Una vez al año, por fortuna, toca la
asamblea de copropietarios. Digo toca porque es bajo amenaza de sanción, sino
no habría quórum.
Y la historia es la misma, repetitiva,
estresante y cansadora. Nada más cuadrar el quórum ya es una peripecia, sin
mencionar la citación, en la que caben intérpretes de toda gama, interesados
sólo en llamar la atención por simplemente, joder.
Y al ver la amalgama de presentes ya uno
ve para dónde va la reunión. Están los ofendidos, la tercera edad, los
avivatos, los interesados, los mezquinos, los aburridos, los asistentes
obligados.
Quienes han oído un corral a la hora de
comer los animales habrán sentido el estrés que produce la confusión de
animales chillando por su porción. Algo similar se presenta cuando los grupos
se dividen, cuando algunos quieren opinar, cuando otros intervienen sin derecho
y se forma la algarabía de querer todos expresarse al unísono. Oído en la
distancia es de un despelote total, de plaza de mercado a la hora pico, no se
entiende nada, todo es gritería y quien preside también gritando dizque
llamando al orden, que para calmar termina excitando aún más. Me imagino que
así fue el 20 de julio de aquel 1810, porque también eran colombianos aquellos.
Cuando la asamblea transcurre en paz, es
decir cuando a nadie le interesa el tema en discusión, se oyen los murmullos de
los grupos, el ir y venir de gente, la displicencia que el orador ve en sus
contertulios y en él mismo.
Y qué decir de aquellos viejitos (y
gente despistada o bruta, para llamarla sin eufemismo) que en el punto cuatro
empiezan a hacer preguntas del punto uno, que
no, que eso lo deje para varios, que ahora estamos tratando este punto, que si
no se dio cuenta que eso ya se dijo. Más el que está garloteando y pide la
palabra para criticar al vecino que sale sin camisa o el que tiene un perro
ladrador o el que se queja de lo sucio que está el piso, porque no es capaz de
aguantar a llegar al punto de varios.
En una asamblea es en donde se ve la
calidad de las personas y, desafortunadamente, lo que somos los colombianos.
Los hay de todos los tintes, de todos los intereses, de manipuladores,
groseros, pasivos los menos, indiferentes los más, todos con celular en mano
para distraerse o hablando (rajando) con el vecino, para los mismos efectos.
A eso se llama democracia, término que
nunca nos enseñaron a comprender, porque en la democracia sólo hay derechos,
nada de obligaciones, de respeto, de temperancia y por eso es que estamos como
estamos.
Por eso, no hay mayor castigo que
asistir a una asamblea de copropietarios, donde se calibra quién es quién,
donde se establecen las distancias métricas o de miradas, donde la vergüenza no
tiene límites.
Su presencia era como una penitencia, inútil
como todas las penitencias y sólo comprensible porque era voluntaria.(1)
DLV34VdXcAAwwG4.jpg
(1) Saramago. Claraboya.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario