miércoles, 2 de octubre de 2019

REIVINDICACIÓN



      Ya es hora de ir reivindicando muchas cosas que se han venido perdiendo con el tiempo, gracias a la modernidad y a la tecnología. Lo digo molesto porque ya ser hombre (entendido como varón, masculino, macho, si se quiere) está resultando ser un pecado, se está estigmatizando tanto el concepto, que el ser hombre, en tal sentido, está convirtiéndose en una noción reprochable, en algo que debe ocultarse. Se nos está criminalizando, sin sentido, gracias a la generalización que se hacen en redes sociales.

      Hombre y mujeres son iguales, física y mentalmente, lo tengo claro. En ambos bandos, porque así se ha replanteado ahora, hay más inteligentes y más brutos, he de decirlo; unos más aptos que otros, dentro de su propia especie y unos inadaptados e ignorantes más que otros, la minoría éstos. Fisiológicamente diferentes, creados con esas diferencias necesarias para que cada especie adquiera su rol, a pesar de que ahora ya es difícil definir con claridad cuándo él es ella y viceversa.
           
      En ciertos aspectos hay diferencias y hay que aceptarlas, sin llegar a la generalización; cada loro en su estaca, indica la naturaleza.

      En mi caso, hasta donde recuerdo, soy hombre, entendido en la noción indicada inicialmente, aunque el colectivo –que no sé qué es- ha minimizado ese pensamiento y ya ha generado un resquemor que lo mejor, para sobrevivir, es hacerse el pendejo o tomar las cosas como que no son con uno. Pasar desapercibido, en una palabra y de esa manera se evita terminar siendo catalogado de machista, gritado y vapuleado.

      Soy machista? A lo mejor, soy producto de mi época, aunque tratando de evolucionar de acuerdo a las épocas. No me hace mejor ni peor que nadie. Tengo mi papel y lo asumo, ya de viejo. Hoy todo el que lo pide es un acosador, antes teníamos una frase: pedirlo no es ofender. Decían sí o no, y punto –y ellas siempre esperaban que uno lo pidiera, pues no era dable que lo hicieran ellas, entonces?-. Hoy es acoso sexual, estigmación y repudio. Ya no se puede decir lo bonita que es una mujer, porque cae en peligro de todo ello. Tal vez por eso se perdió la caballerosidad –claro, había mucho gamín, pero también es que hoy hay más gamines y las mujeres se propusieron igualarnos, pero en eso, perdiendo su feminidad, desafortunadamente-.

      Por eso creo que debo reivindicar mi posición masculina, la que se ha ido perdiendo y eso no me hace ni machista ni feminista ni fanático –Dios me libre! Tanto de mí como de todos esos locos y locas que ahora abundan-. Ya sé que no puedo coquetear, ni expresarme ante la belleza, ni dirigir miradas de admiración, me expongo a demasiado y hasta la cárcel si algún loco o loca le da por denunciarme o tildarme, a mi edad, de viejo verde, lo que me haría más peligroso. Por eso me he vuelto indiferente, poco sociable  y hasta la caballerosidad de antaño va desvaneciéndose con la edad y todo por ser hombre.

            En mi defensa, días después de escrito este blog, salió Aura Lucía Mera[1] y mi consuelo es que no estoy solo, dice ella:

El Machismo, así con mayúscula, siempre ha existido en todas las religiones y culturas, y los logros obtenidos por las mujeres son el fruto de años de lucha y confrontaciones. Todavía falta camino por recorrer, pero se avanza en todos los campos.
Pero de allí a que nos hayamos convertido todas de repente en víctimas y puras, acosadas miserablemente por las hordas de machos, hay mucha tela para cortar.
¿Se nos ha olvidado acaso el poder de manipulación que siempre hemos ejercido? ¿El juego de la “mosquita muerta” para lograr lo que nos proponemos? ¿La capacidad de daño que tenemos y ejercemos sutilmente para aniquilar y moverle el andamio a la pareja? ¿Las provocaciones con “carita de yo-no-fui” para seducir y volver trizas al ingenuo que cayó en las redes? ¿Cuántas mujeres no han aprovechado el “apostolado horizontal” con su jefe o su amante de turno para alcanzar sus metas? ¿Incluso con sus propios maridos para obtener ese regalito o viajecito?
Si hacemos una introspección seria y objetiva, tenemos que reconocer que no somos ninguna pera en dulce. Podemos ser sinuosas, perversas, calculadoras y frías como témpanos a pesar de la máscara de fogosidad y seducción. Sobre todo, me refiero a muchas de las mujeres que han logrado llegar y mandar en el mundo de las finanzas, el poder, la política o el espectáculo. No a aquellas que todavía ni siquiera figuran en el mapa del “Me Too” y siguen siendo las víctimas mudas del machismo primario ancestral.
Personalmente, así me lluevan rayos y centellas y todos los adjetivos denigrantes, me parece mucho más difícil el rol del hombre, que tiene prohibido mostrar sus sentimientos, tiene la obligación de mantener el hogar, de satisfacer sexualmente a su linda mujercita, ser muy machito desde chiquito, no comprar camisas rosaditas, entrenarse con las putas antes de casarse, no llorar... Estos roles ahora están peor. Ya un piropo es un acoso. Una llamada telefónica es un acoso, una mano mal puesta es un acoso.
Las mujeres pasaron de un instante a otro de víctimas a victimarias-víctimas, y esta situación se está saliendo de las manos. Ya una serenata podría ser acoso, o un ramo de rosas.
Posdata. Me habría fascinado que Plácido Domingo me hubiera lanzado un piropo o picado el ojo. Como decía alguien sabio: “A toda mujer hay que proponerle. La que no acepta, agradece”. Curioso que todas las del “Me Too” ya están “jechonas”, nunca protestaron a tiempo y tienen tufillo de amargura. De la generación de mis hijos, ya casados y con hijos, no hay “Me Too”. Son parejas fenomenales, respetuosas, regios padres y madres, compañeros y amigos. No sé si fui víctima o victimaria. En todo caso, “je ne regrette rien”.
Tomado de Facebook
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