Veía
un programa de DW sobre las modernas modalidades de autoridad laboral, en donde
la democracia juega aparentemente un papel importante. En el documental
mencionaban que siempre hemos, al menos mi generación y las anteriores, estado
sometidos a una autoridad directa paterna(1),
de profesores, curas, durante la época de la niñez, aspecto que nunca había
pensado. Se encuentra también la autoridad que se imponía por los hermanos
mayores, los amigos mayores que también abusaban del poder que podían tener
sobre uno.
Luego
la autoridad se ve reflejada en el jefe. Casi nunca tuve problemas con este
tipo de autoridad, aunque cuando se daba el cambio sufría el temor del cambio,
que era vencido con el tiempo.
En
consecuencia, uno siempre está sometido a una autoridad, con temor reverencial
–palabra hoy olvidada-, con respeto –hoy poco respetada-, con miedo –hoy
generalizada-, acatamiento o con el sentimiento que fuera. Pero en principio la
autoridad se respetaba, como fuera.
El
tiempo cambió y con ello costumbres y usos. Hoy siguen los vagos que están en
las entidades por recomendación política y que se creen intocables, aunque lo
sean. Ellos no tienen noción de lo que es autoridad. De igual manera pareciera
que lo sufren las nuevas generaciones que no aceptan muy fácilmente el
principio de autoridad, que en cualquier caso, se quiera o no, es necesaria,
indispensable para mantener el orden, cualquiera que sea –desafortunadamente el
mundo se está llenando de jefes que en una palabra son unos guaches, pasan por
encima del que sea y no tienen nociones de lo que es la decencia, pero sí del
sometimiento que ellos mismos sufren-.
Pensaba
entonces sobre la necesidad de tener claro el principio de autoridad, en
cualquier medio, en cualquier actividad. Alguien tiene que mandar, en lo
posible lo mejor posible, pero ese principio no puede estar basado en la
democracia, pienso yo; para que las cosas se hagan se debe dar órdenes no
sometidas a consenso sino a obedecimiento, sigo pensando yo, porque para las
tareas no se necesita consentimiento sino ejecución, para que se logre el
objetivo. Y lo digo porque dentro de mi larga experiencia, cuando me tocó ser
el responsable de tomar las decisiones y dejaba margen para opinar –para
sacarle el cuerpo en realidad- la autoridad se menoscababa, se evaporaba porque
el sacaculismo reinaba –por no mencionar los comités o los conversatorios con
la comunidad, vagabundería inventada para demostrar lo sociables que nos toca
ser-. Allí aprendí que la democracia no puede predicarse cuando se ejerce
autoridad.
Y
eso me lleva a que necesitamos de autoridad aunque nos resulte mala o regular o
viciada, sin democracia, sin maricadas, en una palabra. Y pienso que un país o
una ciudad requieren de autoridad. Desafortunadamente cuando se trata de
autoridad estatal por ser tan democráticos nos toca aguantarnos al que salga
elegido, sea o no de nuestro gusto, porque la mayoría así lo quiso. Si es de
nuestro disgusto nos queda la posibilidad de criticar no muy abiertamente, para
eso ya están las redes sociales. Si lo ayudamos a elegir y no sale como
pensábamos, aguantarnos con mayor razón, porque de alguna manera contribuimos a
su ascenso. Pero la autoridad se requiere, no me imagino a los anarquistas en
el poder – a pesar de la contradicción que pudiera haber, pues la anarquía por
definición no acepta ningún tipo de autoridad-.
Y
la autoridad, así no se quiera y sea cual fuere, está nutrida de todo menos de
democracia. Tener autoridad es tener poder, de decisión, de indecisión, de
ordenar, así sea para desordenar. Tener autoridad es tener el poder de ejercer
el autoritarismo, si se quiere con algunos ingredientes de tiranía, de
dictadura, pues la decisión necesita obligadamente un poder de que las cosas se
hagan, se cumplan, se ejecuten. Quienes tienen su propia empresa sabrán que con
democracia su negocio no prospera como se desearía.
Lo
más deseable es que esa autoridad, así esté investida de poca democracia y
mucha decisión autoritaria, sea justa, al menos decente, eso es lo mínimo que
uno desearía, pero la realidad puede ser otra, de allí que una cosa sea la
teoría y otra la práctica.
Es
como dijo Al Capone —dijo Camilletti, y sonrió—: se logra más con una palabra
amable y una pistola que sólo con una palabra amable.(2)
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(1) Entiéndase el término genérico, para que
no digan después que hay discriminación. Naturalmente abarca la maternal cuando
no matriarcal, que es la autoridad suprema, al menos durante la niñez.
(2) Joseph Finder. Paranoia.
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