Nada de eso es extraño porque así acabará escribiéndose la historia
de Colombia: con rumores, imprecisiones, vaguedades, chismes callejeros que son
un obstáculo para reconstruir la verdad. (1)
He de confesar que la imponencia de esos desfiles ha dejado destilar un
poco de mi patriotismo, goteo orgásmico al sentir el himno nacional tocado por
bandas de guerra. De los recuerdos del pasado, en que de alguna manera tuve
contacto con militares, pues he de confesar que también me picó el bicho
militar.
Pero… en mí siempre hay un pero. En este caso, los militares (incluyendo
y siendo incluyente los policías, a pesar de que entre ellos mismos no se
soporten). La parafernalia militar. Con sus eternos discursos que hablan de “la bravura de sus hombres”, “entrenados por
los mejores expertos extranjeros”, “audaces combatientes nocturnos”, “decididos
guerreros que no le temen a la nada!”, “guardianes y protectores de nuestras
fronteras!” y así el discurso del desfile.
Siempre me lo he preguntado, si son los berracos de este mundo, con las
mejores armas de este mundo, con la tecnología de punta que apunta, por qué,
sólo por qué nunca pudieron contra tres o cinco mil pendejos que hacían la vida
imposible en este país?
Y todo se resumía a dos aspectos, cobardía e intereses. Cobardía porque
no tenían cojones quienes mandaban para tomar decisiones. Lo más importante
para un militar –e incluyo a los honrados
policías-, es escalar ojalá sin aspavientos, haciéndose el pendejo, o si no que
lo digan aquellos que fueron galardonados como los mejores policías del mundo,
por ejemplo –y de ellos hay muchas historias-. Que no se puede porque la Procuraduría, que lo que pasa es que mi general,
es más el ministro dijo… siempre una disculpa, a conveniencia. Y por eso es
que los militares tienen un idioma secreto, que habla tan bajo que a duras
penas se entienden entre ellos. Y así se notó con el proceso de paz, los
activos temiendo perder el puesto y seguro sacrificarán a los de abajo, para
mantenerse ellos y los de abajo, por lo bajo rumiando su desgracias contra los
de arriba, cuando no contra los de más abajo. Los retirados, dándoselas de
gallito fino cuando en su momento tampoco pudieron serlo.
Y efectivamente, ellos tienen su idioma particular. El conducto regular,
cuando toca, pero en lo posible nada que afecte su seguridad… personal de
ascenso. Y el otro conducto, en donde se habla bajo, donde todo es posible pero
responsabilidad de nadie. Si alguien tiene un militar familiar pueden
indagarlo, averiguarlo, preguntarlo, tal vez quede en la duda, pero ante el
susurro de mejor déjelo así, ya están hablando en su temerario idioma. Ellos
son así.
Y los interesados en la guerra, los comerciantes de la guerra
–particulares y sobornados en gobierno y militares tras el interés, no de la
patria, sino de sus propios bolsillos-, esos comerciantes que no tienen claro
–o lo tienen muy claro, a conveniencia- la ética y la moralidad social. Ellos
son así.
Y nosotros, los invisibles, los que podemos ser los daños colaterales de
estas guerras, de interés y de cobardía, somos sin duda alguna, los actores de
una guerra invisible.
Y yo, sigo preguntándome, con tener el mejor el ejército del mundo,
según lo proclaman las autoridades, cómo no han sido capaces de doblegar ahora
a unos cuantos pendejos que persisten en la guerra?
Me quedaré con el cantaito cetrino y tristón:
Saludo adorada bandera que un día
batiendo tus
pliegues allá en Boyacá
sellaste por
siempre la lucha bravía
de un pueblo
que ansiaba tener libertad. ¡si!
de un pueblo
que ansiaba tener libertad
y también
recitando con cara de desesperanza, tristeza e incredulidad:
Colombia patria
mía
Te llevo con
amor en mi corazón
Creo en tu
destino y espero verte siempre
Grande,
respetada y libre.
En ti amo todo
lo que me es querido
Tus glorias, tu
hermosura, mi hogar
La tumba de mis
mayores, mis creencias,
El fruto de mis
esfuerzos y la realización
de mis sueños.
Ser (según
arma, policía o militar) tuyo
Es la mayor de
mis glorias.
Mi ambición más
grande es la de llevar
Con honor el
título de
Colombiano
Y llegado el
caso,
¡MORIR POR
DEFENDERTE!
Pa’ jodete (diría mi tía!). Y paro acá, esperando el próximo
20 de julio, tal vez logre emocionarme un poco más.
Tomada de El Tiempo. Edición 20 de julio de 2017
[1] Juan Gossain. Hablemos con franqueza: Lo del 20 de julio fue una
revolución o una pelotera? El Tiempo.
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