Estaba
sentado en el parque, tomando el sol y dejándose acariciar de sus rayos,
sintiendo el arrullo del viento, viendo a la gente pasar, viéndoles la cara
tratando de escudriñar sus pensamientos, sus penas y alegrías, pero eran más
las tristezas, las angustias y la desazón que leía en ellas… pocas se veían
sonrientes. Si hubiera sido estadístico habría concluido que el noventa y ocho
por ciento de los seres humanos sufrían, porque eso dicen los periodistas con
las encuestas que hacen y con las preguntas estúpidas con que acostumbran
concluir todo. Y era el noventa y ocho por ciento porque vio a una persona
sonriente... y él, que completaba el ciento.
Por
estar en estas elucubraciones no se dio cuenta del personaje que se había
sentado a su lado; hubiera pasado desapercibido si no le hubiera preguntado a
bocajarro: Qué haría si le quedara una
hora de vida? Entre perplejo, asustado y pasmado no supo cómo reaccionar.
Precisamente pensando en preguntas estúpidas y le salen con una de esas
preguntas de las que dejan sin habla. Estaba asustado por el desconocido que le
dirigió la palabra y que le había amenazado? Quedó perplejo con la pregunta y
pasmado al ver que ya no estaba esa persona que le había hablado. En ese
momento en su mente retumbó nuevamente la pregunta: Qué haría si le quedara una
hora de vida? Qué era una hora? Eran sesenta minutos? Eran un montón de
segundos acumulados? Y qué era la vida? La suma de segundos de un caminar? En
esa pasmosidad en que andaba aún no alcanzaba a digerir bien la pregunta. Le
habían dicho que qué haría si le quedara una hora de vida o qué haría si en una
hora moría? Al sentir retumbar en su mente la palabra muerte, ya la cosa
cambiaba.
En
estos pensamientos gastó veinte minutos.
Pensó
en el susto que le daría que la pregunta fuera cierta, sintió la angustia de
ver venir la muerte o de dejar ir la vida... cómo sonaban de diferentes dos verdades
idénticas o era acaso una misma verdad? No podía reponerse aún de la sorpresa.
Fueron
otros diez minutos.
Se
preguntaba qué haría si tuviera ese tiempo; hizo una lista de cosas que tendría
que hacer pero era tan larga que en cualquier caso el tiempo no alcanzaría,
entonces tendría que ir reduciéndola de acuerdo a la importancia, pero aun así
el tiempo no alcanzaría, porque cómo determinar qué era importante? Y así
continuó reduciéndola, pero con la lista que aún tenía necesitaría de toda una
tarde para hacer lo que había en ella. Sería preciso seguir acortándola, pero a
pesar de que quedaran cinco cosas para hacer, la hora no alcanzaría y al
revisar la lista y ver tantas cosas tachadas sintió complejo de culpa por lo
tachado y pensó en que si tuviera más tiempo podría atender hasta los tachados;
sí, si tuviera tiempo...
Pasaron
otros veinte minutos...
Pensó
en reducir la lista a una sola llamada, una sola despedida y miró a su
alrededor entre desconsolado y desorientado, pensó el poco tiempo que quedaba y
miró el teléfono público(1) pero quedaba bastante retirado; más angustia sintió cuando recordó que no tenía
monedas y el terror le fue sumiendo en tremenda rabia al ver que su propia
angustia le había hecho olvidar el número que debía marcar...
Pasaron
otros ocho minutos...
El
llanto de la desesperación se apoderó de él, lloraba como nunca había llorado,
lloraba con todo ese sentimiento de tristeza, de impotencia, de rabia, de
necesidad... y pensar que sólo le quedaba un minuto y todo acabaría y que había
perdido una hora sagrada porque no sabía qué haría en ella, nunca había sabido
qué hacer con una hora de su vida y viene un extraño y le da el ultimátum... Desesperado
mira el reloj y ve cómo el segundero ahora sí camina rápido y ve cómo marca 30,
31, 32... Recordó el lanzamiento de cohetes, pero en esta oportunidad el que
despegaba era el cohete de su vida... y comenzó la cuenta regresiva... 25, 24,
23... Cómo había desperdiciado su vida... 21, 20, 19... Y pensar que ahora ya
no podía hacer nada... 15, 14, 13... Lo único que se le ocurrió en estos
últimos momentos fue pensar en los suyos... 10, 9, 8... y pedirle perdón a
Dios, de rodillas, humillado y con lágrimas en los ojos... 3, 2, 1...
Cuando
abrió los ojos, lo único que vio fue a las personas que pasaban por el parque y
que le miraban como se mira a un loco arrodillado, humillado y lloroso... sin
razón aparente.
Cuadro al óleo, en papel, con espátula. JHB (D.R.A.)
(1) Téngase en cuenta que este cuento fue
escrito el 17 de julio de
2003 cuando no había
distractores populares como los celulares.
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