Nacer
con el miedo cosido a la piel. Crecer multiplicando ese miedo por millones.
Heredar los temores de nuestras madres y nuestras abuelas, y temerle al
infierno, al pecado, a dios y al diablo y a los hombres. Maldecir porque un día
nos dicen que esos hombres son el demonio, y porque al día siguiente nos juran
que sólo con un hombre podremos ser felices toda la vida, hasta que la muerte
nos separe y más allá. Vestirnos por miedo a que nos tachen de no estar a la
última moda, y vestirnos con miedo por agradar o ahuyentar a quien es al tiempo
perdición y salvación. Desvestirnos porque es nuestro cuerpo y con nuestro
cuerpo hacemos lo que nos dé la gana y no debe quedar duda de nuestra libertad,
y caminar sobre las prendas después, culpándonos de nuestra desnudez.(1)
Nacemos y morimos con el miedo, a flor de
piel, cosido en la piel como dice el poeta mencionado.
Nacemos en el miedo al no saber cómo nos va a
ir en esta vida, enfrentándonos a lo desconocido, a la familia desconocida que
nos adopta.
Vivimos en el miedo, en el constante miedo: a
llegar tarde, a no haber hecho la tarea, a que el bus nos dejó, a que el
trancón impidió, a que la leche se acabó, a que voy a llegar tarde, a que qué
pasará mañana, será que tendré trabajo, será que lloverá, será que eligen a
aquél otro? Aquél me quiere atracar? Y ese quiere pelea? Y por qué me mira mal?
Y yo qué hice? Y él por qué no lo hizo?
Miedo a la incertidumbre, miedo al destino,
simplemente miedo cuando nos enfrentamos a ellos y es el momento preciso en que
tal duda surge, la piel se pone de gallina, el estrés adopta su posición, la
mente se deprime.
Y con la misma incertidumbre, tememos a la
muerte, a la ajena, a la propia, a pesar de ser indiferente la del otro, allá
él, es su problema, será su miedo, será su perdición.
Palabras deprimentes (lo corriente en él, me dirán algunos) pero son sensaciones que uno
tiene, sensaciones que uno palpa, caras que así lo reflejan, sentimientos que
lo irradian y que lo toman a uno por sorpresa.
Deprimentes, pero reales. Tantas veces que
sin misericordia nos ataca, nos revuelve y nos revuelca.
Vivimos en el miedo, nos ocultamos de él y a
pesar de todo, subsiste en nosotros, atacándonos aún en sueños a pesar de
nuestro querer. Negarlo? Sí, la mejor forma de evadirnos. No pararle bolas?
Claro, la mejor manera de sufrir menos. Y como dijo el poeta (depresivo como
yo? Tal vez, o tal vez también lo reflexionó en un momento en que no estábamos
deprimidos):
Jugar a
que nos cazan, a que te cazo ratón, y hacer responsables al mundo y sus
habitantes porque nos cazaron. Agredir por miedo a que nos agredan, besar por
miedo a que nos besen, sonreír por miedo a que no nos sonrían, cumplir por
miedo a quedar en la calle, callar por temor a dejar al descubierto nuestra
ignorancia, y existir y sobrevivir por miedo a vivir. Creer que el matrimonio y
los hijos nos salvan y salvar sólo a aquellos que piensan y viven como
nosotros, y en lugar de nutrirnos de ideas, de vida, de descubrir, de nuestro bien
y nuestro mal, repetirles a esos hijos, por temor a equivocarnos, lo que nos
dijeron madres, tías y abuelas, o heredarles nuestra primera convicción porque
es una convicción y a alguna convicción hay que aferrarse. Actuar por miedo al
miedo. Decidir un camino por miedo a enfrentar un camino distinto. Aferrarse a
un dios por temor, cumplir sus mandamientos por pánico y persignarnos todos los
días para no caer en el infierno.
Ver en
el otro una amenaza, porque nuestro respirar, caminar, hablar o bailar pueden
ser una provocación, y sí, serán una posible provocación si vamos por la vida
pensando cada segundo en provocaciones y amenazas y viendo enemigos en el bus,
en el taxi, en el bar, en la calle, en el trabajo, en la playa y en el estadio
y en la casa. Creer que el hombre es el fin de todas las cosas, el dador de
protección, descendencia y placer, el poseedor del bien y del mal y del poder,
y sentir que ese mismo hombre es un victimario.
Para
concluír, solo repito con Julia Navarro: Pero el tiempo me ha enseñado que todos estamos predispuestos a creernos
nuestras propias mentiras, siempre y cuando nos favorezcan (2) y al miedo, formando
parte de nuestros fantasmas, aunque no nos favorezcan.
Foto: JHB. (D.R.A.)
(1) Fernando Araújo Vélez. Miedo. El Espectador.
(2) Julia Navarro.
Historia de un canalla
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