El exceso
de información nos está matando, lentamente, pero nos está matando, poniéndonos
a dudar hasta de nuestro sexo –nótese el sarcasmo-.
Tenemos
acceso a toda la información y hasta a la desinformación, lo que nos lleva a
creer como cierto lo leído, por ser seres que nos conformamos con la idea
lanzada a priori, que es la que se guarda en nuestro cerebro. Y con la
desinformación terminamos aceptándola, sin lograr saber en últimas, cuál es la
verdad.
Pero ese no
es el tema. Decía que el exceso de información nos está matando, poco a poco,
nos llega tanta, pero tanta, que ya el cerebro termina cansándose porque no va
a saber en dónde guardarla, cuál desechar, cuál conservar. Se queda con la más
llamativa y la alberga para que esté a mano y la que realmente es importante,
parece que va al basurero, o a algún lugar temporal –en aquél donde el
computador guarda los .temp- y de allí que la atención esté más dispersa que
antes.
Y toda esta
reflexión es por algo que me pasó. Me surgió una idea que tenía que escribir de
inmediato, antes de que se me olvidara. Al no tener a mano con qué escribir,
fui a buscar un lápiz para anotarla y entre la búsqueda y encontrar el lápiz,
lo tomé y olvidé para qué lo necesitaba. Eso termina asustando porque lo
primero que uno relaciona con ese olvido es la posibilidad de un problema
mental, a mala hora.
Por eso es
que el exceso de información nos está llevan a perder la atención, a no poder focalizarnos
en un solo punto, en un asunto. Y de seguir así, efectivamente terminaremos con
algún trastorno mental, aunque siguiendo la evolución quién quita que por
convertirse en normal la falta de atención, el anormal será el que se concentra
y pone atención.
Supongo que
es uno de los efectos colaterales del avance tecnológico.
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