¿No es posible que quien absorbe
se asimile tanto al absorbido
que con el tiempo ellos sean nosotros?
Mika Waltari. Sinuhé el Egipcio
Desde esta lejanía, solo montañas, rodeadas de cielos festivos,
vientos viandantes, llevaderas nubes. El paisaje siempre me gustó, desde la
primera vez que me trajo a éste, que pensé, era su remanso. Siempre lo
disfruté. Al menos eso me ha quedado, al menos eso.
Mi historia? Hoy en la distancia, en la lejana distancia, me sonrío,
luego de muchas lágrimas, ya agotadas, me queda la sonrisa del paisaje que
alguna vez disfruté, no me queda otra opción, sólo esa.
A mi edad, cuando ya había creído que no quedaba más por experimentar,
nada más que el retiro, me sonrió la pasión, en forma de hombre.
No te conviene, me dijeron, pero no me dijeron por qué no.
Aunque si se hubieran atrevido a decirlo, tampoco les habría creído.
Estaba adormecida.
A cierta edad, cuando uno piensa que ya no hay nada más que dar al
mundo, en que sólo piensa en la llegada de nietos, como recompensa del tiempo
pasado apareció deslumbrante un caballero completo, a carta cabal. De aquellos
que uno no piensa que aún quedan en el mundo, de los que todavía cantan boleros
en susurro, que tienen una conversación envidiable, en los que uno piensa
teniendo una velada a media luz, chimenea y vino.
No te conviene, pero no me dijeron por qué, aunque tampoco lo hubiera
creído. El enamoramiento deslumbra con esos destellos que impiden ver defectos
de aparente nimiedad, pero que vistos con otros ojos quedarían al descubierto y
sin pensar facilitarían la huida. Pero hasta esos momentos no había defectos y
si los avizoré siempre pensé: en dónde se consigue un hombre perfecto?
Me llevó a su montaña, alejada de todo, un chalet espectacular, un
paisaje de postal, envidiable por donde se le viera, con todas las comodidades
del mundo a muchos kilómetros de cualquier señal de civilización, lo que daba
más intimidad a la relación, más intimidad con la naturaleza, sentirla,
palparla, gozarla. Era el edén, el lugar ideal para el retiro. Y se portaba
como todo un caballero, salvo pequeños detallitos, que pensaba: quién no los
tiene?
Cada vez que iba los consideraba mis retiros espirituales. Me encantaba
ver en la distancia el cedro que durante el día servía de descanso al intenso
calor que le acompañaba. Desde la casa, se aumentaba su grandiosidad, dándole una
imponencia que le hacía reverenciar. No podía dejar de admirar ese centenario y
robusto árbol. Tenía su magia.
Con el tiempo, las leves insinuaciones de que no saliera sola durante
largo rato, comenzaron a convertirse en impedimentos de salidas, por los
animales, porque habían visto rondar gente mala, decía que decían en el pueblo.
Pero no había nada de eso, mis caminatas por los alrededores eran lo que me
nutrían y sin ellas, encerrarse, le hacía perder sentido a mi propia soledad,
que tanto degustaba. Más adelante, insinuaciones de con quién me había
encontrado, si había hablado con alguien, a quién saludado. En alguna
oportunidad me pareció que me seguía en la distancia, naturalmente lo negó. Sus
celos ya no eran normales, explotaba, se salía de casillas, me prohibía salir a
tomar el sol, como si pudiera, a
acariciar el cedro, a sentirme libre.
Cada día salir se convertía en un tormento. Si me lo hubieran dicho,
no lo habría creído, aunque me pregunto, alguien pudo conocerlo en esa faceta
negra?
Cuando me decidí, a pesar del pánico que tenía, ya fue tarde. Siempre
me había preguntado cómo era posible estar sometida por miedo a una persona; me
preguntaba cómo no podían huir, cómo no podían enfrentarse. Pensaba que era
cobardía. Ya tarde lo supe en carne propia, el miedo congela, no deja tomar
decisión ni para huir, ni para enfrentar, sólo para quedarse sometida. Sentir
el miedo, el pánico congela y no razona, sólo somete e impide cualquier
liberación. Quién lo creyera, el miedo impide pensar con libertad, en la
libertad, únicamente doblega, somete y permite que uno se convierta en esclavo.
Si me lo hubieran dicho… pero tarde lo comprendí, muy tarde.
Sentí un gran dolor en la cabeza, como si algo la hubiera golpeado,
con fuerza, con cinismo, con rabia, sin razón.
Luego todo negro, oscuridad total. Más tarde, me vi llorando a los
pies del cedro, susurrándome al oído conmovedoras frases de aliento, mientras
lloraba, mientras agotaba todas mis lágrimas, porque sabía que debía agotarlas,
para poderme confundir con el paisaje, para ser una con el cedro, con las
montañas, con los vientos, con las nubes.
Alguna vez creí oír que el viento me traía una voz masculina que
decía: Sí, la conocí, pero terminamos, hace mucho se fue, dijo que se iba del
país, no la he vuelto a ver, no he vuelto a saber de ella.
Sentí rabia al oír esas palabras indecentes, indiferentes,
intolerables me parecieron. Pero el viento me llevó a otros pensamientos, menos
pesarosos, me cantó con sus susurros, en coro con las hojas del cedro, sentí
ser parte de la sabia del cedro, confundirme en él y ser parte de él, en un
abrazo con la naturaleza.
Foto: JHB (D.R.A.)
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