me temblaría la mano para hacer fusilar a ladrones, corruptos y políticos –aunque suene redundante- y un buen cocotazo para quien no cumpliera con mis órdenes. Pero como me tocó ser un ser bien invisible, trato de equilibrar la careta y mantener aquella que no me mete en líos y que me acerca más al cielo!

De qué huyes? Si lo que llevas dentro
te seguirá a donde vayas!


Lara Alcaraz. Ángeles y Demonios

Foto: JHB (D.R.A.)

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