Ya es hora
de ir reivindicando muchas cosas que se han venido perdiendo con el tiempo,
gracias a la modernidad y a la tecnología. Lo digo molesto porque ya ser hombre
(entendido como varón, masculino, macho, si se quiere) está resultando ser un
pecado, se está estigmatizando tanto el concepto, que el ser hombre, en tal
sentido, está convirtiéndose en una noción reprochable, en algo que debe
ocultarse. Se nos está criminalizando, sin sentido, gracias a la generalización
que se hacen en redes sociales.
Hombre y
mujeres son iguales, física y mentalmente, lo tengo claro. En ambos bandos,
porque así se ha replanteado ahora, hay más inteligentes y más brutos, he de
decirlo; unos más aptos que otros, dentro de su propia especie y unos
inadaptados e ignorantes más que otros, la minoría éstos. Fisiológicamente
diferentes, creados con esas diferencias necesarias para que cada especie
adquiera su rol, a pesar de que ahora ya es difícil definir con claridad cuándo
él es ella y viceversa.
En ciertos
aspectos hay diferencias y hay que aceptarlas, sin llegar a la generalización;
cada loro en su estaca, indica la naturaleza.
En mi caso,
hasta donde recuerdo, soy hombre, entendido en la noción indicada inicialmente,
aunque el colectivo –que no sé qué
es- ha minimizado ese pensamiento y ya ha generado un resquemor que lo mejor,
para sobrevivir, es hacerse el pendejo o tomar las cosas como que no son con
uno. Pasar desapercibido, en una palabra y de esa manera se evita terminar
siendo catalogado de machista, gritado y vapuleado.
Soy
machista? A lo mejor, soy producto de mi época, aunque tratando de evolucionar
de acuerdo a las épocas. No me hace mejor ni peor que nadie. Tengo mi papel y
lo asumo, ya de viejo. Hoy todo el que lo pide es un acosador, antes teníamos
una frase: pedirlo no es ofender. Decían sí o no, y punto –y ellas siempre
esperaban que uno lo pidiera, pues no era dable que lo hicieran ellas,
entonces?-. Hoy es acoso sexual, estigmación y repudio. Ya no se puede decir lo
bonita que es una mujer, porque cae en peligro de todo ello. Tal vez por eso se
perdió la caballerosidad –claro, había mucho gamín, pero también es que hoy hay
más gamines y las mujeres se propusieron igualarnos, pero en eso, perdiendo su
feminidad, desafortunadamente-.
Por eso
creo que debo reivindicar mi posición masculina, la que se ha ido perdiendo y
eso no me hace ni machista ni feminista ni fanático –Dios me libre! Tanto de mí
como de todos esos locos y locas que ahora abundan-. Ya sé que no puedo
coquetear, ni expresarme ante la belleza, ni dirigir miradas de admiración, me
expongo a demasiado y hasta la cárcel si algún loco o loca le da por
denunciarme o tildarme, a mi edad, de viejo verde, lo que me haría más peligroso.
Por eso me he vuelto indiferente, poco sociable
y hasta la caballerosidad de antaño va desvaneciéndose con la edad y
todo por ser hombre.
En
mi defensa, días después de escrito este blog, salió Aura Lucía Mera[1] y mi
consuelo es que no estoy solo, dice ella:
El Machismo, así con mayúscula, siempre ha existido en
todas las religiones y culturas, y los logros obtenidos por las mujeres son el
fruto de años de lucha y confrontaciones. Todavía falta camino por recorrer,
pero se avanza en todos los campos.
Pero de allí a que nos hayamos convertido todas de
repente en víctimas y puras, acosadas miserablemente por las hordas de machos,
hay mucha tela para cortar.
¿Se nos ha olvidado acaso el poder de manipulación que
siempre hemos ejercido? ¿El juego de la “mosquita muerta” para lograr lo que
nos proponemos? ¿La capacidad de daño que tenemos y ejercemos sutilmente para
aniquilar y moverle el andamio a la pareja? ¿Las provocaciones con “carita de
yo-no-fui” para seducir y volver trizas al ingenuo que cayó en las redes?
¿Cuántas mujeres no han aprovechado el “apostolado horizontal” con su jefe o su
amante de turno para alcanzar sus metas? ¿Incluso con sus propios maridos para
obtener ese regalito o viajecito?
Si hacemos una introspección seria y objetiva, tenemos
que reconocer que no somos ninguna pera en dulce. Podemos ser sinuosas,
perversas, calculadoras y frías como témpanos a pesar de la máscara de
fogosidad y seducción. Sobre todo, me refiero a muchas de las mujeres que han
logrado llegar y mandar en el mundo de las finanzas, el poder, la política o el
espectáculo. No a aquellas que todavía ni siquiera figuran en el mapa del “Me
Too” y siguen siendo las víctimas mudas del machismo primario ancestral.
Personalmente, así me lluevan rayos y centellas y
todos los adjetivos denigrantes, me parece mucho más difícil el rol del hombre,
que tiene prohibido mostrar sus sentimientos, tiene la obligación de mantener
el hogar, de satisfacer sexualmente a su linda mujercita, ser muy machito desde
chiquito, no comprar camisas rosaditas, entrenarse con las putas antes de
casarse, no llorar... Estos roles ahora están peor. Ya un piropo es un acoso.
Una llamada telefónica es un acoso, una mano mal puesta es un acoso.
Las mujeres pasaron de un instante a otro de víctimas
a victimarias-víctimas, y esta situación se está saliendo de las manos. Ya una
serenata podría ser acoso, o un ramo de rosas.
Posdata. Me habría fascinado
que Plácido Domingo me hubiera lanzado un piropo o picado el ojo. Como decía
alguien sabio: “A toda mujer hay que proponerle. La que no acepta, agradece”.
Curioso que todas las del “Me Too” ya están “jechonas”, nunca protestaron a
tiempo y tienen tufillo de amargura. De la generación de mis hijos, ya casados
y con hijos, no hay “Me Too”. Son parejas fenomenales, respetuosas, regios
padres y madres, compañeros y amigos. No sé si fui víctima o victimaria. En
todo caso, “je ne regrette rien”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario