Desafortunadamente (o afortunadamente) la
pinta lo es todo, si se quiere que lo tomen a uno con seriedad. Y antes de
proseguir, por pinta, para los de mi época se refería al buen vestir. Los
domingos había que ponerse la pinta o a dónde va tan pintoso, se
decía.
Si uno vive desarreglado, pareciera que
nadie lo toma en serio. Ir a trabajar en sudadera, por ejemplo, es muy
diferente a estar bien arreglado pues la gente puede tomarlo a uno por un
trabajador de servicios generales y así, uno se vuelve más transparente y, por
qué no decirlo, no es bien visto.
Veía un documental en que entrevistaban a
un científico que por su pinta podía pasar por un camionero, -sin ánimo de
ofensa-. Pero esa pinta que tenía lo hacía perder credibilidad, al menos a mí.
Vestidos andrajosos y con peinados punk, cincuentón, viéndolo así, no le creí,
por mucha sapiencia que tuviera.
El médico en cita particular con esos
zapatos modernos, batolas como si acabaran de salir de cirugía, me parecen poco
confiables y desconfío de ellos. Mientras que me encanta ir al oftalmólogo, un
doctor a carta cabal. De paño y corbata, con fina bata de médico, fina loción y
la seriedad con que atiende, me siento que estoy en buenas manos. Imaginar un
médico con sudadera atendiendo a la clientela, deja mucho qué desear y de
entrada dudo de su capacidad.
Manías mías, se dirá. Lo sé, pero para mí
la pinta es lo de más. Recuerdo mis días laborales, siempre de vestido de paño,
corbata y bien embolado, parecía que creían en lo que pudiera decir. Y aún sin
corbata, vistiendo de sport pero elegante, aún se conservaba la credibilidad.
Y por otro lado, cincuentones que se creen
jovencitos, poniéndose las pintas propias de ellos, con peinados estrafalarios
de esos que uno piensa que duraron al menos una hora ante el espejo, tratándose
de dejar bien parados los pocos pelos que ya tienen; qué vergüenza, me digo,
pues hasta la ancianidad tiene su clase.
Por eso creo que es bueno andar bien
vestido –así sea la señora Mónica la que me escoja el diario vestir-, porque la
pinta lo es todo, inspira respeto, elegancia, clase y respetabilidad. No me
imagino al presidente de la república dentro de cincuenta años, despachando con
calzones colgando y rasgados, a medio peinar, perdiendo toda su credibilidad,
si es que para esa época el cargo lo mantiene.
Cosas de viejos, pero insisto, la pinta lo
es todo, da credibilidad.
Al fin y al
cabo, la evolución no tiene nada que ver con el avance, sino con la
supervivencia (1).