Unas
mesas comunes cubiertas con manteles blancos imitando mesas de banquete, llena
de papeles sin importancia para darles sabor de imponencia. Un auditorio
pendiente del aburrido susurro del orador distractor de sus pensamientos
cotidianos, su futuro inmediato, en ese quehacer que les espera, en
insulsidades de la vida.
Un
orador susurrante, con voz cansada, repitiendo un discurso tantas veces
repetido, tantas veces aprendido, tantas veces modificado.
Se
oyen susurros disimulados; toses agripadas y otras con un dejo de disimular la
aparición de un bostezo; el constante movimiento corporal que lleva a impedir
el caer en el sopor de la pereza y del sueño ocasionados por una charla
aburrida; bostezos escondidos tras las manos; el sonido de las joyas que
reposan en la muñeca de un brazo femenino al hacer el movimiento constantemente
femenino de quitarse el pelo de la frente; uno que otro suspiro profundo; un
carraspeo intermitente; tos que se quiere evitar que aflore a la vida; los
sonidos de la calle: autos, vientos, uno que otro rumor de avión.
Y
la voz del orador elevándose por momentos para llamar la atención para luego
recaer en el monótono susurro.
Tímidas
toses, joyas, movimientos corporales, susurros, suspiros, sonidos de ciudad...
La
charla... intrascendente, monótona y aburridora invitando a la somnolencia. Por
eso los movimientos corporales para evitar caer en brazos del cabeceo y del
sueño.
El
orador con su charla. Los oyentes sumidos en sus propios pensamientos, tratando
de evadirse con ellos de esa charla, conviviendo alternativamente entre
pensamiento y charla, charla y somnolencia, pensamientos y sueño, movimientos y
tos.
Las
miradas fijas en la pantalla de ayuda del orador; miradas que quieren mostrar interés
en la charla; miradas somnolientas, miradas desinteresadas, miradas
inexpresivas.
Susurros
entre asistentes, sube y baja en el timbre de voz del orador, movimientos,
sonidos y ruidos, todos tan diversos, como son diversos los pensamientos de los
asistentes, como son diversos esos mundos reunidos en apariencia con un mismo
objetivo.
El
tiempo... pasa y precisamente pasa de la forma más lenta, como debe pasar,
lenta porque también está cayendo en el sopor de la charla; pareciera que
también tose y se mueve con lentitud para no dormirse... junto con el
auditorio.
El
orador vendiendo promesas, convencido de estar creando ilusiones al auditorio, ofreciéndoles
realidades irreales, con sonsonete invitándolos a vivir una ilusión, sin notar
que les está llevando de la mano a manos de Morfeo, sin que ellos a sabiendas lo
sepan; conduciéndoles por el camino del sueño, haciendo cada vez de su charla
una monotonía, un susurro que ayudado del calor del salón está induciéndolos al
sopor, al cabeceo y al tímido cerrar de ojos y, poco a poco, a través de una
disimulada hipnosis se ha apropiado de esas almas, conduciéndolas al mundo de
la ilusión, inicialmente a las ilusiones que cada uno cree tener, pero en
últimas a las ilusiones que el orador les está creando, dejándoles creer que
son las de ellos, pero que en definitiva no son las de ellos.
Les
está conduciendo por el mundo del sueño, en el que ya no importa el movimiento
corporal, en que ya no importan los sonidos, los ruidos ni las toses; susurros
ya no hay, es como si sólo existiera esa ilusión colectiva en que la voz del
orador es el único sonido, ya no susurrante, ya no monótono, sólo la voz del
orador que no es su voz, sino la voz interior de cada uno, es esa voz que se
convirtió en mí voz interior, en que dejó de existir el vecino, el orador, en
que sólo existe el pensamiento individual, sólo existe el yo, que les está
conduciendo al mundo de las ilusiones que ese yo quiere vivir, sin saber que no
son los deseos de ese yo, ni son sus ilusiones, ni las está viviendo... sin
saber que esos deseos, esas ilusiones y esas vivencias son ajenas, que es el
orador el que les está robando sus esperanzas, está sonsacándoles sueños e
ilusiones, está robándoles el alma, está dejándolos en el vacío, está
despojándolos de su ser...
Cuando
ya todos quedaron despojados, se oyó ese Muchas
gracias. El auditorio al unísono aplaudió al orador, pusieron caras de
satisfacción por haber sido invitados, se sintieron agradecidos, sin saber que
fueron robados, sin saber que les robaron las ilusiones, sus esperanzas, sus
deseos íntimos, estaban alegres sin saber que fueron despojados y que se
quedaron sin alma!
Foto: JHB (D.R.A.)
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