Por vicisitudes
de la vida tuve que hacer una diligencia ante autoridades que luego de
culminadas me demandó seis horas de mi vida, incluida la hora y media de
transporte.
Qué decir
de Transmilenio, como medio de transporte; de un extremo a otro de la ciudad no
me llevó más de lo necesario, por lo que sigo insistiendo que para estos
menesteres no hay como el Transmilenio, libre de trancones, aunque no tanto de
espera mientras aparece el que uno necesita, pero con todo me doy por bien
servido.
En los
trayectos no faltó el que vende dulces, el cantante, el de los esferos,
estampitas y demás maricadas. Curioso que las monedas aguanten, pues no acababa
de bajarse uno para que el otro empezara con su pedido e intervención. Aquí
vale el cuento que el primero que conmueva gana, el resto, ni bolas se les
para. Y naturalmente en cada intervención no faltan las frases para conmover,
para hacer sentir culpa a la gente, tales como: el hoy por mí, mañana por ti; ojalá, Dios los libre, de que les toque a
ustedes; uno nunca sabe el hambre ajeno; cualquier cosita que les sobre, sea
una monedita, un pancito o algo de tomar; tengo veinte hijos muriendo de hambre
y todos dependen de mí; no es que yo quiera pero es la necesidad que me trae
hasta aquí, si alguien sabe de un empleo, yo estoy dispuesto… Naturalmente ya estoy curado del complejo
ajeno que me pueda generar el prójimo.
Y de
regreso, luego de cerca de cuatro horas haciendo colas, que por acá no es, que
vaya al fondo a la izquierda, que sí un momento, que tome su turno, que la
demora en la atención es de cuarenta minutos, etcétera, bajo sobrado cansancio
me encontré los personajes de Transmilenio. El uno cantante con Serrat (Harto de estar harto, ya me cansé… letra
que puede conmover), y sin que hubiera culminado el cantante, una mujer, obesa,
manga corta para poder mostrar en sus brazos unas quemadas, con bastón, no muy
mayor, hizo su cola para iniciar su pedido. Curioso discurso el que se echó.
Fue una larga perorata, pero llamativa. Inició haciendo claridad de que no iba
a cantar, como su vecino que aún no había terminado de recoger el fruto de la
canción de Serrat. Prosiguió afirmando que no iba a hablar mentiras, que no le
molestaba que no la miraran, pero que se emberracaba si le torcían la jeta por
su presencia, que ella era frentera, que era una ladrona, que había pasado por
la cárcel varias veces, que era ladrona desde hacía mucho tiempo, que la habían
baleado –obviamente mostró las diferentes entradas de bala a lo largo de su
cuerpo-, la habían apuñalado –y siguió mostrando las correspondientes
cicatrices- y aclaró que solo robaba a los hombres, porque las mujeres nunca
cargaban nada en las carteras, pura basura, peinillas y cepillos –en lo que
concordé con ella-, que era más lucrativo robas a un hombre porque ellos al
menos tenían plata y buenos celulares y máximo le hacían mala jeta por su presencia. Habló de las relaciones de pareja, que
cuando el hombre es bueno la mujer es una basura y si la mujer es complaciente
el hombre es un guache –con lo que también concordé-. Y se desvió a platicar
sobre la necesidad de que cada uno lave su locita, que arregle su cuarto, que
tienen tiempo para estudiar, para internetiar,
darle al feis, pero no para
actividades básicas de agradecimiento hacia los padres, una correspondencia
mínima –también estuve de acuerdo con ella, al que le caiga el guante…-. Y tocó
el tema de corrupción mencionando de los últimos escándalos, pero que como esos
eran ricos las consecuencias no eran mayores, pero que si fuera uno de ellos,
otro gallo cantaría. Y mencionó sobre la plata que el Distrito invierte en
hogares de paso para gente necesitada, plata desperdiciada porque ahí sí lo
pobres se creen de mejor familia y no aprovechan –que me hizo recordar el comentario
del embolador que me comentaba que él no iba por allá porque era demasiado
peligroso y de gente sin cultura (¡)-. Pero que ella estaba en un programa del
Distrito en donde iba a hablar de lo mismo en colegios distritales y algunas
universidades. Y culminó diciendo que lo único que le agradecía a Dios eran sus
hijos, que eran lo único bueno que le había dado ese Dios.
Y nada más
culminar su recogida puesto por puesto, aunque he de decir que el cuento me
distrajo del largo viaje, se subió otro cristiano, cuyo discurso, que tenía
como objetivo hacer reír, para conmoverlo a uno, claro está, comenzó a decir
que caras vemos, pues el era muy feo y tenía cara de atracador, pero que
corazones no sabemos. Que la policía lo vivía parando preguntándole que en
donde llevaba las armas cortopunzantes y él siempre les respondía que con esa
cara de hampón no necesitaba cargar nada de eso. Porque reconocía que era feo,
bien feo. Y habló de corrupción, de los Nulle y de Samuelito, que como ellos si
tienen cultura… No recuerdo el resto de perorata porque de tantos discursos a
mi edad ya se confunde quién dijo qué.
Este fue un
día que me sacó de la rutina y vi que uno aprende de historias ajenas, algunas
verdades escucha, pero también me ratificó que la profesión de limosnero, que
dicen es muy lucrativa, es cuestión de locuacidad, de conmover a la gente, de
generarles algún tipo de culpa para que desembolsen con timidez su ofrenda por
estar en mejores condiciones que ellos. Y el discurso parece que lo han venido
cambiando, pareciera que periódicamente cambian de discurso conmovedor, lo que
es bueno, los hace inventivos, aunque ya para mis años, no me conmueven ni me
generan culpa, porque qué culpa tengo yo de situación ajena? Y me llamó la
atención que no se hubieran subido venezolanos. Algo estará pasando.
El odio se
desmorona ante una sonrisa amorosa; ante un silencio comprensivo y ante una respuesta
favorable, que no humille o lastime.(1)
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