jueves, 16 de agosto de 2018

ILUSOS



Unas mesas comunes cubiertas con manteles blancos imitando mesas de banquete, llena de papeles sin importancia para darles sabor de imponencia. Un auditorio pendiente del aburrido susurro del orador distractor de sus pensamientos cotidianos, su futuro inmediato, en ese quehacer que les espera, en insulsidades de la vida.

Un orador susurrante, con voz cansada, repitiendo un discurso tantas veces repetido, tantas veces aprendido, tantas veces modificado.

Se oyen susurros disimulados; toses agripadas y otras con un dejo de disimular la aparición de un bostezo; el constante movimiento corporal que lleva a impedir el caer en el sopor de la pereza y del sueño ocasionados por una charla aburrida; bostezos escondidos tras las manos; el sonido de las joyas que reposan en la muñeca de un brazo femenino al hacer el movimiento constantemente femenino de quitarse el pelo de la frente; uno que otro suspiro profundo; un carraspeo intermitente; tos que se quiere evitar que aflore a la vida; los sonidos de la calle: autos, vientos, uno que otro rumor de avión.

Y la voz del orador elevándose por momentos para llamar la atención para luego recaer en el monótono susurro.

Tímidas toses, joyas, movimientos corporales, susurros, suspiros, sonidos de ciudad...

La charla... intrascendente, monótona y aburridora invitando a la somnolencia. Por eso los movimientos corporales para evitar caer en brazos del cabeceo y del sueño.

El orador con su charla. Los oyentes sumidos en sus propios pensamientos, tratando de evadirse con ellos de esa charla, conviviendo alternativamente entre pensamiento y charla, charla y somnolencia, pensamientos y sueño, movimientos y tos.

Las miradas fijas en la pantalla de ayuda del orador; miradas que quieren mostrar interés en la charla; miradas somnolientas, miradas desinteresadas, miradas inexpresivas.

Susurros entre asistentes, sube y baja en el timbre de voz del orador, movimientos, sonidos y ruidos, todos tan diversos, como son diversos los pensamientos de los asistentes, como son diversos esos mundos reunidos en apariencia con un mismo objetivo.

El tiempo... pasa y precisamente pasa de la forma más lenta, como debe pasar, lenta porque también está cayendo en el sopor de la charla; pareciera que también tose y se mueve con lentitud para no dormirse... junto con el auditorio.

El orador vendiendo promesas, convencido de estar creando ilusiones al auditorio, ofreciéndoles realidades irreales, con sonsonete invitándolos a vivir una ilusión, sin notar que les está llevando de la mano a manos de Morfeo, sin que ellos a sabiendas lo sepan; conduciéndoles por el camino del sueño, haciendo cada vez de su charla una monotonía, un susurro que ayudado del calor del salón está induciéndolos al sopor, al cabeceo y al tímido cerrar de ojos y, poco a poco, a través de una disimulada hipnosis se ha apropiado de esas almas, conduciéndolas al mundo de la ilusión, inicialmente a las ilusiones que cada uno cree tener, pero en últimas a las ilusiones que el orador les está creando, dejándoles creer que son las de ellos, pero que en definitiva no son las de ellos.

Les está conduciendo por el mundo del sueño, en el que ya no importa el movimiento corporal, en que ya no importan los sonidos, los ruidos ni las toses; susurros ya no hay, es como si sólo existiera esa ilusión colectiva en que la voz del orador es el único sonido, ya no susurrante, ya no monótono, sólo la voz del orador que no es su voz, sino la voz interior de cada uno, es esa voz que se convirtió en mí voz interior, en que dejó de existir el vecino, el orador, en que sólo existe el pensamiento individual, sólo existe el yo, que les está conduciendo al mundo de las ilusiones que ese yo quiere vivir, sin saber que no son los deseos de ese yo, ni son sus ilusiones, ni las está viviendo... sin saber que esos deseos, esas ilusiones y esas vivencias son ajenas, que es el orador el que les está robando sus esperanzas, está sonsacándoles sueños e ilusiones, está robándoles el alma, está dejándolos en el vacío, está despojándolos de su ser...

Cuando ya todos quedaron despojados, se oyó ese Muchas gracias. El auditorio al unísono aplaudió al orador, pusieron caras de satisfacción por haber sido invitados, se sintieron agradecidos, sin saber que fueron robados, sin saber que les robaron las ilusiones, sus esperanzas, sus deseos íntimos, estaban alegres sin saber que fueron despojados y que se quedaron sin alma!

Foto: JHB (D.R.A.)


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