Es costumbre de fin de año reflexionar sobre lo acontecido durante los últimos 365 días, luego de la reflexión que se hizo el año anterior, en las mismas épocas, reflexiones que naturalmente en enero ya se habían olvidado, porque somos expertos en olvidar lo que no nos conviene recordar.
Eso me lleva a pensar en lo
innecesario que resulta el ejercicio de reflexionar sobre los últimos
acontecimientos sucedidos en un tiempo que ya pasó.
Y así es, innecesario ejercicio,
pues lo que pasó, pasó y no hay manera de modificar lo sucedido, lo acaecido,
lo ejecutado y aún lo dejado de hacer. De allí que pueda resultar
intrascendente el mismo calendario, más cuando ya se es pensionado, cuando no
importa si es jueves o lunes, pues lo mismo da.
Qué pasó la semana pasada o hace
cuatro meses, así estén incluidas las vacaciones gozadas, todo pasa al
intrascendente mundo de ayer y, contra el ayer, no hay nada qué hacer. Por eso,
lo mejor es pasar un año sin reflexión, pues en nada ayuda, en nada favorece.
De ahí que este año haya
decidido no hacer reflexión alguna y menos de lo acaecido en este año, largo,
puede ser, pero que si he de ser sincero, intrascendente, a pesar de lo vivido,
pues comparativamente, igual a cualquier otro de la vida de pensionado. Pero
eso sí, agradecido por lo vivido en él.
Después
voy a sacar mis cuentas y averiguar si me equivoqué o no: por quedarme o por
volver… No es que quiera quedarme: es que casi nunca hemos podido escoger, nos
quitaron el derecho a equivocarnos.[1]
[1] La transparencia del tiempo. Leonardo Padura.
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