Abría los ojos y sólo podía ver destrucción. Por todos
lados solo destrucción, como en aquellas imágenes de televisión que muestran a
las ciudades de Siria y de Irán derruidas y lo más triste era que mi ciudad
estaba totalmente en ruinas, sentimiento que nunca había experimentado ni
siquiera cuando las guerrillas intentaban llegar al poder.
Miré a la derecha y me encontré con que el presidente
Duque estaba recibiendo un libreto de unos gringos, todos ellos monos con el
mismo peinado de su presidente. Era un libreto de paso a paso o hágalo usted
mismo, como les gusta a los gringos. El primer paso era alborotar el avispero,
pero que se sintiera patriótico, como apoyo a los hermanos vecinos. Luego venía
un rifirrafe entre vecinos, echándose vainas, empujándose como en aquellos
tiempos juveniles de dele usted primer si es capaz, como dele y yo le parto la
jeta marica, como diría algún prominente estadista colombiano. Luego continuaba
el juego de niños: voy a hacer una fiesta al lado suyo, entiéndase en la
frontera, y voy a poner la música bien alto. Y el otro le respondía, pues yo
también y voy a llevar el doble de bafles y voy a ponerla más duro que la suya;
pero yo voy a llevar a gringos, OEA y un montón de mercados, para que vean lo
bueno que soy; y el otro le respondía que los rusos y chinos le habían regalado
también muchos mercados para repartir. Y así proseguían gritándose el uno al
otro, sacando cada vez más lo indios que eran, de acuerdo con el libreto que a
Duque le habían dado los gringos. Naturalmente el libreto decía las soluciones
cuando se le salieran de la mano los insultos y cómo lidiar con ellos, para eso
son buenos los gringos, para no aparecer ellos sino los actores, con palabras
elaboradas por los primeros, con ayuda del innombrable, claro está.
Y mientras, la ciudad seguía en destrucción. Veía cómo
se iban cayendo los edificios, cómo las calles se llenaban de muertos y todo,
todo era desolación, mientras los actores sonreían porque detrás de ellos
estaban los gringos, porque Duque no tenía la suficiente imaginación para hacer
lo que estaba haciendo, un favor a los gringos, porque el libreto decía
claramente, -aunque sujeto a interpretación de acuerdo con las leyes de Nueva
York-, que ellos se harían cargo de las ruinas, que ellos entrarían a ver las
consecuencias y daños colaterales, como les gustaba llamar a la devastación de
quienes no querían esas consecuencias. Y claro, luego de la destrucción
entrarían a disfrutar de lo mejor de la guerra, la supuesta reconstrucción de
la que ellos mismos se encargarían, de acuerdo todo con el libreto y de los
comerciantes gringos que habían ayudado a hacer el libreto.
Y yo solo viendo toda esa destrucción sin posibilidad
de parar la masacre, porque los gringos y la ONU se harían cargo, ante nuestra
imposibilidad de opinar (e ineptitud para hacer, porque si nos hubiéramos
quedado quietos nada de eso hubiera pasado, pero todo en aras de la democracia,
de una democracia que no era nuestro problema, sino del vecino). Era un testigo
mudo y pensaba en el vecino, allá la destrucción había empezado antes, entre
ellos mismos, como fieras en una misma jaula.
Pensaba tristemente que una guerra se empezaba cuando
los gringos estaban desocupados sin otras guerras importantes, tenían que
hacerla para no aburrirse; a ellos no les importaban las consecuencias, porque
ganaban por lado y lado, vendiendo armamento y luego reconstruyendo, a nuestra
costa, en todo caso terminábamos debiéndoles, endeudados hasta la coronilla.
Y temía yo que se iniciara otra guerra pero mundial,
porque al lado de los unos estaban los de siempre y al lado de los otros, los
mismos y uno que era el afectado, sin derecho a opinar, en ningún sentido, sólo
siendo testigo de la hecatombe Y todo por metidos en problemas ajenos que no
podían ser resueltos por la democracia gringa pero que se aprovechaban de los
gobernantes bobos de estas tierras para dar gusto a un loco que los dirigía.
Y ante mi imposibilidad de seguir soportando este caos
de locos, sabiendo que estaba en un sueño y no queriendo que se hicieran
realidad tales premoniciones, sabía que el único camino que me quedaba era
despertar y así lo hice, sudoroso, temeroso, sin ánimo de pensar más, sabiendo
que yo no había hecho nada, pero era el colateral esperado por el manual de los
gringos.
Ya despierto sólo rogué a Dios que solo fuera una pesadilla y nada
más.
No
existía ningún tipo de organización y cada soldado comenzó a disparar sin importarle
demasiado hacia dónde. El objetivo no se extendía más allá de hacer algo mientras
los acontecimientos se precipitaban. Porque hacer algo siempre es mejor que no hacer
nada. Y si te van a matar, te matarán igual, pero el abrazo de la muerte te llega
con la cabeza bien alta.(1)
https://www.cuantocabron.com/meme_otros/relajaos-hay-democracia-para-todos |
(1) Alberto Vásquez.
Medio hombre.
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