Pues sucedió, pensé,
agotado, porque el alcalde y el comandante del fuerte le compraron sus cargos
al rey. Ellos pagaron por el derecho de malversar los fondos de la ciudad,
incluyendo el dinero de los impuestos destinado a la compra de proyectiles para
los mosquetes. El rey, a su vez, usaba esos sobornos para librar guerras en
Europa. Todo estaba amañado, todo había sido acordado de antemano. Nadie era
ingenuo. Pero no dije nada. (1)
Oí algo que la izquierda era la única
que redistribuía la riqueza. Pensé que sí, la riqueza ajena, nunca la de ellos,
a pesar de que el experimento ruso fracasó y el cubano igual. Al fracasar la
riqueza de volvió a redistribuir, los que mandaban se volvieron más ricos y el
resto, siguió igual.
Eso me llevó a
pensar en la política, en los idearios de los partidos, tema del que creo hablé
en algún momento.
Hoy, buscando
objetividad, reflexioné nuevamente. Antes eran dos partidos, godos y liberales
que en un principio tenían un ideario medianamente claro (los de izquierda
nunca contaron en este país, los soportaban para demostrar democracia). Luego,
con el paso de los años, el ideario de cada uno de ellos se fue desvaneciendo y
terminamos con el discurso de antaño: Usté
por qué es godo (o liberal, o anapista, o comunista)? La respuesta común: Porque mi papá lo era, el abuelo también (nótese
la connotación machista de la época y el derecho a la herencia incorporado).
Nosotros, los que provenimos de la segunda mitad del siglo pasado creo –sin
intención de generalizar, demasiado-, vivimos con una parte del rezago de ese
desvanecimiento y simplemente nos tildábamos de godos o liberales por herencia
sin conocer ninguna de sus doctrinas, sino simplemente repetitivos, tan
repetitivos que nos olvidamos de qué era lo que se suponía que éramos en
materia política.
Y dejó de
importarnos, mientras no tuviéramos necesidad de la política, como fue
afortunadamente mi caso.
Ya doctrina partidista
no la hay a pesar de que escuetamente se mencionen en las páginas Web
correspondientes (oiga, agréguele aquello
de la ecología que está de moda, puntualiza algún doctrinario). Pero ya
nadie puede concretar su ideario ni filosófico ni político. Y ahora más que
nunca que los partidos son de derecha, izquierda, centro, centro derecha,
centro izquierda, más izquierda que derecha, de derecha pero con una corridita al
centro izquierdismo y así hasta la infinidad. Y a los políticos no les interesa
más, sólo la demagogia del discurso a conveniencia. Ni siquiera ellos saben a
dónde van con su color político, lo único que les interesa es cuántos puestos
voy a obtener, qué contratos me corresponden, a quien voy a mangoniar, cuánto es para mí. Eso es
todo, a eso se reduce la doctrina política de hoy. Y conste que no es solo la
colombiana, miren por dónde miren, en todo el mundo se reduce a lo mismo.
Hoy la política se
hace es por la persona (no digo caudillo, pero sí por quien lidere, de
cualquier manera; hasta los pastores religiosos se metieron a eso, por algo
será. Deje el veneno, me oigo decir.)
Por eso en estas
elecciones que se avecinan no estamos votando por un partido, ni por el
bienestar de un país, votamos por el que mejor venda, no las ideas sino por las
imágenes. Vamos a votar por el menos peor, como lo hemos hecho los últimos
años; vamos a votar por el contrario para que aquél que nos cae mal no suba,
para no darle ese placer; vamos a votar por aquel que nos ofrezca más, sabiendo
de antemano que no nos va a dar nada. Vamos a votar por una cara, por un odio,
por un miedo que nos incrustaron, nunca por el mejor ni por el que
eventualmente piensa en grande.
Y con todo, hoy
desilusionado me pregunto si acaso no todos han sido iguales y son iguales? Qué
va a cambiar? Qué ha cambiado? Soy de los pesimistas que piensan que con mi
voto o sin mi voto nada va a cambiar, todo seguirá igual y, en cualquier caso,
yo seré el clavado con impuestos, naturalmente, porque ya nada más tienen qué
quitarme, supongo. Y para mi consuelo, espero que suba el menos malo,
naturalmente sin mi voto, porque yo no hago la diferencia, en política no soy
nadie, soy un invisible más, por no decir un desechable políticamente hablando,
si he de decirlo sin eufemismo.
Ay de mí! Nosotros, los mortales, hacemos muchos planes para
nuestras insignificantes vidas, pero son las parcas las que tejen las mortajas
del destino, no nosotros.(2)
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(1) Gary Jennings, Robert Gleason y Junius Podrug. Sangre azteca.
(2) Gary Jennings, Robert Gleason y Junius Podrug. Sangre azteca.
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