Los
ingleses salieron premiados con esa huída de la comunidad europea, supieron enfrentarse
al miedo que le dio al resto de Europa y salieron bien librados, si se ve desde
la distancia de un ignorante total en el tema.
Europa
debió haberles sancionado ejemplar y drásticamente para que sirviera de
escarmiento al resto de países de que la salida no era fácil y sin
consecuencias graves.
Si
Europa quiere sobrevivir debe tenerlos a todos bien amarrados y que sepan que
así como es de difícil la entrada, la salida debe ser peor. Pero con los
ingleses parecen que demostraron lo contrario, porque con esa negociación
dejaron ver que la salida del pacto es más fácil que la entrada y que cada país
puede hacerlo cuando se le dé la gana, cuando se vean afectados. Europa debió
dar ejemplo, pero se aculillaron y cedieron ante los ingleses. Lo sentí viendo
a los altos dignatarios del parlamento europeo dando declaraciones y negándose
a dar el ultimátum.
Ese
Bretix me dejó un sinsabor adicional en política. Es todo un pulso de poderes y
de miedos ocultos, inconfesables. Y me reiteró en lo frágil que es la unión de
Europa y que el experimento no aguantará veinte años más, cuando todo vuelva a
sus inicios. Y lo presiento sin saber un comino ni de política internacional ni
de esos temas, por demás espeluznantes.
También
es cierto que los tratados internacionales, como las constituciones, actualmente
son un vano juramento a la bandera, palabras que en el papel aguantan todo y
que, a conveniencia, esa firma se puede irrespetar en cualquier momento, sin
que pase mayor cosa.
Eso
era todo lo que quería expresar, dentro de mi propia ignorancia.
Según había extraído de las
palabras del diplomático, en el miedo residía la manera más eficaz de convencer
a la gente de adoptar medidas extremas.
«Cuando el pueblo sufre intimidación y miedo, cede su dinero, su tierra, e
incluso su libertad, todo con el último fin de sentirse a salvo, algo que,
irónicamente, nunca puede garantizarse con seguridad».(1)
Tomado de Google. 14667928375689.jpg |
(1) Palabras de Maquiavelo. Francesco
Fioretti. El secreto de Dante.
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