Sabía
que había llegado su momento, intuitivamente sintió la presencia de la muerte y
no le asustó, porque sabía que debía emprender este nuevo camino y nunca le
había temido, siempre había creído estar preparado para tomar de la mano la
nueva aventura que emprendería.
Supo
de su cita cuando su brazo comenzó a ponerse azul, lo había notado cuando
comenzó en un dedo y luego le fue creciendo como una ola que atravesaba la
mano; más tarde subió al antebrazo y supo que el final se aproximaba cuando esa
ola azul ya le cubría el brazo.
Es
cierto, la primera vez que logró ver el cambio de su piel supo que se
aproximaba el momento, por eso no quiso ser atendido médicamente, sabía que la
ciencia no podía hacer nada por él, sólo le restaba esperar; un médico amigo le
había visto al inicio de la enfermedad y le había dicho que se trataba del mal
azul. Por la cara que puso supo que no había nada que impidiera su progreso,
tal vez demorara el final, tal vez su morir fuera angustioso, por eso no quiso
ningún tratamiento, prefería morir limpiamente en el momento en que tenía que
suceder. No se angustió durante este tiempo, tan sólo se preparó solo y por eso
no le comentó a nadie la proximidad de su viaje.
Y
llegó el día, con buen ánimo se dispuso a despedirse de los seres queridos que
le habían acompañado, despedidas sencillas, sin lágrimas, optimistas con el
mismo optimismo con que había vivido. Nadie lo sabía pero todos lo presentían.
Se notaba que quienes se despedían de él no podían tener ese optimismo, aunque
sabían que se iba, supieron manejarlo y no expresaron la tristeza en su
presencia; todos se despedían de él como si fuera una despedida de viaje, de
nos veremos cuando regreses.
Pasaba
por las calles y decía adiós a sus conocidos, muchos ignorantes de lo que le
sucedía, pensando que les decía el adiós del saludo tradicional. De todos los
que pudo se despidió, pasó por las calles que recorría diariamente y a todos
saludó. A cada momento de su recorrido sabía que se aproximaba a su cita, sabía
que le faltaba algo, pero no podía recordar de quién debía despedirse, sólo
sentía que faltaba una persona con quien comunicarse.
Un
teléfono público le hizo recordar que también tenía una cita con una voz, debía
llamar a esa persona, pero recordó que no tenía monedas, no se explicaba por
qué era la última de quien debía despedirse y sintió un momento de confusión, y
más confuso quedó cuando vio que tenía celular y que no necesitaba de un
teléfono público, ya no tenía por qué preocuparse de si en su cuenta de celular
iba o no a quedar un saldo, era la última llamada, ya poco importaba todo lo
demás.
Vencida
su confusión marcó ese número inolvidable, la suave voz del otro lado de la
línea le acabó de tranquilizar, a pesar de no haber podido oír todo lo que le
dijo porque el ruido circundante acrecentado por el de los autos le impidieron
oír toda lo que le decía esa misteriosa voz... sólo escuchó la parte en que esa
voz le decía que estuviera tranquilo, que el momento se aproximaba; no logró
escuchar nada más, a pesar de saber que la voz le decía algo más, pero bastaban
esas pocas palabras que había oído, con eso quedó tranquilo, simplemente sintió
la tranquilidad del apoyo.
Decidió
volver a casa, pensaba que ya podría acostarse y esperar tranquilamente su
muerte en cama, pero algo le obligó a entrar al baño, un deseo incontenible le
obligó a bañarse, necesitaba sentirse limpio para acudir a la cita que tenía
ese día, abrió el agua, sintió esa temperatura ideal a que estaba acostumbrado,
se enjabonó y se sintió limpio y sintió... que ya estaba listo para su cita.
Sintió
luego que se desgonzaba y que apoyaba su cuerpo, sin golpearse, contra la pared
del baño, como si estuviera recostado contra la pared en actitud pensativa, no
sintió ningún dolor agudo, ninguna punzada, sólo sintió que se iba...
Su
perro ladró una sola vez...
Despertó
y vio que eran las 3:24 de la madrugada, miró a su perro y vio que éste estaba
despierto mirando hacia un lugar indeterminado a un ser indeterminado, como si
estuviera viendo a alguien que sólo sus ojos podían ver, pero no le gruñía como
acostumbraba a hacerlo con los extraños; sin embargo, el hombre le dio unos
golpecitos de tranquilidad y le dijo: Tranquilo, es un viejo amigo... Se volvió
a acostar y continuó con su sueño, con la esperanza de ver cómo terminaba su
sueño... con la esperanza de que ese sueño fuera realidad... con la esperanza
de no despertar más...
Lo
que nunca pudo llegar a saber era si en el momento en que se desgonzaba, en el
momento en que sentía que se iba, el cuerpo retenía al alma o era el alma la
que no quería partir...
Foto JHB (D.R.A)
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