jueves, 12 de abril de 2018

LA PESADA CARGA DE LA ASAMBLEA


Una vez al año, por fortuna, toca la asamblea de copropietarios. Digo toca porque es bajo amenaza de sanción, sino no habría quórum.

Y la historia es la misma, repetitiva, estresante y cansadora. Nada más cuadrar el quórum ya es una peripecia, sin mencionar la citación, en la que caben intérpretes de toda gama, interesados sólo en llamar la atención por simplemente, joder.

Y al ver la amalgama de presentes ya uno ve para dónde va la reunión. Están los ofendidos, la tercera edad, los avivatos, los interesados, los mezquinos, los aburridos, los asistentes obligados.

Quienes han oído un corral a la hora de comer los animales habrán sentido el estrés que produce la confusión de animales chillando por su porción. Algo similar se presenta cuando los grupos se dividen, cuando algunos quieren opinar, cuando otros intervienen sin derecho y se forma la algarabía de querer todos expresarse al unísono. Oído en la distancia es de un despelote total, de plaza de mercado a la hora pico, no se entiende nada, todo es gritería y quien preside también gritando dizque llamando al orden, que para calmar termina excitando aún más. Me imagino que así fue el 20 de julio de aquel 1810, porque también eran colombianos aquellos.

Cuando la asamblea transcurre en paz, es decir cuando a nadie le interesa el tema en discusión, se oyen los murmullos de los grupos, el ir y venir de gente, la displicencia que el orador ve en sus contertulios y en él mismo.

Y qué decir de aquellos viejitos (y gente despistada o bruta, para llamarla sin eufemismo) que en el punto cuatro empiezan a hacer preguntas del punto uno, que no, que eso lo deje para varios, que ahora estamos tratando este punto, que si no se dio cuenta que eso ya se dijo. Más el que está garloteando y pide la palabra para criticar al vecino que sale sin camisa o el que tiene un perro ladrador o el que se queja de lo sucio que está el piso, porque no es capaz de aguantar a llegar al punto de varios.

En una asamblea es en donde se ve la calidad de las personas y, desafortunadamente, lo que somos los colombianos. Los hay de todos los tintes, de todos los intereses, de manipuladores, groseros, pasivos los menos, indiferentes los más, todos con celular en mano para distraerse o hablando (rajando) con el vecino, para los mismos efectos.

A eso se llama democracia, término que nunca nos enseñaron a comprender, porque en la democracia sólo hay derechos, nada de obligaciones, de respeto, de temperancia y por eso es que estamos como estamos.

Por eso, no hay mayor castigo que asistir a una asamblea de copropietarios, donde se calibra quién es quién, donde se establecen las distancias métricas o de miradas, donde la vergüenza no tiene límites.

Su presencia era como una penitencia, inútil como todas las penitencias y sólo comprensible porque era voluntaria.(1)

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(1) Saramago. Claraboya.

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