lunes, 10 de julio de 2017

PONTIFICANDO SIN VERGÜENZA


Si la muerte está cargada de superstición —la luz al final del túnel, el Purgatorio…—, la vida no es la excepción.(1)

A raíz de algunos artículos publicados y de mis reacciones al compartir en redes sociales tales mensajes en contra de quienes considero andan equivocados, particularmente contra Uribe y todo lo que él representa, me di cuenta de que cuando uno predica tolerancia, termina siendo intolerante en igual o mayor grado que los vecinos criticados e igualmente uno termina insultando, pateando y siendo grosero, porque pareciera que el que más grita gana.

Modelo que se impuso en esta moderna sociedad y no lo digo como exculpando la parte de responsabilidad que me cabe. Y ello se ilustra con:

Siguiendo la temperatura y los avatares políticos de nuestra República, la conclusión es que este país es un paciente bipolar con dos caras no sólo completamente diferentes, sino radicalmente opuestas. Y por ser opuestas, la tolerancia de una hacia la otra es muy poca. Sólo se soportan pacíficamente cuando las aguas están calmadas, pero apenas surge algo que irrite el debate nacional, estalla el conflicto de un modo violento, grosero y cínico, y entonces lo que se aprecia es que esas dos mitades no sólo se culpan mutuamente de todos los males, se insultan y se agreden, sino que pura y simplemente se odian. Una mitad es el espejo rabioso de la otra.

…. Dos colombias que se odian, enfrentadas (por la tierra, en el caso del artículo). Es lo que somos. (…)  Por eso pretender que el país no esté polarizado es una utopía, como soñar que en un estadio las dos aficiones enfrentadas opinen lo mismo sobre las decisiones arbitrales.(2)

Mucho de ésto obedece a la intransigencia, heredada (de padres y abuelos) y adquirida a lo largo de nuestra vida, en que hemos vivido polarizados hacia un lado de la política, de la prensa, de la historia, de la sociedad o simplemente del otro y de los y por los mismos aspectos.

Los tradicionalistas no aceptan que el mundo se haya vuelto más complejo y que no sea fácil de juzgar con un “sí” o con un “no”. …
Los tradicionalistas quieren que volvamos al mundo de antes, cuando, creen ellos, todo era simple y de una sola pieza (en esto hay algo de ficción); un mundo en el que se obedecía a Dios y a su ejército de sacerdotes sin preguntar por qué y sin investigar lo que ocurría en la realidad. Un mundo tan ordenado como autoritario; tan cognitivamente ciego como humanamente rudo.
Pero hay que asumir los retos de la sociedad compleja que hoy tenemos; ello implica aceptar la diversidad familiar y los valores positivos que ella encarna. No se trata de hacer una defensa ciega, por supuesto, sino legitimada por la participación democrática, la defensa de las minorías y las evidencias científicas.
La semana pasada estuve en un evento sobre arte y periodismo en la Embajada de Holanda. Allí, el embajador leyó un poema de K. Michel que sugiere justamente esa relación entre lo simple y lo rudo, que he mencionado aquí a propósito de los defensores de una sociedad compuesta por familias católicas y heterosexuales. Ese poema dice lo siguiente:
“Siempre hay más de una opción / y antes de hacer (o dejar de hacer) / siempre se puede contar hasta basta. Para una pelea hacen falta dos ideas / para un beso cuatro labios / para un cuerpo cinco litros de sangre. Para hacer lluvia, un árbol / una casa, música, un sueño / se necesitan varios elementos. Y en las huellas de animales espantadizos / alrededor de un abrevadero encenegado / brillan por la noche un millón de estrellas. Para alguien que no piensa más / que con el uno (y no con el otro) / esa cifra es un martillo / y el mundo entero un clavo”.(3)

Naturalmente hay opciones, pero muchas con el velo de la sapiencia, del sentido común y de la honorabilidad velan el pensamiento ante situaciones que le atacan y como ante el otro, el contrario y el espejo no vale inteligencia, necesariamente termina uno dándose golpes contra la cabeza, contra la pared o contra el otro. Tal vez por eso dicen que pelear contra un estúpido uno siempre pierde. (Nótese cómo pontifiqué y cómo terminé igualmente en el juego que desde el inicio critiqué).

Se trata entonces de condicionamiento imposible de modificar? Lo intento, crean que lo intento, pero ante tanta estupidez (léase estupidez que considero yo como tal, puede que no se ajuste a cánones o a opiniones ajenas) y no me ha quedado otro camino que pontificar, porque la carrera ya la siento perdida.

Con el otro, con el espejo, con quien pueda mantener una paz relativa, de esa paz que se puede llamar de guerra fría, mientras no se caliente (si se permiten los juegos de palabras), puedo convivir siempre y cuando no empiece con estupideces, con roces políticos, sociosexuales o periodístico, que de alguna manera riñan contra la inteligencia, el sentido común o las buenas relaciones, porque allí, por proclividad adquirida, mi intransigencia es intransigente, así sea que no presente pelea, pero al callármela y comerme esa piedra, con eso, simplemente con eso ya no hay opción y aún contando hasta basta, como decía el poeta, mi cara reflejará lo que pienso, eso no lo dudo, eso no lo duden. (En parodia: y más que mis frases lo dice mi cara).

Qué vaina no? Uno pontificando…

En el juego del poder no hay inocentes. (4)



Foto: JHB. (D.R.A.)

[1] Ana Cristina Restrepo Jiménez Contra la maternidad. El Espectador.
[3] Mauricio García Villegas. Un martillo y un clavo. El Espectador.
[4] Julia Navarro. Historia de un canalla

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