Viví la experiencia de ver cómo el tener un derecho que
no se puede ejercer es lo mismo que nada, lo mismo que no tenerlo.
El escenario, una calle cualquiera de doble sentido; el
carril derecho ocupado por vehículos parqueados frente a los avisos que
expresamente contienen la prohibición de no parquear, pero que a pesar de ello son
ocupados indebidamente. Tradicionalmente el sentido más usado en esa vía es el
derecho, mirando de oriente a occidente.
Iba en
taxi y de un momento a otro entrando a esa calle nos encontramos con un trancón
que, pensé, obedecía necesariamente a que la vía en la que desembocaba era
principal y el paso se hacía lento por el gran tránsito de la otra. El tiempo
pasaba o al menos eso me decía el taxímetro. Los vehículos se iban acumulando
detrás nuestro y por delante estaban unos cinco carros y todos en el mismo
sentido, ocupando naturalmente el carril izquierdo en razón a los cuatro o
cinco carros que estaban parqueados, inmutables, en el carril derecho.
Como
siempre pasa en estos casos el desespero empieza a generalizarse cuando cada
cual se va dando cuenta de su causa. Cerca de la esquina en la que desembocaba
la vía por la que debíamos girar para tomar la principal, en el sentido
izquierdo, había un carro que impedía el movimiento, aclarando que iba en su
sentido, éramos nosotros los que invadíamos su derecho y por eso no podía
avanzar para ejercerlo. El trancón se había generado por esa causa. La invasión
del espacio público por parte de aquellos que estaban estacionados era la causa
real del trancón, es decir de abusivos que parqueaban en lugar prohibido, de
esos que lo hacen pensando en que son cinco minuticos mientras le compro una
pastilla a mi abuelita, pero que parecieran que se hubieran estacionado para
asistir a sus exequias.
En una
palabra, la colisión de derechos, con una aclaración necesaria, el que formaba
el trancón era el que más derecho tenía de estar allí. Pero era solo ese, ya
otro había decidido dar reversa y tomar otro camino. Una señora ya de edad y
con cara de pocos amigos, plantada en su puesto, sin ningún ánimo de dar
reversa por unos metros para descongestionar la calle. Y se mantenía en sus
trece, lo tenía claro: estoy en mi carril y de aquí no me muevo, que se muevan
ellos que son los que están invadiendo mi carril, lo que ya resultaba inútil
pues eran más de veinte los que estaban a la espera en larga cola.
En un
principio pensé en lo terca y obtusa que era la señora. Todos lo pensamos. Nada
más tenía que dar unos metros en reversa y se solucionaba todo. En todo su
derecho estaba, pienso ahora, derecho defendido con testarudez y tesón.
Los
que veníamos en el otro sentido, la gran mayoría, teniendo parcialmente el
derecho, porque ante la imposibilidad de andar por el carril adecuado, que era
obstaculizado por quienes verdaderamente estaban incumpliendo, pensábamos en la
terquedad ajena. Y el verdadero causante, unos abusivos mal parqueados, ajenos
al daño provocado, pensando solo en la pastilla de su abuelita; aunque es
curioso que nada más ver parqueado a un carro en zona prohibida los demás
piensan que también adquieren el derecho al indebido parqueo, fenómenos
sociológicos que uno nunca termina de entender.
De
esta manera llegué a varias conclusiones: los justos pagan por los pecadores;
hay derechos que parcialmente usados impiden el ejercicio de otro derecho y a
quien le asiste el verdadero derecho, hay veces en que le es imposible
ejercerlo y termina siendo el malo del paseo.
Y en
la espera, no llegué a mi destino como pretendía y decidí bajarme del taxi,
porque ya estaba cerca de él, sabiendo que la espera sería larga y que el
taxímetro no pararía. Justos por pecadores.
No se viven los días, se
viven los momentos.
Cesar Pavese.
Tomado de Google
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